Es la diseñadora de algunas de las propuestas gastronómicas más deslumbrantes de Buenos Aires (Fabric, Cochinchina, Niño Gordo, Cacho Rotisería, Don Julio, la cervecería de Quilmes y la lista sigue) y en esta columna nos cuenta cómo vive su trabajo, cuál es la verdadera estrella de un local y a qué trabajos les dice que sí (y a cuáles que no). Además: ¿por qué compara el rol de su equipo con una película?
Foto: Carla Nastri para MALEVA
«Si me llaman para armar un lugar de «Pinterest» o «Instagram», no me interesa, el eje tiene que ser otro…» Por Eme Carranza. Producción de la columna: Azul Zorraquin.
En el momento de diseñar un espacio gastro, lo que siempre decimos y lo que nos recordamos todo el tiempo, es que la estrella del lugar es la comida. No podemos competir contra eso. No queremos devorar al producto. De hecho: tengo clientes que me dicen «si tu diseño es mejor o más importante que nuestros platos, te mato.»
Nosotros como diseñadoras resolvemos un problema comunicacional. Hay un qué, un quién y nuestro asunto es el cómo. Lo que hacemos es aportarle una tercera dimensión a lo que ya existía. Siempre hubo restaurantes: lindos, feos, más acordes, menos temáticos. También me gusta pensar que diseñamos recuerdos. La gente sale a comer porque quiere disfrutar, compartir, celebrar. Siempre hay motivos. Cuando nosotros «componemos» un proyecto, lo pensamos de una forma escenográfica: cómo enfatizar sentidos, analizar el contexto. Es como si nos dieran el guión de una película, y nosotros, como escenógrafas, imaginamos cómo va a transcurrir. Que sea una escena pregnante. En esto fuimos pioneras. Hay personas que son linternas y otros que son exploradores.
«Ya los clientes confían en lo que hacemos y nos dejan volar. No tienen más miedo a las ideas locas. Hoy podemos elegir. Es una carta a favor. Pero vuelvo. No hay que perder el eje: si un lugar es increíblemente hermoso y cool, pero la experiencia después no es buena, no vas a volver. Se agota. A mí no me interesa vincularme con proyectos así…»
Sé que hay un diferencial en mi trabajo y que lo que hacemos convoca. Está buenísimo porque hacemos las cosas con mucha pasión y compromiso. Ya los clientes confían en lo que hacemos y nos dejan volar. No tienen más miedo a las ideas locas. Hoy podemos elegir. Es una carta a favor. Pero vuelvo. No hay que perder el eje: si un lugar es increíblemente hermoso y cool, pero la experiencia después no es buena, no vas a volver. Se agota. A mí no me interesa vincularme con proyectos así.
Me interesa trabajar con gastronómicos apasionados, que ellos también me aporten. ¿Qué me mueve? La curiosidad, las ganas de aprender y los desafíos. Por eso preciso rotar, todo el tiempo, si no una se aburre. Y cuando con un proyecto no querés trabajar más, porque por ejemplo, la devolución de la gente sobre el lugar no es buena, es como con las parejas «estuvo bien, pero tenemos la madurez de saber cuándo ya no hay atracción». Si alguien me llama porque quiere un lugar de Pinterest o Instagram, no me interesa. No voy a ser el caballito de batalla. Pero sí puedo aportar una idea que sea diferencial. Incluso en aspectos imperceptibles como la rotación que tiene determinado local, nuestro diseño puede influir. Y ojalá la gente quiera volver.
«En el momento de diseñar un espacio gastro, lo que siempre decimos y lo que nos recordamos todo el tiempo, es que la estrella del lugar es la comida. No podemos competir contra eso. No queremos devorar al producto. De hecho: tengo clientes que me dicen «si tu diseño es mejor o más importante que nuestros platos, te mato…»
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Pregunta que disparó la columna: hoy la imagen y el diseño de los locales gastronómicos es crucial y Buenos Aires se luce mucho en ese aspecto. ¿Pero lo visual se volvió más importante que lo culinario y el servicio?
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Foto destacada: gentileza Unsplash (PH Szabo Viktor)