Opinan reconocidos psiquiatras, psicólogos y sociólogos. ¿Cuáles son los efectos mentales del aislamiento? Catorce días que después son catorce más ¿cómo asimilarlo lo mejor posible?/El riesgo – también dañino – de la «infodemia»/La maravillosa lucidez de Susan Sontag (que hay que releer hoy más que nunca)/El vecino como enemigo, la psicosis lejos de cualquier cordura, y el error de vivir la cuarentena como una pena de prisión
Aunque a todos nos cueste, hay que intentar pensar que no es una larga pena de prisión sino algo «corto» y necesario
Preguntas urgentes y existenciales sobre la cuarentena (el vecino enemigo, la infodemia, y la ciudadanía de «enfermo»)Opi
Al día de la fecha, estamos todos en cuarentena. En este caso no son 40 días, son más bien, por ahora, varias repeticiones de 14. ¿Qué pasa si tenemos que quedarnos encerrados por tiempo indefinido? ¿Qué efectos sociológicos y psicológicos nos trae el encierro? ¿Cómo se dio históricamente? Éstas y muchas otras preguntas nos hicimos en MALEVA, y para responderlas entrevistamos a Adriana Amado, Licenciada en Letras y doctora en Ciencias Sociales, especialista en medios, Luciano Luterau, Psicoanalista, doctor en Filosofía y escritor, y Pablo Resnik, médico psiquiatra, docente y especialista en el campo de trastornos de ansiedad. Además, contamos con el testimonio de Olivia Achaval, Licenciada en Sociología y especializada en políticas sociales y de género y asesora política en Reino Unido.
A raíz de la aparición del temido, virulento y contagioso COVID-19, nuestro país, a modo de espejo de otros países, dispuso medidas de aislamiento social preventivo y obligatorio para evitar el contagio por contacto. La cuarentena es un término histórico que se usó para controlar pestes, plagas y enfermedades como la lepra. Michel Foucault, filósofo francés, en Vigilar y Castigar – Nacimiento de la Prisión, habló sobre la cuarentena, sobre las nuevas formas de control ejercidas sobre los individuos, y de cómo los castigos físicos fueron sustituidos por control a través de la disciplina. En el Siglo XIX aparecieron las psicosis propias de las cárceles, como resultado del encierro. Foucault trajo la metáfora del panóptico, un eficiente diseño carcelario que permite mantener vigilados y controlados a los individuos; éstos no pueden distinguir cuando están siendo vistos y cuando no, lo que garantiza un comportamiento deseado. Es un especie de Gran Hermano, que hoy se nos reproduce con la idea de salir a la calle en el contexto de este virus.
Si pensamos en contextos similares, como de Guerra y ciudades ocupadas, salir a la calle implicaba un riesgo, pero eso conllevaba cierto erotismo. En estos tiempos, en cambio, “la transgresión no tiene erotismo. Se convierte en una condena moral. El que transgrede la cuarentena, se convierte en un hijo de puta y queda escrachado mediáticamente, en las redes”, observa Luciano Luterau, doctor en psicología y filosofía.
Pero, ¿es este virus realmente tan temeroso? Sí, y no. Su letalidad, como todos bien sabemos, es baja. El problema es la rapidez de contagio y el colapso eventual del sistema sanitario, tanto como la psicosis colectiva que se genera en torno a él. Primero, es importante distinguir la diferencia entre realidad y fantasía. Susan Sontag tiene un texto hermoso, La enfermedad y sus metáforas, donde analiza toda la subjetividad que se juega en torno a enfermedades como el Cáncer y, a posteriori, el Sida (y aplicable al Corona Virus); enfermedades que fueron estigmatizadas y usadas como metáforas: “el potencial del sida como metáfora de la contaminación y la mutación”. Ella misma tuvo Cáncer y explicó: “me convencí de que las metáforas y los mitos matan (…) el modo más auténtico de encarar la enfermedad —y el modo más sano de estar enfermo— es el que menos se presta y mejor resiste al pensamiento metafórico”. Sontag, además, visibiliza que las metáforas maestras de estas enfermedades no provienen de la economía, por ejemplo, sino del vocabulario tétrico de la guerra: “Las células cancerosas no se multiplican y basta: «invaden». Como dice cierto manual, «los tumores malignos, aun cuando crecen lentamente, invaden». A partir del tumor original, las células cancerosas «colonizan» zonas remotas del cuerpo (…) También el tratamiento sabe a ejército.
“Estaba fabricando alcohol en gel casero, se prendió fuego y se tiró de un piso once», son el claro ejemplo de que las metáforas pueden ser muchísimo más nocivas que la realidad. Es casi una fantasía infantil, como la de jugar a la mancha. Me tocaron, lo tengo. Lo cierto es que la mera exposición no garantiza contagio, el contagio no implica desarrollar una enfermedad, y desarrollarla no implica muerte. Tenemos que evitar la fantasía de la manzana podrida”, me decía el doctor en psicología y filosofía Luciano Luterau…»
La radioterapia usa las metáforas de la guerra aérea: se «bombardea» al paciente con rayos tóxicos. Y la quimioterapia es una guerra química, en la que se utilizan venenos”. Es importante visibilizar estas metáforas, y librarnos de ellas, porque a veces pueden ser más peligrosas que la realidad misma. También es importante ver qué fantasías se nos juegan a cada uno de nosotros. Noticias como “Estaba fabricando alcohol en gel casero, se prendió fuego y se tiró de un piso once», son el claro ejemplo de que las metáforas pueden ser muchísimo más nocivas que la realidad. “Es casi una fantasía infantil, como la de jugar a la mancha. Me tocaron, lo tengo. Lo cierto es que la mera exposición no garantiza contagio, el contagio no implica desarrollar una enfermedad, y desarrollarla no implica muerte. Tenemos que evitar la fantasía de la manzana podrida”, me decía Luterau. Nietzsche también formuló esta idea en uno de sus textos: “Calmar la imaginación del inválido, de manera que al menos no deba, como hasta ahora, sufrir más por pensar en su enfermedad que por la enfermedad misma”.
