«Antes de La Menesunda, sólo existían cosas así en Disneylandia, hace cincuenta años demostramos todas las posibilidades que tiene un artista fuera de un cuadro, fue la más precursora de todas las obras», le dice a MALEVA Marta Minujín. Pero para entender qué es La Menesunda de Minujín, primero es necesario saber que la muestra montada en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (hasta el 28 de febrero) es una fiel reconstrucción de La Menesunda original, creada por Minujín y Rubén Santantonín en 1965 y exhibida en el Centro de Artes Visuales del Instituto Torcuato Di Tella durante quince días. Y aunque sólo podían pasar de a ocho personas por vez, se estima que unas cuatrocientas la visitaron por día, hasta dejarla en ruinas. La gente esperaba entre tres y cuatro horas en la calle Florida para entrar. Los diarios no la entendieron y la (des)calificaron como “tontería” y “estupidez” (La Gaceta), “lamentable” (La Nación), “enervante”(La Prensa); a sus creadores les dijeron “locos” y “sinvergüenzas” (Careo).
¿Qué es, entonces, La Menesunda? El texto curatorial lo explica así: «La Menesunda era, decididamente, una provocación; su objetivo, sacar a la gente del estupor de la vida cotidiana y obligarla a enfrentarse a esa cotidianeidad representada por objetos en extremo familiares, para abrir nuevas lecturas”. Se trataba ―y se trata― de una estructura laberíntica que incluía un recorrido por once situaciones, una ambientación que buscaba provocar a través de diferentes experiencias. La Menesunda no es como un libro de Elige tu Propia Aventura. En este caso el camino está señalado, diseñado para provocarle un sacudón sensorial y, por qué no, también perturbar a quien lo recorra.
“El MoMA y la Tate Modern la quieren. Fue una obra que rompió con los esquemas del arte en el mundo – le explica Marta Minujín a MALEVA -, y fue en la Argentina y hecha por una mujer. Fue absolutamente precursora, la más precursora de todas las obras, y por eso me parece interesante volver a hacerla…»
“Es un muestrario de posibilidades que se pueden dar dentro del arte como una expresión ―le dice Marta Minujín a MALEVA―. Cómo puede expresarse el artista proponiendo diferentes situaciones. Hace cincuenta años demostramos todas las posibilidades que había fuera del cuadro. Era como entrar en un cuadro. La gente entra y lo vive, y cambia su manera de caminar, de todo. El artista te obliga a realizar determinadas acciones que te llevan a otro mundo, al de la creación. Pero sigue siendo arte plástico, no es ni teatro ni cine. Antes sólo existían cosas así en Disneylandia; pero esto es arte, y que te produzca esos efectos fantasiosos es raro.”.
Minujín cuenta que la idea de volver a montar La Menesunda surgió del interés que demostraban por la obra otros museos donde ella está exponiendo. “El MoMA y la Tate Modern la quieren. Fue una obra que rompió con los esquemas del arte en el mundo. Y fue en la Argentina y hecha por una mujer. Fue absolutamente precursora, la más precursora de todas las obras, y por eso me parece interesante volver a hacerla ―sigue Minujín―. En aquel momento rompió muchísimo, pero hoy la gente sigue percibiendo una cosa distinta y nueva. Todo el que sale quiere volver a entrar y está contentísimo. No fue el escándalo de la otra vez pero sigue sorprendiendo. Y eso que ahora saben de antemano todo lo que hay”.
«Se trataba ―y se trata― de una estructura laberíntica que incluía un recorrido por once situaciones, una ambientación que buscaba provocar a través de diferentes experiencias. La Menesunda no es como un libro de Elige tu Propia Aventura. En este caso el camino está señalado, diseñado para provocarle un sacudón sensorial y, por qué no, también perturbar a quien lo recorra…»
Cincuenta años después, en el Mamba también hay cola para entrar. Para empezar hay que subir por una escalera que lleva al Túnel de TV, donde originalmente había dos televisores que reproducían la imagen del visitante en circuito cerrado (en 1965 para la mayoría significaba verse por primera vez en una pantalla) y otros cinco emitían la señal de canales de televisión abierta. Hoy, además de las imágenes del visitante, los televisores muestran noticieros de esa época, que el museo consiguió en el Archivo General de la Nación. Esta sala mostraba el avance de la tecnología y el peso de los medios de comunicación. A simple vista puede parecer que el efecto envejeció, pero si se tiene en cuenta la discusión sobre el rol de los medios de comunicación en estos días, se puede notar el carácter innovador de La Menesunda en su tiempo. Escaleras abajo se atraviesa el túnel de Neón, la sala más pop, y luego de volver a cruzar por los televisores, el recorrido continúa.
(Advertencia: si el lector no quiere que este cronista le arruine la sorpresa de saber qué hay en la sala llamada Dormitorio puede saltear el párrafo siguiente, pero saberlo no cambia la experiencia, bastante chocante, de estar ahí.)
«En lo que Minujín llama el Dormitorio hay una pareja (un hombre y una mujer de carne y hueso) acostados en una cama. La escena podría haber sido tomada del decorado de Mad Men. Él lee el diario (en 1965 también fumaba) y ella, apoyada sobre un costado, le habla. De fondo suenan los Beatles. Quizás es el shock de encontrarse cara a cara con dos personas semidesnudas representado muy bien una escena tan íntima, pero el golpe es efectivo.»
En lo que Minujín llama el Dormitorio hay una pareja (un hombre y una mujer de carne y hueso) acostados en una cama. La escena podría haber sido tomada del decorado de Mad Men. Él lee el diario (en 1965 también fumaba) y ella, apoyada sobre un costado, le habla. De fondo suenan los Beatles. Quizás es el shock de encontrarse cara a cara con dos personas semidesnudas representado muy bien una escena tan íntima, pero el golpe es efectivo.
A continuación, una escalera angosta y empinada nos transporta al interior de la cabeza de una mujer. Una sala rosada, decorada con espejitos, lápices labiales, esmaltes y muchos colores, donde una chica muy linda ofrece sus servicios como maquilladora y masajista. Luego del Canasto Giratorio, una sala circular con paredes giratorias que revelan distintas salidas, se llega a los Intestinos. En este momento uno siente que empieza a adentrarse cada vez más en La Menesunda. Los espacios se achican, los caminos se confunden y todos los sentidos son desafiados.
El recorrido continúa y es cada vez más abrumador. En La Ciénaga el piso es blando, hecho con colchones, las paredes de goma espuma y hay un olor muy fuerte. En el Teléfono, el visitante debe descifrar el código para poder continuar. También están la Heladera, con temperaturas bajo cero, y el Bosque de Texturas. La experiencia, a medida que se avanza, se vuelve más intrusiva y provoca en el visitante reacciones inesperadas.
La última sala, la Habitación de Espejos, es una habitación octogonal con paredes de espejos que en el centro tiene una cabina de acrílico transparente, desde donde se activaban luces negras y ventiladores que provocan un torbellino de papel picado para despedir al visitante.
Si se hace con paciencia, el recorrido completo de La Menesunda lleva tiempo (está construida sobre una superficie de cuatrocientos metros cuadrados). Experimento, provocación, obra de arte, máquina del tiempo. No importa la etiqueta que se le ponga. La Menesunda es la trampa de Marta Minujín para llevarnos a través del espejo que cruza Alicia en los libros de Lewis Carroll. Cuando se sale, se tiene la sensación de volver al mundo real.