«Quiero que llorar en público sin sentirse incómoda sea algo tan habitual como reírse…»: entrevista a Pepita Sándwich

Viernes de invierno en Palermo/Conversamos con la dibujante e ilustradora en su paso por Buenos Aires, a raíz del lanzamiento de su libro «El arte de llorar»/La soledad de un pueblo de Vermont, la doble vida en los sueños, viajes psicodélicos a la antiguedad y la misión de romper el tabú de llorar/Además: ¿por qué piensa que su «casa emocional» es la capital argentina aunque viva en Nueva York?

Si bien vive en Nueva York, Pepita considera a Buenos Aires su «casa emocional». 

«Quiero que llorar en público sin sentirse incómoda sea algo tan habitual como reírse…»: entrevista a Pepita Sándwich. Por Melisa Boratyn. Fotos: Thalia Gómez para MALEVA.

Quedamos en Atte pizzería, en el barrio de Palermo de Buenos Aires, un viernes al mediodía. En menos de una semana me devoré «El arte de llorar» el nuevo libro de Pepita Sándwich, dibujante e ilustradora argentina radicada en Nueva York y quiero que hablemos de todo. MALEVA le encuentra vestida de manera envidiable y con anteojos azules, un sello a lo Victoria Ocampo que la distingue. Entre tazas de té, porciones de fainá, dibujos y stickers, escucho mientras me cuenta todo lo que aprendió acerca de lo valioso y necesario que son las lágrimas. Antes de empezar me entrega mi licencia para llorar.

Soy una persona que tiene el llanto muy fácil y suelo perder el control en casamientos, actos en el colegio de mí hija, escuchando música o viajando en el colectivo, algo que aunque me da un poco de pudor, siempre me ayuda a sanar. Por eso me encantó que hayas pensado un libro como una herramienta para acompañar esos procesos. ¿Qué te llevó a embarcarte en el camino de «El arte de llorar»?

Mí mamá dice que hasta los nueve años lloraba por todo, algo que a diferencia de muchas personas seguí haciendo hasta la adultez aunque con más vergüenza, lo que me llevaba a esconderme o ponerme anteojos si estaba en público. Hace unos años me mudé a Vermont para hacer un Master en comics, donde vivía en un pueblo muy chico con cero comunidad latina, lo que fue un gran shock cultural que me hizo derramar muchas lágrimas. En enero de 2020 me instalé en Nueva York y pasé por otro proceso complejo que también me hizo llorar mucho. Entonces empecé a dibujar y anotar cuándo, dónde y por qué lo hacía, lo que dió inicio al diario de las lágrimas.

Con ese diario Pepita empezó a preguntarse por qué lloramos y convirtió sus anotaciones en un hilo en Twitter donde compartía con otras personas sus llantos como si se tratara de un poema infinito. Cuando Nueva York se volvió el epicentro de la pandemia, la situación era tan tremenda que hizo todo para volver a Buenos Aires pero como no era un caso de urgencia no le quedó otra que quedarse. «En ese momento empecé a tener sueños muy lúcidos en los que lloraba o que hacían que me despertara llorando. En uno mí abuela me vino a visitar y todo estaba tan vivido que podía sentir la textura de su sweater y su olor. Cada sensación era muy potente y entendí que estaba en modo supervivencia».

Hace unos años vi un posteo donde hablabas acerca de una terapia psicodélica que me quedó resonando y que vuelvo a recordar cuando mencionas esos sueños tan vívidos. ¿Qué cambió después de pasar por ese proceso?

Toda mí vida sentí que tenía una doble vida a través de mis sueños, así que empecé a estudiar el inconsciente y las terapias psicodélicas hasta que dí con una universidad en Nueva York que investiga los efectos de estas drogas en casos de depresión, ansiedad y estrés. Ya estaba trabajando en el libro y quería saber si podía llorar en un estado psicodélico, así que hice una sesión de terapia de ketamina a cambio de contar mi experiencia en forma de cómic. Ese día entré en un cuarto muy cómodo, donde me dieron auriculares con música y me inyectaron la droga mientras me acompañaban.

«Hace unos años me mudé a Vermont para hacer un Master en comics, donde vivía en un pueblo muy chico con cero comunidad latina, lo que fue un gran shock cultural que me hizo derramar muchas lágrimas. En enero de 2020 me instalé en Nueva York y pasé por otro proceso complejo que también me hizo llorar mucho. Entonces empecé a dibujar y anotar cuándo, dónde y por qué lo hacía, lo que dió inicio al diario de las lágrimas…»

Con la primera dosis Pepita ya había abandonado la habitación y vio a su abuela que le mostraba una galaxia mientras ella bailaba. A los diez minutos cuando le preguntaron «do you want to go deeper?» no pudo hacer más que contestar que sí. «Cuando fui más profundo vi mucha naturaleza y cascadas, siempre con una sonrisa y llorando de felicidad. Me fui a la Antigua Grecia, a Egipto y ví una cadena de mujeres embarazadas que eran mi mamá, mi abuela y mi bisabuela. Salí de ahí como si me hubieran sacado un velo de los ojos y empecé a ver todo de manera diferente. También sentía que la gente estaba muy triste» confiesa.

Cuando pienso en el llanto me vienen a la cabeza dos palabras, catarsis y represión. Cómo tengo hijos chicos en mi casa las lágrimas son moneda corriente. Vivo en un universo donde se llora por todo, contrario a lo que hacemos los adultos que más bien lo escondemos. ¿En qué momento cambió nuestro vínculo y qué descubriste con respecto a la represión?

