Si uno sabe buscar, hoy en día se puede encontrar en Internet cualquier cosa sobre un bar o un restaurante: cuál es el plato o el trago estrella, a qué hora y qué días se llena o está vacío, qué no hay que pedir y hasta cómo se llaman los bartenders. Sin embargo, salvo que se trate de un lugar con bandas en vivo, memorabilia rockera o algo temático en esa línea, es muy difícil enterarse cuál es la propuesta musical de un lugar. Y digo “propuesta musical” no por sarasa marketinera: no se trata solamente de qué música se pase, sino a qué volumen, en qué orden, con qué calidad de sonido. Es un dealbreaker bastante literal: si la decoración no te gusta mucho pero te recomendaron la comida te quedás a ver qué onda. Pero si la música está demasiado fuerte o es un desastre, lo más probable es que no te lo banques y te termines yendo.
Si yo tuviera mi propia guía de bares y restaurantes (ejem, ejem inversores) en la ficha básica para cada lugar estaría seguro la música (y la iluminación, tema omnipresente en mis notas, si me vienen leyendo). Como todavía no existe, mi granito de arena para ustedes lectores de Maleva: algunos bares que me gustan con ambientaciones musicales que que cierran, suman y te arman la velada.
Se me ocurrió la idea de esta nota por Verneclub (Medrano 1475, Palermo), uno de mis lugares preferidos en Buenos Aires hoy. Más allá de la temática steampunk, muy sutil, el bar es ante todo una clásica barra con cantineros que escuchan historias e inventan tragos acordes. La zona de los silloncitos, más alejada de la barra, es romántica y privada: se trata (salvo los viernes o sábados, desde ya) de un lugar donde disfrutar de una situación de intimidad con una pareja, una amiga o las propias penas. Y lo primero que noté cuando empecé a ir es que la música definitivamente acompaña esa onda: jazz, pero no sólo jazz, jazz melanco, jazz de tener que sacudirse la nostalgia cada tanto para no llorar sola en un bar como una ridícula. Definitivamente el artista que más suena es Chet Baker, y más de una vez, sola en esa barra, me he reído recordando historias y personas del pasado cuando empiezan a sonar temas como “I get along without you very well” o “Let’s get lost”. Eso si estás en ese mood, claro: lo mágico de la música es que uno la lee según como esté uno. “Let’s get lost”, si estás con alguien, es un tema super sexy. Los viernes y sábados mantienen la movida ‘50s pero mucho más up: mucho swing y boogie-woogie, estilo The Andrews Sisters.
«Digo “propuesta musical” no por sarasa marketinera: no se trata solamente de qué música se pase, sino a qué volumen, en qué orden, con qué calidad de sonido. Es un dealbreaker bastante literal: si la decoración no te gusta mucho pero te recomendaron la comida te quedás a ver qué onda. Pero si la música está demasiado fuerte o es un desastre, lo más probable es que no te lo banques y te termines yendo.»
En un ambiente dominado por la explosión de la coctelería clásica, la propuesta de Lupita (Fitz Roy 1874 en Palermo, y Pto Madero, Las Cañitas y Punta del Este) brilla por lo original: un bar-restó mexicano que no está pendiente de la ortodoxia o la autenticidad sino de brindar algo que guste y ante todo una ambientación divertida y bien nocturna. Para esta nota pasé por el local de Fitz Roy, el más nuevo, pero Andrés, el bartender, me explicó que así como la comida, la decoración y la coctelería, la música estaba unificada en los tres bares, el de Palermo, el de Cañitas y el de Puerto Madero. Definitivamente va con el concepto del lugar: versiones “actuales” de rancheras o música latina, como tuneadas para no sonar grasas (a mí me da igual, sueño con que un día hablan un bar homenaje a Luismi, pero son mis propios caprichos esos), super invitante a charlar y conocer gente (vi mucho de eso en el local: está bastante lleno de chicas y, naturalmente, de chicos). Me gustó mucho la forma en que manejan el volumen y el sonido, como envolvente: no te fuerzan a gritar en horarios en que claramente querés charlar pero te hacen sentir perfectamente “en onda”, y van subiendo la intensidad de forma bastante inteligente a lo largo de la noche. Ideal para ir de levante con amigas y también para una primera cita muy décontracté.
Francamente no quiero contar mucho de Harrison’s (Malabia 1742) Dado que hace un tiempo que existe ya seguramente muchos lectores de Maleva lo hayan conocido, pero es un poco como spoilear los Soprano: sí, terminó hace mil años, pero es una experiencia que cada uno tiene que hacer por sí mismo y está bueno no eliminar el efecto sorpresa. Se trata de un speakeasy ubicado detrás de “algún” restaurante en Palermo, que se toma muy en serio la atmósfera speakeasy en sentido estricto: o sea, no se trata solamente de un bar escondido, sino de un lugar que quiere recrear la época de la Ley Seca, el mercado negro y el lujo decadente de Estados unidos en las primeras dos décadas del siglo XX. La música corresponde, desde ya, a la década del ‘20: jazz de esa época, charleston, todo muy estilizado, no se siente para nada disfrazado si no más bien como un viaje en el tiempo super chic. Busquen, encuentren y conozcan.
“Verne Club es jazz, pero no jazz cualquiera, jazz melanco, Los viernes y sábados mantienen la movida ‘50s pero mucho más up. Lupita esrRancheras o música latina como tuneada para no sonar grasa. Súper invitante para charlar. En Harrison´s, la música corresponde a la década del veinte. En Basa la música que les gusta pasar es ante todo música negra. Y en el Hotel Plaza me fascinó el dulcísimo pianista en vivo”
Me interesaba prestar atención a la música en BASA (Basavilbaso 1328, Retiro) porque es un lugar con una vibra muy Los Angeles en una ciudad tan neoyorquina como es Buenos Aires. Efectivamente, la música se acopla a eso. Todos los miércoles están las Baron B Vinnyl Sessions con Blas Finger, un DJ que también trabajó en el bar 878. La música que le gusta pasar es ante todo música negra, que genera siempre una cosa relajada y cool pero a la vez es suficientemente amplia como para ir armando distintos sets para distintos momentos y lugares: Stevie Wonder, por caso, no tiene nada que ver con Marvin Gaye. El desafío, cuenta Blas, es ir leyendo el estado de ánimo de la gente a medida que transcurre la velada. Es interesante además que la barra y el restaurante armaron una propuesta diseñada para acompañar a la música: ofrecen las dos variedades de Baron B con un precio promocional y dos opciones de picoteo para compartir, a lo que se suman cinco cocktails especialmente diseñados para la ocasión. Como para relajarse y disfrutar en un día cada vez más popular para salir, justito en el medio de la semana.
No podía faltar en esta nota un lugar con música en vivo. El Plaza Hotel (Florida 1005) es un lugar con muchísima tradición: hoy día no es puro glamour, pero sí una escapada hermosa para conocer el Buenos Aires de otra época, con una coctelería muy cuidada y geniales picadas de “ingredientes”. Pero lo que me fascinó para esta nota fue el pianista en vivo: como en las películas, un dulcísimo pianista (que toca ahí hace cerca de treinta años: se jubila este año, según me comentaron) toca sin parar toda la noche, algunos clásicos, otros más difíciles de reconocer, creando una atmósfera que te envuelve y te hace sentir que la música en vivo como costumbre nunca debería haberse terminado, que no da lo mismo que lo haga una persona o una máquina. Para escaparse un día de tanto ruido moderno.
Otras fotos: CC. Brando Giesbrecht, CC. Jacopo Minnai, CC.Johny Le