A su vez, hubo una profunda necesidad de visibilizar un temor intangible; un virus microscópico, que no se ve. ¿Y cuál fue la mejor manera? La de apuntar al vecino, como forma de personificar el miedo invisible, por uno mucho más concreto y en este caso, más paranoico. “Esto nos lleva a un estado primitivo, en el que rápidamente nos podemos transformar en una horda de linchamiento. Hoy, es más mediático que físico, pero de todas formas, se traduce en denuncias a vecinos y gritos desde el balcón. Es una manera de controlar la situación, la ansiedad y el miedo”, explica Pablo Resnik, médico psiquiatra especializado en el campo de trastornos de ansiedad. El del al lado se convierte en el peor enemigo; esta pandemia revela una profunda hostilidad entre vecinos. Luterau habla sobre esto desde un aspecto muy freudiano: “Creo que la fibra íntima de todo esto, es que toca algo del núcleo erótico del ser humano. Que el vecino quiera coger o cantar me molesta porque es una actitud erótica y los efectos, que son la paranoia, la melancolía y la impulsividad, están todos muy vinculados con una profunda deserotización”. Dicho esto, creo que tenemos que entender que no vamos a poder controlar la situación y que es importante no consolarnos con pasiones envidiosas o teñidas de impulsividad. El hombre posmoderno, explica Luterau, “antes que pensar en su propia realización, condena la del otro”. Rompamos con esto.
Paradójicamente, además, este virus se mata con agua y jabón. No hacen falta armas químicas ni guerras nucleares. Y es importante lavarnos las manos, tanto como los ojos, por la sobrecarga desmedida de información que hay. Los noticieros usan música apocalíptica y muestran imágenes de desamparo. Adriana Amado, doctora en Ciencias Sociales nos explica: “Compartir una nota nos lleva entre tres y siete segundos. Si le dedicáramos más tiempo y pudiéramos filtrar qué compartimos, el flujo pararía muchísimo. Hay que confiar en que si hay algo verdadero e importante, te va a llegar”. La OMS justamente habló de “infodemia” para referirse a la sobreabundancia informativa falsa y su rápida propagación entre personas y medios.
“La profilaxis es igual, es desinfectar. Hay que lavar un poco lo que te llevas a los ojos”, sugiere Amado. Hay que parar un poco el consumo informativo para evitar crisis de angustia y desazón. ¿Las buenas noticias? Sí, porque las hay. Según Amado, “la epidemia visibiliza las condiciones de salubridad malas y obliga a la política a salir de la frivolidad en la que estaba; se debilitan estructuras viejas y se pone la luz en donde debe estar”. Este shock de realidad sin dudas es un proceso doloroso, pero implica salir fortalecidos.
“Esto nos lleva a un estado primitivo, en el que rápidamente nos podemos transformar en una horda de linchamiento. Hoy, es más mediático que físico, pero de todas formas, se traduce en denuncias a vecinos y gritos desde el balcón. Es una manera de controlar la situación, la ansiedad y el miedo”, explica Pablo Resnik, médico psiquiatra especializado en el campo de trastornos de ansiedad…»
Desde la sociología, la respuesta es necesariamente multidimensional e implica reconocer y visibilizar estructuras injustas que ya no queremos ni podemos sostener. Además, Amado asegura que, de esta crisis, vamos a salir mucho mejor comunicados. Para Luterau, “va a mostrar la inutilidad de la cuestión presencial y también nos va a mostrar lo irremplazable”. Ambos confesaron ser fanáticos del meme “esta reunión podría haber sido un mail”. ¿Cuántas reuniones y compromisos tenemos en nuestra vida diaria que son inútiles y nos drenan la energía?
Pablo Resnik, por su parte, pone el foco en la solidaridad y la unión: “Es muy importante no estar solos, aunque estemos solos. No aislarnos y compartir momentos por la pantalla es fundamental para no enfermarnos desde el lado anímico”. La virtualidad se convierte en realidad, y uno puede cenar con un amigo usando el celular. ¡Aprovechemos la tecnología! Olivia Achaval, socióloga especializada en educación, nos cuenta: “Lo que esta situación realmente nos exige no es tanto distancia social sino más bien distancia física e intimidad emocional. Esta intimidad tiene que ver con la propia subjetividad y con cómo se establecen relaciones con otros, en contextos donde los espacios cobran un nuevo significado”.
Creo que más allá de la claustrofobia por encierro, o la angustia del aislamiento, hay que pensar en todo lo que se juega alrededor de un virus. No vivir la cuarentena como una prisión, porque es temporaria, y en nuestros días no implica ninguna pena de muerte. Es importante ser responsables y cuidarnos entre todos. Tenemos que ver y analizar las metáforas que se nos juegan a la hora de representar la realidad, bajar los niveles de ansiedad, y disminuir el consumo informativo. Dejemos a los policías hacer su trabajo y no trabajemos nosotros como las fuerzas armadas en nuestra vecindad. Y si bien ahora nos ponemos todos a apuntar dedos, desde el lado de los sanos, va a llegar un punto en el que la mayoría esté del lado de los enfermos. Así de movilizante lo explica Sontag: “A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”.
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