Las colecciones permanentes de los museos de Buenos Aires deberían generan tanta pasión como el fútbol (o más, teniendo en cuenta que ofrecen una experiencia casi inmune al paso del tiempo). No tendremos una Mona Lisa a la que apuntan miles de flashes a diario o un templo de Egipto en el medio de la ciudad, pero sí contamos con hermosas piezas nacionales e internacionales que esperan ansiosas nuestra visita. A continuación, una selección de Maleva de las perlitas imperdibles.
Estas son las perlitas imperdibles de las colecciones de arte permanentes de los museos de Buenos Aires:
De todas las piezas que tiene para ofrecer el museo, entre imponentes de El Greco, Monet, Modigliani, Manet, Rembrandt y Sívori, la que garantiza un golpe directo al corazón es El Beso de Rodin. El tamaño y la suavidad de la acción que representa, pueden hacer que hasta el más escéptico se encuentre rodeándola embobado. Otra perlita es La vuelta del malón de Ángel Della Valle, considerada la primera obra de arte genuinamente nacional y adquirida por el museo hace más de cien años. Tiene casi dos metros por tres y causó un fuerte impacto en la época por su contenido político. Hoy, sus texturas y el manejo de la luz siguen generando admiración.
(Av del Libertador 1473 – Cierra los lunes)
Fuimos a ver a Kusama, a Testino y a Warhol pero nunca pudimos dejar de visitar la colección permanente del primer piso. Sea por su salita de Xul Solar con 5 piezas perfectamente iluminadas del artista nacional o por Manifestación de Antonio Berni, la emblemática obra de casi dos metros por dos metros y medio, en la que cada cara merece un minuto de atención. Y después está Frida, o mejor dicho: primero está Frida.
(Av Pres. Figueroa Alcorta 3415- Cierra los martes)
La colección que está disponible al público hace menos de cinco años nos deja pensando cuántas otras perlitas de este tipo se encuentran expuestas sobre sillones de departamentos y casonas privadas. Algunas de las que más nos gustan son un dibujo de Gustav Klimt de una figura femenina apenas esbozada en lápiz, que deja ver qué pasaba en su estudio antes de que llegue el color y el dorado que tantas veces vimos; el Bouquet de Printemps de Marc Chagall que nos transporta al Palais Garnier de París; y Juliet and her Nurse de Turner, ícono del museo que se puede volver a ver cien veces sin dejar de sorprenderse con un detalle nuevo. Y todavía no llegamos al segundo piso, donde descansan las piedras preciosas: figuras y relieves egipcios. El más antiguo data del 2360 a.C. Sí, como los que están en el Met de Nueva York o el British Museum de Londres. En la estela egipcia de la foto hay registros que invocan a Osiris.
(Olga Cossettini 141- Cierra los lunes)
Mejor que observar una obra, ¿qué tal sumergirse en una habitación bañada en pintura del piso al techo? El museo del Bicentenario, que se encuentra al lado de la Casa Rosada contiene Ejercicio plástico, “el mural de Siqueiros”, obra de 1933 realizada por el artista mexicano en colaboración con Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, y el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro, declarada Bien de Interés Histórico Artístico Nacional. Dato: en la página del museo se puede hacer una visita virtual con una vista 360º ).
(Paseo Colón 100 – cierra lunes y martes)
7.000 obras tiene la colección permanente del museo, que abarca arte argentino desde 1920 hasta la actualidad y algunas piezas internacionales con firmas como las de Kandinsky, Miró y Mondrian. Las argentinas son tan diversas e inconfundibles como Juanito Laguna lleva comida a su padre metalúrgico, collage de Berni. Hasta fines de junio, se puede ver Argentina Lisérgica, exposición que tiene como centro a 3 pianos decorados por Juan Stoppani que se ven mejor desde uno de los agujeros de la obra de acrílico tallado de Rogelio Polesello.
(Av San Juan 350 – cierra los lunes)
Podríamos decir que el Museo de Arte de Tigre es de por sí una perlita que cautiva desde cualquier ángulo del que se lo mire (Maleva recomienda hacerlo desde el río, de noche y, si es posible, sobre un barco en movimiento). Pero no es solo una cara bonita: adentro hay buenas obras nacionales como La Majada de Sívori, que con sus 32cmx52cm traslada al espectador a un invaluable amanecer invernal en el medio del campo.
(Av Victorica 972 – cierra lunes y martes)
Como si las 400 hectáreas de verde no fueran suficiente, los Bosques de Palermo también tienen un museo encantador donde descansan obras como la colorida Señorita con abanico verde de Pettoruti y la oscura La Usina de Pío Collivadino. El primero, emblema del cubismo y la vanguardia de los años 20; y el segundo, un retrato de época que este año cumple un siglo.
(Av. Infanta Isabel 555 – cierra los lunes)
Las paredes, los techos y el piso de cemento oscuro alisado permiten que los colores de las obras brillen el triple. Y qué colores. Para que toda la colección permanente entre en el museo habría que colocar clavos hasta en el techo, así que el espectador solo puede ver las que estén elegidas para la exposición de turno. Algunas de las que más nos gustan son Color Picker de Karina Peisajovich, una especie de ojo de buey que da a un paisaje luminoso y multicolor creado por LEDs, y Sin título de Leila Tschopp, una obra en relieve que con sus azules sumerge a quien la mire por más de un instante, y lo saca de esas cuatro paredes para llevarlo a otro espacio. Difícil de describir si no se la tiene en frente.
(Av San Juan 328 – cierra los martes)
Fotos: Maleva y archivos de páginas y redes sociales del Macba, Malba, Museo del Bicentenario y MNBA