Santiago acaba de presentar «La Cordillera» nada menos que en Cannes
Santiago es ante todo un explorador. Desde chico se cruzó con la posibilidad de filmar algo y quedó impactado por el simple hecho de manipular imágenes para contar una historia. Hoy tiene 36 años y es uno de los cineastas que arrancó a estudiar a fines de los ´90, en pleno renacer del cine argentino, en la Universidad del Cine de Manuel Antín; y con solo tres años de carrera prefirió escaparse del aula para explorar nuevos mundos y sumergirse en el cine desde el hacer. Codirigió “El amor, primera parte”, escribió guiones de películas como “Leonera”, “Elefante Blanco” y “Carancho” hasta llegar a dirigir sus propias películas, exitosas y singulares: “El Estudiante”, “La Patota” y “La Cordillera”, recientemente presentada en Cannes, con fecha de estreno el 17 de agosto, que retrata la vida de un presidente dentro de una cumbre política, en el marco de una cumbre natural y literal: la Cordillera de los Andes. Hay en sus películas cierta mirada aventurera, o exploradora sobre las aristas de la política y los mecanismos de poder, que te generan cierta transformación, te dejan cierta inquietud, intriga o nuevas preguntas. Será porque él mismo está en una exploración constante, y sigue explorando a través de los mundos que nos muestra.
Trailer de La Cordillera:
¿Alguna escena de tu infancia que recuerdes con alegría?
Solía pasar las vacaciones con mis abuelos en una casa que tenían ellos en las sierras, en Alpa Corral, en Córdoba. La familia de mi madre es de Río Cuarto. Creo que en general los viajes a ese lugar los disfrutaba muchísimo, son momentos felices que recuerdo. Yo vivía en una ciudad como Buenos Aires, que tenía una rutina, y pasarme varios meses en la montaña con el río y los animales, me gustaba mucho.
¿Hubo alguna escena de alguna película que haya despertado tu interés por el cine?
Lo rastreo más en un momento de mi vida en el colegio, que tuve una profesora a la que se le ocurrió que en lugar de entregar un trabajo escrito, filmemos algo. Y yo agarré una cámara que tenía el padre de un compañero y nos fuimos a un parque a filmar. A los trece me invitaron a un grupo de cine que daba la mamá de un amigo; me mostraron Vértigo de Hitchcock y me pareció una locura, una cosa que no se parecía a nada de lo que había visto. Vi cine toda mi vida, fui un niño y/o adolescente cinéfilo también; también me acuerdo que vi de chico una película de Fellini y me impresionó mucho. “La Dolce Vita” es mi película preferida “all time”.
¿Fue un camino difícil el de tu carrera, hasta convertirte en director?
Cuando yo empecé a estudiar cine era un momento de cierta libertad y de mucha ebullición, fue la época del “Nuevo Cine Argentino”, era el año 1999, y se acababan de estrenar películas como “Pizza, birra y faso”, “Mundo Grúa”, “Silvia Prieto”, “La libertad” de Lisandro Alonso. Los directores eran toda gente de mi edad, eran pendejos, y a la vez producían de forma casi artesanal las películas; hacer una película no era algo tan lejano.
¿Podrías encontrar un hilo conductor a través de tu obra, un tema recurrente o algo que siempre quieras transmitir?
A mí hay algo que me interesó un poco de casualidad y un poco por herencia familiar, que es cierta indagación sobre ámbitos políticos; hacer una película no es terminar algo, sino abrir las posibilidades de seguir explorando en una dirección o en muchas; yo filmé “El estudiante”, que era sobre política universitaria, después tuve la necesidad de filmar con una protagonista política femenina, con una mirada más de base, y justo me ofrecieron hacer “La patota”; y ahora quise hacer una película sobre un presidente y filmé “La Cordillera” con Darín. A mí me interesa eso, armar ficciones generadas en ámbitos políticos, o en ámbitos de poder, y es algo sobre lo que creo que voy a seguir filmando.
¿Por qué elegiste la Cordillera, Bariloche y Chile como escenarios para esta última película?
