La gran mayoría de los rankings no revelan ni explican en detalle cómo hacen los rankings, quiénes votan, cuánta gente participa.
¡Otra vez campeones! La enorme estupidez de los nuevos rankings gastro (y por qué nos gusta «creerles»). Por Rodolfo Reich.
Es así, no paramos de ganar. Como si no fuera suficiente con haber ganado el Mundial de fútbol, ahora la prestigiosa guía de gastronomía Taste Atlas colocó a la Argentina en el puesto número 1 del mejor pancho del mundo. Sí: un selecto grupo de jurados y usuarios del reconocido portal definieron a nuestro choripán como el mejor hot dog del planeta. Y no solo eso: esa misma lista ya había elegido unas pocas semanas antes a nuestro lomito como el tercer mejor sándwich del mundo. Y esta misma semana puso a la provoleta como el quinto mejor plato de queso en el planeta. De verdad, somos geniales.
Obviamente la noticia del choripán ocupando el primer puesto global repercutió en todo el país: no hay diario ni radio donde no se haya comentado con orgulloso albiceleste. Las redes sumaron discusión pública, con miles de usuarios locales festejando el logro. Y con otros tantos de países vecinos menospreciando nuestro grandioso choripán frente a sus empalagosos panchos atiborrados de mayonesa y palta.
Lo mejor de todo, lo realmente maravilloso del asunto, es la enorme estupidez que implica todo esto. En especial, la estupidez de tomar medianamente en serio un premio tan berreta otorgado por un sitio tan olvidable cuyo único propósito es generar engagement y clickbaits al por mayor. Es como esa zanahoria que se le pone al conejo para que corra, así funcionan estas listas: nos tiran una carnada esperando que reaccionemos… y acá nos ven, cumpliendo nuestro triste papel.
«Lo mejor de todo, lo realmente maravilloso del asunto, es la enorme estupidez que implica todo esto. En especial, la estupidez de tomar medianamente en serio un premio tan berreta otorgado por un sitio tan olvidable cuyo único propósito es generar engagement y clickbaits al por mayor. Es como esa zanahoria que se le pone al conejo para que corra, así funcionan estas listas…»
¿Por qué amamos las listas y nos fascinan las de afuera cuando hablan de nosotros?
Los lectores amamos las listas. Hace unos años la psicóloga y escritora bestseller Maria Konnikova explicó en The New Yorker esa atracción magnética que los individuos sentimos frente a rankings y listados. Citando a expertos en neurociencia y psicología, Konnikova asegura que las listas “llaman la atención, organizan espacialmente la información y prometen una historia que es finita, cuya longitud ha sido cuantificada por adelantado”. Así, “crean una experiencia de lectura fácil, en la que el trabajo pesado mental de conceptualización, categorización y análisis se completa mucho antes del consumo real, un poco como beber jugo verde en lugar de masticar un paquete de col rizada. Y hay poco que nuestros cerebros anhelen más que los datos adquiridos sin esfuerzo”, remata con indisimulada crítica.
A la hora de proveer información fácil y ya digerida, los medios de comunicación están hechos a medida, publicando infinitos rankings en infinitas páginas. En gastronomía esto se traduce en rimbombantes títulos como “los diez mejores lugares donde comer puré de papa”, el “top 30 de restaurantes en Calamuchita” o las “17 comidas a probar antes del bobazo”. Hasta acá, todo bien, no es más que un puñado de notas perezosas sin pretensión de trascendencia. Lo llamativo es cuando estos listados son tomados en serio. Más aún, cuando luego son replicados por grandes medios de comunicación sin cuestionar quiénes y cómo los arman.
Volvamos al caso de Taste Atlas… ¿qué es ese sitio? El portal se define como un “atlas global de platos tradicionales, ingredientes locales y restaurantes auténticos”, donde reúne “más de 10.700 platos y la opinión de 50.000 expertos en gastronomía”. Nada explican sobre quiénes serían esos expertos, menos aún sobre cómo hacen estos rankings, de dónde provienen los jurados o cuántos votos obtuvo cada plato. Hice la tarea, les pregunté dos veces, no tuve respuesta.