Mi deseo era entender por qué lloramos pero después empecé a investigar en qué momento nos conectamos con las lágrimas y si alguna vez no fue un tabú. Leyendo investigaciones científicas aprendí que el llanto evoluciona en el ser humano porque cuando nos erguimos en dos patas nuestras caderas se achican y no hay lugar para seguir en el útero, por lo que nacemos antes de tiempo. Eso hace que como bebés necesitemos ayuda para todo y las lágrimas son nuestra herramienta y pedido de ayuda. Otra cosa que pasa es que cuando vemos a alguien llorar nos ponemos en el mismo estado emocional por las neuronas espejo que nos vuelven seres empáticos. El problema es que a lo largo de la vida nos enseñan que no hay que llorar o ser vulnerable, por eso perdemos esta herramienta tan necesaria.

Mientras ojeamos el libro, Pepita me comparte datos históricos que incluyó y me explica que «no llorar es un mandato social que se instaló con el tiempo aunque no siempre fue así. En la Antigua Grecia se lloraba por placer y había filósofos que creían que las lágrimas eran como los humores del cerebro, mientras que en Egipto se usaban en rituales y en la época victoriana había botellitas que si llenabas con tus lágrimas cuando se evaporaban se terminaba el duelo. Obviamente es una metáfora ya que es imposible de lograr, aunque es un concepto muy hermoso. En el siglo XVIII cuando surgió la novela romántica el llanto se empezó a asociar con el hogar y la vida privada. Luego el patriarcado hizo lo suyo y terminó de unir el llanto con el mundo emocional y «femenino» como algo despectivo«.

«Mi deseo personal siempre fue poder llorar en público sin sentirme incómoda y quiero que sea algo tan habitual como reírse. De hecho hay estudios que demuestran que si bien no hay diferencias en la salud física de las personas que lloran mucho y las que no lo hacen, las primeras tienden a ser más empáticas, lo que demuestra que si aprendemos a llorar, en especial cuando a otro le pasa algo, el mundo puede ser un mejor lugar…»

Pepita es colaboradora de varios medios en el exterior. Uno de ellos es el Washington Post, donde desde el 2019 ilustra para «The Lily», su suplemento feminista, donde le propusieron hacer ensayos visuales que partían de experiencias personales y problemáticas que la atravesaban como la ansiedad frente al dinero o la decisión de ser o no madre, y compartir con otros lo que le pasaba. Para el libro tomó el mismo formato haciendo del dibujo su gran aliado para ampliar metáforas y expandir el significado de muchas de las cosas que descubrió en su investigación.

¿Podríamos decir que le estás haciendo buen marketing al llanto?

Mi deseo personal siempre fue poder llorar en público sin sentirme incómoda y quiero que sea algo tan habitual como reírse. De hecho hay estudios que demuestran que si bien no hay diferencias en la salud física de las personas que lloran mucho y las que no lo hacen, las primeras tienden a ser más empáticas, lo que demuestra que si aprendemos a llorar, en especial cuando a otro le pasa algo, el mundo puede ser un mejor lugar. En una época en donde el individualismo es la norma, volver a estar unidos es lo mejor que nos podría pasar.

¿Pensás qué esa comodidad qué tenés con las lágrimas está relacionada con la manera en la cuál tú familia te acompañó cuando eras chica? ¿Tenés recuerdos o sensaciones de esos años a los qué querés volver?

Pasé una infancia muy linda en Palermo, cuando todavía se dormía la siesta y los domingos estaba vacía. Creo que siempre busco volver a esa sensación de confort y las lágrimas son mí canal para hacerlo. Tengo cuatro hermanos varones y mi mamá es la mujer más tranquila que conozco, por eso cuando alguno lloraba no era un problema sino que se acompañaba. Como no me divertía jugar a la pelota en los pasillos, me refugiaba en mi cuarto dibujando y creando un mundo interior o me iba con mí abuela al Museo de Bellas Artes, algo que en su momento me aburría mucho hasta que encontré el encanto. Ella estimulaba mí imaginación y me contaba cuentos con muchos capítulos que nunca terminaban.

«Lloré mucho estos días porque me vuelvo, por ejemplo acordándome de la risa de mí abuela con mi papá pero también lloré de risa con mis amigas, un cruce que considero es la mejor experiencia humana que puede existir…»

Si Buenos Aires es el lugar donde están tus raíces podríamos decir que Nueva York es el hogar de la Pepita adulta. Me gustaría saber qué significan ambas ciudades para vos y cuales son los detalles, cualidades y cosas que te emocionan.

Buenos Aires es mi casa emocional y me encanta llorar acá porque es una ciudad nostálgica donde me conecto con el pasado. De Nueva York me gusta que sea una ciudad tan cosmopolita, donde hay miles de historias que suceden al mismo tiempo. Llorar allá es más fácil porque cada uno está en la suya y no te miran. Y si bien pienso que es un lugar difícil e intenso por momentos, tiene una magia única donde las placas tectónicas se juntan para crear un gran volcán cultural. Me gusta entender mi identidad argentina en otra tierra y desde un lugar más libre sin los roles asignados que tenemos en nuestro lugar de origen.

Tomo prestada tu pregunta favorita para darle cierre a este encuentro. ¿Cuando fue la última vez que lloraste?

Lloré mucho estos días porque me vuelvo, por ejemplo acordándome de la risa de mí abuela con mi papá pero también lloré de risa con mis amigas, un cruce que considero que es la mejor experiencia humana que puede existir.

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En MALEVA hacemos fotos y coberturas en video con nuestros equipos MOTOROLA (Edge 40 Neo, Moto G84 5G y Moto G54 5G).