Después de exhibir sus esculturas hiper realistas en la Fundación Cartier en París, y lograr un record de visitas de 300.000 personas, el artista australiano Ron Mueck (58) un bajo perfil que trabaja – de manera reservada – en su taller de Londres pero cuyas muestras son tanques de convocatoria – lo cual lo convirtieron a él en una celebridad del arte contemporáneo – trajo por primera vez sus personajes a Sudamérica, al sur porteño, a la vuelta de Rocha, al museo PROA. La muestra durará hasta el 24 de febrero y en sus primeras dos semanas de inaugurada ya tuvo más de 20.000 visitantes por lo que se espera que también se convierta en un fenómeno de masas, tal como fue la de Yayoi Kusama en el MALBA.
¿Qué es lo que genera este interés del público? Que la obra impacta por lo realista – los varices, la suciedad en las uñas, las pupilas perfectas – porque el visitante se encuentra de golpe frente a individuos paralizados en el espacio, que pareciera que al tocarlos – un impulso de varios (anque está prohibido, claro) – van a revivir. O que la panza del señor en la playa en dos segundos se va a inflar con una respiración. O que el hombre con mirada de preocupación en un bote de madera te va a decir «ey, qué me mirás». Son personajes simples y ordinarios, ni bellos, ni exitosos, ni sonrientes. Parecen atormentados, melancólicos, retraídos y apáticos, y sobre todo, misteriosos. Porque nadie conoce sus historias. No hay más datos que su presencia, sus gestos, sus expresiones, sus vestimentas. ¿Quiénes son? ¿Qué hay en su cabeza? ¿Qué están haciendo? ¿En dónde están?
«Son personajes simples y ordinarios, ni bellos, ni exitosos, ni sonrientes. Parecen atormentados, melancólicos, retraídos y apáticos, y sobre todo, misteriosos. Porque nadie conoce sus historias. No hay más datos que su presencia, sus gestos, sus expresiones, sus vestimentas. ¿Quiénes son? ¿Qué hay en su cabeza? ¿Qué están haciendo? ¿En dónde están?»
«Mueck quiere que lo que la gente ve, sea creíble, él insiste mucho en eso. Pero no le interesa explicar sus obras, ni ponerlas en palabras. Para él es válido que a la gente se le disparen infinitas interpretaciones», dice a Maleva la directora de Programación y Curaduría de la Fundación PROA, Cintia Mezza. Maleva recorrió la muestra y recabó alguna información – gracias a Mezza y fuentes de PROA – y se formó algunas conjeturas que hechan algo de luz sobre el enigma de las obras, o mejor dicho, permiten darle un hilo argumentativo a las incógnitas, pero el misterio persiste, y ese es el encanto. ATENTOS A LAS IMÁGENES PORQUE EL PÚBLICO TIENE PROHIBIDO SACAR FOTOS.
Muchos sostienen que la cabeza que duerme, Mask II, una obra de 2002, es la de Mueck, algo que él nunca confirmó, ni negó. ¿Está relajado o directamente está feliz? Si se la observa desde abajo, hacia el mentón, parece una expresión de mucha mayor satisfacción que si se la observa de frente.
La clave de esta pareja diminuta (89 x 43 x 23) – obra que se expone por primera vez en Buenos Aires – está oculta a primera vista. Hay que verla desde atrás: él le agarra a ella con fuerza, con rudeza, el antebrazo. ¿La pretende besar contra su voluntad? ¿Le está haciendo mal por algo que ella le dijo? ¿La está reteniendo para que no se vaya? Ese gesto puede disparar mil historias, todas son válidas, pero lo seguro que es el quid de la escena está en esa tensión.
En la playa, tranquilos, una pareja de gente mayor. Ella tierna, él la mirada perdida. Ella con anillo en la mano, él no. Es una de las obras que más impacta por su tamaño 300 x 400 x 350 cm, pero acá sucede algo genial. “Son como dos abuelos y a uno puede resultarle familiar el tamaño porque sentimos la escala que teníamos siendo pequeños frente a los mayores”, explica Cintia Mezza. Una regresión inesperada – inconsciente – gracias al arte.
En esta obra nueva, el punto de interés, el ingreso a la trama, está en la mirada: perdida, ofuscada, cansadísima ¿Cómo si no hubiera podido dormir durante la noche por los llantos de su bebé? O algo peor, o alguna angustia existencial. Quién sabe. Y en las bolsas. «Hay todo un debate respecto a las bolas porque indicarían que pese a que el aspecto de la mujer es el de una típica mujer de clase trabajadora de Inglaterra, las bolsas van muy llenas, por lo cual su situación no sería tan de escasez», señala la curadora de PROA.
«En «Couple under an Umbrella» sucede algo genial. “Son como dos abuelos y a uno puede resultarle familiar el tamaño porque sentimos la escala que teníamos siendo pequeños frente a los mayores”, explica a MALEVA, la directora de programación y curaduría de PROA, Cintia Mezza. Una regresión inesperada – inconsciente – gracias al arte.»
Acá llama la atención la herida cortante, pero no hay que dejar de mirar los ojos del muchacho, y el gesto en la cara de incredulidad, y de algún modo, despreocupación. ¿Está acostumbrado a la violencia? ¿Es una visión crítica de Mueck hacia la juventud?
A diferencia de las otras obras de Mueck, en esta, el bote no fue fabricado para la obra sino que ya existía. Ya acá se entra al plano del surrealismo, a un territorio de ensoñaciones. ¿Qué hace este hombre, desgarbado, desnudo, en un bote de madera? Además no está impávido. Aquí también la clave podría estar en su cara, en su mirada: está perturbado, mirando algo que lo descolocó, que tal vez se aproxima y lo incomoda, o lo inquieta. ¿Qué?
Esta es una escena atávica, en parte, prehistórica. Una mujer desnuda, la piel con rosácea, lastimada por las ramas (que son de verdad), pero aún así, se desliza un gesto de satisfacción en su rostro. Otra hipótesis que se suele barajar: ¿es una bruja?
¿Este hombre está a la deriva de qué? ¿Y está crucificado? Parece – por la altura, y la luz – una cruz en un altar. «¿Está serio y bronceado, y estará crucificado por la crisis de los 40 o 50 años?», se pregunta Cintia Mezza.
Nota de la revista: en la muestra también hay una escultura de un animal, no les vamos a dar ningún dato más, para que el impacto sea mayor.