Si bien Pinamar se estira de la mano de quienes buscan combinar el confort con lo agreste, los paradores del norte pinamarense – a los que se puede llegar sólo en vehículos todo terreno o caminando (si bien la extensión al norte de Libertador los volvió más accesibles) – se muestran distantes y por eso mismo tienen un encanto que los hace diferentes. Una enorme cantidad de 4 x 4 y cuatris que se ubican a la orilla del mar parecen extender el sol de la tarde en un reflejo paralelo a las olas y perpendicular a quienes intentan surfear.
«No obstante a que tienen mucho en común – están en una enorme playa, sin carpas, con altos médanos de paisaje de fondo – los cinco paradores que visitamos se muestran diferentes, tentadores, cada uno tiene su gente y su movida, su estilo y perfil. Así, es desde SportBeach, el más cercano a las calles de Pinamar hasta el de Costa Esmeralda.»
No obstante a que tienen mucho en común – están en una enorme playa, sin carpas, con altos médanos de paisaje de fondo – los cinco paradores que visitamos se muestran diferentes, tentadores, cada uno tiene su gente y su movida, su estilo y perfil. Así, es desde SportBeach, el más cercano a las calles de Pinamar hasta el de Costa Esmeralda. Maleva te cuenta cómo son y qué ofrecen para poder disfrutarlos a pleno.
Es el primero viniendo desde el centro de Pinamar y tiene un perfil vinculado a los deportes náuticos. Se pueden tomar clases de skimboard (que es una especie de muy entretenido surf que se practica en las primeras olas de la orilla), windsurf, kitesurf (en los días con buena brisa, el mar se llena de barriletes de colores), moto de agua y padlesurf. Marina Romano, la responsable, le cuenta a MALEVA que también pasó por SportBeach la Maratón del Desierto y que también realizaron una fecha de Beach Polo. “Y el 24 y el 25 de enero hacemos acá el Campeonato Argentino de Motos de Agua y Jet Skis”, explica Marina. En SportBeach la convocatoria es múltiple: en un costado hay un espacio para los chicos con dos maestras jardineras; un área de sombra para camionetas en círculo y una playa amplia.
La propuesta gastronómica es muy playera: pizzas caseras (se destaca la de langostinos); frituras (inevitables rabas y unas llenadoras papas rústicas), ensaladas clásicas como la Caesar o la Primavera entre otras y bebidas también muy de la costa como Clericó y daikiris. También hay empanadas, jugos, lomitos. “Este año estamos apuntando a atraer a la familia, la gente sana, la gente del deporte – aclara Marina Romano – de noche no abrimos, no hacemos fiestas electrónicas para nada, tratamos de cuidar mucho el concepto del lugar” argumenta Marina.
Este es el parador que invita más al descanso que a la actividad. “Lo nuestro es mayormente familias que es un poco el sueño de lo que yo quería hacer acá. Cuando arrancamos estas playas eran playas como exclusivas de los motoqueros, y yo venía con mi familia, con dos hijos chicos y quería de alguna manera poder lograr que ellos estén en la playa tranquilos, y así surgió la idea de El más allá” dice Roby, el dueño del lugar que con una propuesta más íntima nos invita a quedarnos, a no pensar en la hora ni en el momento del regreso. A diferencia de SportBeach, el Más Allá se transforma con la llegada de la noche, aunque en este caso la tentación se vuelve gastronómica.
De día hay mucha comida rápida pero cuando salen las estrellas el Más Allá pasa a ser un restaurante de fondues de quesos y pierrades (se trata de un piedra caliente que se coloca sobre la mesa que viene acompañada por unas tablas que traen carne de cerdo, pollo, carne vacuna y otras que incluyen papa, batata, zuchini y zanahoria, y luego, cada uno va cocinando todo en esa piedra utilizando distintos tipos de salsa). Es cuestión de imaginarlo: velas en un comedor hexagonal de madera, con vista al mar y a la luz de la luna. Y un profundo disfrute con música suave y la posibilidad de exaltar cada uno de los sentidos, sentirse uno, al manejar los tiempos. Durante el día, en el afuera de El más allá, hay cuatris y caballos, una forma de ver si esos médanos que nos atrajeron son tan reales como los imaginamos. Una marca japonesa de camionetas, se encarga de cautivar a los futuros compradores con travesías dos veces por semana.
Más al norte que SportBeach y el Más Allá y en un paisaje desértico. “Este es otro mundo” nos dijo, Coco Ugartemendía, el dueño. Un lugar donde quienes lo frecuentan siguen llegando más allá de las 8 de la noche. El Límite es el parador donde algunos llegan con sus chulengos para hacer su asado playero y donde no es extraño que muchos se queden toda la noche, como una forma de ver la playa con otra mirada. De los paradores relevados, el de Coco es el que tiene una clientela más diversificada, como más lanzada y colorida que el resto. El Límite es uno de los pocos que explota su interior con mayor actividad que el resto.
Tiene una carta playera, rica en ensaladas, con pesca del día que incluye corvinas abiertas por el lomo y envueltas en papel de aluminio y cuando Neptuno lo dispone pejerreyes de medida que llegan a la voluptuosidad con la increíble blancura de su carne. Todo matizado con algo de asado cuando el viento se encarga de tentar al prójimo difundiendo el olor de la carne asada. Al menos a simple vista es notoria la calma, que nos permite intuir el microclima de cada gazebo porque la sombrilla no existe más y las carpas cuadradas se volvieron sepia superadas por lo colorido de las nuevas propuestas. “Con relación al público hay una mezcla del joven deportista y la familia entera que hace actividades. Damos sombra a cambio de consumo. Hay una escuela de surf, una de kite surf, y el auspicio de Arctict Cat, con sus cuatriciclos, que hacen salidas por los médanos como una variante” redondea Ugartemendía.
Este parador es el que se halla más al norte en territorio pinamarense. Ni siquiera está en la localidad de Pinamar sino en Montecarlo. Se puede, además, llegar desde la ruta 11 por una bucólica (aunque no muy bien mantenida) huella que atraviesa misteriosos bosques y dunas. El Límite es un lugar muy tranquilo, definido como ecológico por el uso de paneles solares para autoabastecerse de energía. La deriva ofrece kite surf y la posibilidad de navegar en catamarán. La carta es diferente a todas y ofrece comida más elaborada que la playera y una decoración diferente. Amplios sillones y una vista excepcional. Delicias cocinadas en un horno de barro esperan a los que quieran ir a comer de noche. Tiene una interesante carta de tragos con buenas caipirinhas y cocktails a base de ron. El ambiente es bajo perfil y muy calmo. Al igual que el resto de los paradores, está regenteado por pinamarenses. Como valor agregado merece destacarse un museo natural que depende de la Fundación Ecológica.
El parador de Costa Esmeralda, más al norte que todos, no está estrictamente en Pinamar porque estas arenas ya pertenecen al Partido de la Costa, sin embargo es como la continuación de la playa de Pinamar. Es el parador del barrio cerrado – que cada vez atrae a más gente – y si no te estás quedando en “Costa” podés llegar por la plata. Su principal atractivo es que estás en una playa súper relajada, en medio de la nada, sin tanto estrés de motores como en el resto de los paradores. Y que se respira bastante tranquilidad y hay un cierto espíritu de comunidad entre familias y grupos de amigos (se ve mucha tocata con la ovalada por acá). La propuesta gastronómica es playera, sencilla y práctica. Es un buen plan para quienes quieran un día de más tranquilidad. De noche tiene la magia de la luz del faro de Punta Medanos, ahí nomás.