«NYC/BS AS: UN ESPEJO CON BUFANDA»
Por Andrés Kilstein (texto y fotos)
«Coge las flores del buen tiempo; que pronto llegará tu invierno” dice el refrán y nos permite inferir que la llegada de los días fríos no goza de buen crédito en la sabiduría popular. Que son horas áridas y afanosas para el labrador. Pero para quienes vivimos en la ciudad, las temperaturas gélidas tiene un sabor distinto, adecuado al paisaje de piedra gris, incluso reconfortante en la medida en que nos remite a una caminata en buena compañía, a quitarse los guantes para acariciar. Cada nuevo invierno convoca a inviernos del pasado y, lo que es más curioso aún, a inviernos remotos.
«Coge las flores del buen tiempo; que pronto llegará tu invierno”: dice el refrán y nos permite inferir que la llegada de los días fríos no goza de buen crédito en la sabiduría popular. Que son horas áridas y afanosas para el labrador. Pero para quienes vivimos en la ciudad, las temperaturas gélidas tiene un sabor distinto.»
New York es uno de esos sitios en donde los (fríos) rascacielos se disputan el trono de la perplejidad con Bóreas, el dios del gélido viento del Norte que trae el invierno. La mitología le asigna a la divinidad una personalidad agitada y violenta. Sólo así se explica que Βορέας signifique tanto “viento del Norte” como “devorador”. En New York el frío, aunque estático, te sacude, te conmueve y, lo que es más, te deja su experiencia marcada en la piel. Con las primeras brisas frías que se posan sobre Buenos Aires, la promesa del invierno me conduce a New York. Es quizá la mejor urbe para atravesar la temporada. Entonces me asalta el interrogante: ¿cómo vivir el invierno neoyorkino en pleno Buenos Aires?
Bufanda y orejeras para el frío, así en N.Y.C como en Baires
La primera parada es una pista de patinaje sobre hielo. Todos nos habremos sorprendido alguna vez con las imágenes de multitudes inquietas y variopintas deslizándose en la pista del Rockefeller Center, con la luz tenue del árbol de navidad encendido, en la 5ta Av, entre 49th y 50th St. Otra postal de bufandas y patines: el Wollman Rink, ubicado en el lado este del Central Park, muy cerca de su zoológico. No hay actividad que entregue mayor serenidad que deslizarse sobre la superficie blanca con el horizonte de rascacielos de fondo. A la noche, se vuelve una salida romántica perfecta, aunque sólo esté abierta hasta las 11pm.
«En New York el frío, aunque estático, te sacude, te conmueve y, lo que es más, te deja su experiencia marcada en la piel. Con las primeras brisas frías que se posan sobre Buenos Aires, la promesa del invierno me conduce a New York. Es quizá la mejor urbe para atravesar la temporada. Entonces me asalta el interrogante: ¿cómo vivir el invierno newyorkino en pleno Buenos Aires?»
En Argentina, las superficies de agua a la intemperie nunca llegan a congelarse. En cambio, es posible acudir a dos pistas clásicas: My Way en el barrio de Belgrano, y Winter en Caballito, que conservan un aspecto no muy diferente al que ostentaban en el pasado: el mismo mobiliario, los mismo pasillos, los mismos colores. Entonces me sumerjo en el frío y me reconforto con el primer halo humeante que abandona mi boca.
Lo mejor, está seguro Andrés, es salir a disfutar del frío en companía
Cuando tuve la posibilidad, me abrigué hasta que ninguna parte de mi piel entraba en contacto con el ambiente y salí a serpentear los caminos insospechados del Central Park, ese emporio verde que se abre espacio en el medio de la urbanización. Se puede entrar por el Colombus Circle en la 8th Avenue, caminar con dirección a la Turtle Pond (un lago repleto de tortugas), dejar atrás el Conservatory Water (una fuente de agua con barquitos teledirigidos), para arribar a mi atracción preferida: la estatua de Alicia en el País de las Maravillas. Es una obra de bronce de 3,35 metros de alto en que se ve a Alicia sentada sobre un hongo gigante, rodeada del Conejo Blanco, el Sombrerero y otros personajes.
Palermo: nuestro Central Park ¿Qué duda cabe?
«En Argentina, las superficies de agua a la intemperie nunca llegan a congelarse. En cambio, es posible acudir a dos pistas clásicas: My Way en el barrio de Belgrano, y Winter en Caballito, que conservan un aspecto no muy diferente al que ostentaban en el pasado: el mismo mobiliario, los mismo pasillos, los mismos colores.»
Ella Fitzgerald y el clásico «I´ll take Manhattan», banda sonora ideal para leer esta crónica:
Sin embargo, los porteños tenemos una realización asombrosamente parecida: la estatua dedicada a la Caperucita Roja (Little Red Riding Hood, para volverlo más bayorker), de mármol y ubicada en los bosques de Palermo, nuestro propio Central Park. Vale la pena visitarla y sentirse no muy distante de aquella dedicada al personaje de Lewis Carroll, a la altura del East 74th St. Por si faltasen paralelismos para convencerse del parecido entre el Central Park y Palermo, los puentes que atraviesan las lagunas neoyorkinas (el Bank Rock, el Balcony y el Bow Brige) son remedados por el Puente Japonés del Parque 3 de Febrero, diseñado por Benito Carrasco en 1914. La masiva concurrencia de atletas, trotando, pedaleando o patinando en torno al Central Park Lake no puede sino recordarnos a su equivalente en el lago palermitano; su Conservatory Garden dirige nuestra atención a la colección de flores (¡premiadas en concursos!) del renovado Rosedal; su Great Lawn es ocupado por espontáneos jugadores de baseball tal como el terreno lindante a nuestro Planetario se vuelve improvisada cancha de fútbol; el Balvedere Casttle, esa edificación que sobresale en medio del follaje, nos remite al hermoso Museo Sivori; incluso el clásico Carrousel del Cantral Park es imitado por una autóctona calesita sobre la Avenida Sarmiento.
La estatua de Caperucita Roja a metros del Rosedal, asombrosamente parecida a la que hay en N.Y de Alicia en el País de las Maravillas
«Los puentes que atraviesan las lagunas neoyorkinas (el Bank Rock, el Balcony y el Bow Brige) son remedados por el Puente Japonés del Parque 3 de Febrero, diseñado por Benito Carrasco en 1914. La masiva concurrencia de atletas, trotando, pedaleando o patinando en torno al Central Park Lake no puede sino recordarnos a su equivalente en el lago palermitano; su Conservatory Garden dirige nuestra atención a la colección de flores (¡premiadas en concursos!) del renovado Rosedal»
La jornada BAyorker bien puede terminar reposando el cuerpo (que patinó, que pedaleó, que caminó) con una taza de chocolate caliente y un cupcake sabroso, colorido y estético. El cupcake es una pieza de repostería peculiar, el bonsái de las tortas, que detenta sus mismos atributos pero en miniatura. En Buenos Aires, Muma’s Cupcakes, con sus dos locales en Palermo, parece ser una buena opción. De paso seguimos el consejo de nuestras abuelas: con un estómago lleno, no hay frío que se imponga.
El cupcake tiene que ser el sabor de una jornada invernal a lo newyorker