Desde la estación de metro de Les Sablons, en la Avenida Charles de Gaulle, hay que caminar sólo tres cuadras para llegar al Bois de Boulogne, un enorme parque ubicado en el lado oeste de París, a mitad de camino entre el Arco del Triunfo y La Défense. Todos los fines de semana, miles de parisinos vienen acá para escapar de la vida en la ciudad. Hoy es jueves y Bois de Boulogne está tranquilo. Camino por la vereda arbolada, doblo en la Avenue du Mahatma Gandhi y veo mi objetivo: la Fundación Louis Vuitton.
De lejos, lo que tengo a la vista me impacta: el edificio parece una enorme nave espacial, una versión futurista del Arca de Noé que podría ser parte de la escenografía en una película de ciencia ficción. La Fundación fue creada en 2006 por el empresario y coleccionista de arte Bernard Arnault, que desde 1989 es el principal accionista de la compañía francesa. En 2001, Jean-Paul Claverie, uno de sus asesores, le insistió para que conociera el Museo Guggenheim de Bilbao, obra del arquitecto estadounidense Frank Gehry. “¿Cómo pudo alguien imaginar algo tan increíble y, sobre todo, construirlo?”, se repitió maravillado Arnault durante la visita. Fue entonces cuando decidió conocer a Gehry. Primero se juntaron en Nueva York y después en París. Y el 27 de octubre de este año se inauguró la Fundación Louis Vuitton.
«De lejos, lo que tengo a la vista me impacta: el edificio parece una enorme nave espacial, una versión futurista del Arca de Noé que podría ser parte de la escenografía en una película de ciencia ficción. La Fundación fue creada en 2006 por el empresario y coleccionista de arte Bernard Arnault, que desde 1989 es el principal accionista de la compañía francesa.»
Parado frente al edificio, antes de leer las declaraciones de Arnault, yo me pregunto lo mismo: ¿cómo puede alguien imaginar algo así y después transportarlo a la realidad? Con razón en el New York Times escribieron que este edificio demuestra que el tiempo de Francia no pasó ni mucho menos y que la antigua gloire volvió a brotar inesperadamente. Me acerco de a poco. En uno de los extremos hay una fuente que, después de una cascada de escalones, deposita el agua en el subsuelo. Como un foso que, en vez de alejar enemigos, invita a contemplarlo.
Gehry ideó una nave central cubierta por doce velas de vidrio, que le dan volumen y movimiento a la construcción. “Nuestro deseo fue concebir un edificio que evolucione con el pasar de las horas y el cambio de luz para crear una impresión de efímero y cambio continuo”, dijo Gehry. La Fundación está emplazada frente al Jardin d’Acclimatation, el parque de diversiones más antiguo de Francia, un capricho de Napoleón III y su esposa, la emperatriz Eugenia, quienes en 1860 se enamoraron del Hyde Park de Londres y quisieron recrearlo en París. El arquitecto caminó por el jardín —que también fue remodelado— e imaginó una construcción que se pudiera fusionar con su entorno, sin entorpecerlo.
«La Fundación está emplazada frente al Jardin d’Acclimatation, el parque de diversiones más antiguo de Francia, un capricho de Napoleón III y su esposa, la emperatriz Eugenia, quienes en 1860 se enamoraron del Hyde Park de Londres y quisieron recrearlo en París.»
De cerca es cuando uno comprende la dimensión de la obra. Es un edificio titánico; una mole futurista de vidrio, acero y madera, imposible de abarcar con un solo vistazo. Adentro, en cinco plantas y un subsuelo, el museo tiene once galerías, un auditorio para 350 personas, una librería y un restaurante, Le Frank, a cargo del chef Jean-Louis Nomicos, ganador de estrellas Michelin. Los espacios son grandes y la iluminación natural, que llega desde ventanas y tragaluces, genera un ambiente límpido.
En la salas, dos muestras documentan la creación del edificio: A polite fiction, de Taryn Simon, con materiales y testimonios de la obra, y Strange magic, una película de Sarah Morris con música de Liam Gillick. En las otras galerías hay pinturas de Gerhard Richter, obras de Thomas Schutte y Cerith Wyn Evans y una película de Pierre Huyghe sobre un viaje a la Antártida. En la terraza oeste está la instalación “Where the slaves live” (“Donde los esclavos viven”), una escultura con forma de cisterna, hecha con materiales orgánicos e inorgánicos, del argentino Adrián Villar Rojas.
«De cerca es cuando uno comprende la dimensión de la obra. Es un edificio titánico; una mole futurista de vidrio, acero y madera, imposible de abarcar con un solo vistazo. Adentro, en cinco plantas y un subsuelo, el museo tiene once galerías, un auditorio para 350 personas, una librería y un restaurante, Le Frank, a cargo del chef Jean-Louis Nomicos, ganador de estrellas Michelin.»
En el patio interior del subsuelo, donde descansa el agua que llega desde la fuente, se puede ver la instalación “Inside the horizon”, de Olafur Eliasson, unos bloques rectangulares que —mitad espejo, mitad lámpara— disparan una luz amarillenta sobre el agua y hacen que la imagen se replique una y otra vez, como un calidoscopio gigante.
Desde la década de 1980, Louis Vuitton trabajó en el diseño de sus piezas junto a artistas plásticos como Takashi Murakami, Yayoi Kusama y Sol LeWitt. “El resultado fue una nueva, fresca y vibrante visión de la marca. Esta pasión es lo que empujó mi decisión de construir la Fundación Louis Vuitton, dándole a París un lugar que no sólo les rinde tributo a los artistas, sino que también los inspira en un virtuoso círculo de creatividad. El edifico de Frank Gehry es la primera declaración artística de la Fundación”, dijo Arnault.
«En la salas, dos muestras documentan la creación del edificio: A polite fiction, de Taryn Simon, con materiales y testimonios de la obra, y Strange magic, una película de Sarah Morris con música de Liam Gillick. En las otras galerías hay pinturas de Gerhard Richter, obras de Thomas Schutte y Cerith Wyn Evans y una película de Pierre Huyghe sobre un viaje a la Antártida.»
Las actividades de la Fundación se reparten en tres. Primero, la colección permanente, integrada por piezas propias y de la colección privada de Arnault, enfocada en el arte moderno y contemporáneo. Segundo, exhibiciones temporarias. Y, por último, ciclos musicales en el auditorio. La inauguración fue con un concierto del pianista chino Lang Lang, y luego hubo una serie de shows de Kraftwerk, la banda alemana pionera de la electrónica.
«La terraza es el mejor lugar para descansar y mirar París. Dividida en varios niveles, está protegida por las distintas capas del caparazón de vidrio que cubre la construcción. Descubrirla me sorprende, no esperaba que todavía quedara más, ni que la vista fuese tan buena.»
La terraza es el mejor lugar para descansar y mirar París. Dividida en varios niveles, está protegida por las distintas capas del caparazón de vidrio que cubre la construcción. Descubrirla me sorprende, no esperaba que todavía quedara más, ni que la vista fuese tan buena. De un lado se puede ver La Défense, el moderno distrito financiero, del otro el parque y sus bosques, la Torre Eiffel y el resto de la ciudad.
Ahora vuelvo a la planta baja y voy hacia la salida. Camino media cuadra y giro la cabeza para ver el edificio entero una vez más. Me sigue pareciendo inmenso, inabarcable. Doblo por una calle arbolada y me alejo despacio hacia el centro de París.