Y es muy imponente, la Cordillera de Los Andes es como una especie de ícono de nuestro continente; cuando empezamos a trabajar la idea de la película e inventamos esta especie de “cumbre”, la Cordillera y las montañas enseguida aparecieron como algo muy significativo visualmente. Desde el verosímil era una idea que un político podía tener: “La gran cumbre de la Cordillera”; por otro lado, es una geografía muy extraña. La nieve, las sombras, los picos, producían como un cierto enrarecimiento que permitía contar la película de un modo más inquietante, no tan realista, con elementos casi de terror o suspenso. No es un marco fácil de encuadrar, porque la belleza está por todos lados. Descubrí de todo, yo no soy de los directores que les gusta filmar lo que conocen, a mí me gusta filmar lo que desconozco. La Patota me sirvió para descubrir Misiones, y me impresionó mucho; la Cordillera para conocer Santiago de Chile y la Cordillera chilena; filmamos en Valle Nevado, un centro de ski a 50 minutos de Santiago que es impresionante, tiene un hotel con tres puntas, muy loco, muy extraño. De Santiago me gustó mucho el barrio de Providencia, donde nos quedábamos. Tiene muchos bares y restaurantes; por la cercanía del mar, Chile tiene eso que los porteños le envidiamos a Santiago, que es la buenísima calidad de mariscos y pescados. A mí me encanta comer eso.
¿Una foto mental o momento que te haya conmovido de tu experiencia reciente en Cannes?
Era una edición del festival importante, era el 70° Aniversario, iban todos los directores ganadores del Palmas de Oro y demás; hubo una gran cena en donde me crucé a Polanski, director al que admiro mucho, y pude conversar un rato con él. Eso fue algo lindo de hacer. Después, es un festival muy demandante donde uno va a trabajar sobre todo, tenés una agenda muy exigente de promoción de la película y presentaciones. Pero fue muy lindo compartirlo con Ricardo, Dolores, Javier Braier, Paulina García y la gente del equipo que pudo viajar. El final de función, abrazarnos y ver que la película era bien recibida es con lo que me quedo, sobre todo.
¿Tenés algún ritual en tu proceso creativo para arrancar a escribir? ¿Hay algo muy tuyo que sientas que sale afuera en tus historias?
Soy un escritor poco metódico y más bien desorganizado, entonces necesito en principio encerrarme en mi casa muchas horas, tengo que estar diez horas en mi casa encerrado solo para escribir tal vez dos horas. En paralelo recorro los lugares donde voy a filmar, voy con una camarita de video filmando cosas, sacando fotos. Cuando ya más o menos tengo armada la historia viajo a algún lugar que pueda tener que ver con la película, o no, a terminar el guión. Te diría que no hay una relación con mi biografía o mi experiencia, en general no soy yo nunca. Mi vida es mucho menos interesante que la de los personajes sobre los que escribo, así que no me sirve como fuente de inspiración; sí puede ser alguna película, algún libro, -ahora estoy leyendo una novela que voy a adaptar, “Pequeña flor” de Iosi Havilio-; alguna persona que conocí alguna vez, o las fantasías que puedo tener sobre una persona. Y también el actor me sirve como inspiración. Por ejemplo, Darín era casi un requisito para filmar La Cordillera, y yo le conté la idea antes de empezar a escribir la película, y por suerte le divirtió, en el sentido más puro de la palabra. Jugar a ser presidente en una película le pareció un desafío estimulante.
La última: ¿qué sensación te da ver tu propia obra terminada?
No lo sé todavía; en principio hay algo del trabajo cumplido, y ver que la película superó mis fantasías iniciales que me da una mezcla de placer y orgullo. Toda la experiencia de hacer cine es tan intensa que terminarla produce mucha emoción; después, yo tengo una relación un poco ambivalente con las cosas que hago, prefiero hacerlas y olvidarlas lo más rápido que puedo, porque sino uno se la pasa hablando todo el tiempo de lo mismo, un poco aferrado a algo que ya es pasado, ya está filmado. Yo ya estoy escribiendo una película nueva, ya me pongo en marcha para lo que sigue. Pero sin duda la sensación que me da la película terminada es alegría.