No me extraña: armar un buen ranking es tentador pero es también muy difícil de lograr. Hacerlo de manera seria requiere de especialistas (como lo hacen, con todas las críticas que se les puede hacer, la guía Michelin, los 50 Best Restaurants o la revista Rolling Stone, entre otros); o, en su defecto, precisa de una enorme cantidad de votantes para obtener supuestos promedios que representarían a la “gente común” (ese es el camino elegido por lugares como Trip Advisor o Google, entre otros). Pero Taste Atlas no cumple con ninguna de estas dos características: no sabemos si hay un voto, cinco votos, cien votos o si es todo simplemente inventado; no conocemos quiénes son sus usuarios, cuántos son, ni siquiera nos explican la mecánica para poder votar.
No es el único ejemplo, claro: está inundado de rankings sin sustento, en medios de todo el planeta. Hace unos meses, por ejemplo, una guía italiana 50 Top Pizza incluyó a una pizzería de Adrogué entre las 50 mejores del mundo.
¡Vamos Argentina! También a ellos les pregunté cómo hicieron la elección: en este caso, sí me respondieron con un link a su propia página donde explican que cuentan con 150 inspectores en Italia. Y que quede claro: acá no se trata de si esa pizza de Adrogué es rica o no lo es (para los que preguntan, sí, es muy buena, y las chicas que están detrás hacen un gran trabajo). Se trata de explicitar un sistema de premios tan antojadizo como absurdo.
Desconozco si esto es verdad o no, pero sí sé algo: tal vez tengan inspectores en Italia, pero les aseguro que no los tienen en Argentina. ¿Acaso imaginan que una guía on line situada a miles de kilómetros podría tener los inspectores necesarios en este culo del mundo para comparar las cientos de pizzerías de calidad que hay en el país?
«En el caso de las listas y titulares en el exterior, a esto se suma algo más potente: esa fascinación que tenemos en Argentina por cómo nos ven en el mundo, una necesidad casi romántica de gustarle a los extranjeros. De esto también sobran los ejemplos…»
Entonces, ¿por qué funcionan? ¿Por qué las tomamos en serio e incluso definimos nuestras elecciones en base a ellas? Intento esbozar dos posibles respuestas: por un lado estas listas nos hipnotizan con sus títulos grandilocuentes y directos: si ellas mismas se presentan como “los mejores platos del mundo”, entonces debe ser verdad. Hay algo ahí de la famosa profecía autocumplida y las ganas de creerles. Somos como pequeños niños en un cumpleaños, cuando el mago nos dice abracadabra, esa fórmula mágica que nos induce a creer en el truco.
En el caso de las listas y titulares en el exterior, a esto se suma algo más potente: esa fascinación que tenemos en Argentina por cómo nos ven en el mundo, una necesidad casi romántica de gustarle a los extranjeros. De esto también sobran los ejemplos: alcanza con que un diario de algún país “importante” arme un ranking sobre restaurantes locales para que los medios de la Argentina levanten esa nota y la pongan en primera plana. Da un poco de vergüenza: ¿se imaginan al New York Times publicando “los 10 restaurantes neoyorkinos que recomienda el diario La Nación”?
Las listas son atractivas: facilitan la lectura, nos divierten, nos permiten incluso pelearnos en redes, el gran hobby del siglo XXI. Que sigan dando vueltas. Y qué lindo sueño sería contar con un ranking local, hecho por periodistas serios que tengan recorrido en el país, que realmente sirva de referencia.
Mientras tanto, y acá me pongo la camiseta periodística, si vamos a replicar listados varios, por favor, levantemos un poco la vara: exijamos un mínimo de idoneidad y criterio. No seamos tan dóciles como ese conejo que persigue una zanahoria que jamás alcanzará.
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Foto de la nota: es gentileza de UNSPLASH (PH Choong Deng Xian).
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Sobre el autor de la nota: Rodo Reich (@rodoreich) es periodista. A los 25 años probó una sopa tailandesa que le rompió la cabeza y desde entonces reflexiona sobre gastronomía en medios como La Nación, Brando, Página12, MALEVA y Radio con Vos. Tuvo un bar, un catering y cada tanto escribe algún libro.