Nuevos bistrós de Buenos Aires: con onda, carta simple y lograda, acogedores (e incluso inspiración francesa) / Cinco para anotarse

Con cierta inspiración francesa, una atmósfera íntima, relajada, cartas cortas pero logradas, este tipo de propuestas se expanden en la Ciudad. Cinco para ser feliz: desde Puerto Retiro hasta Palermo Chico.

Áncora: lo nuevo de Aldo Graziani en el nuevo polo conocido como Puerto Retiro. 

Nuevos bistrós de Buenos Aires: con onda, carta simple y lograda, acogedores (e incluso inspiración francesa) / Cinco para anotarse. Por Paula Bandera para MALEVA.

Primer acto: llega a un restaurante con onda, usa un look random, nada especial. Segundo acto: en la carta pide un clásico, no hay minutas ni tampoco sabores exóticos o platos complicados. Tercer acto: llega la cuenta, paga sin entrar en conflicto con la billetera, regresa a su casa feliz. ¿Cómo se llama la obra? Cena en un bistró.

No hay chiste en esta historia, aunque es chistoso – o al menos paradójico -, que la oferta gastronómica de la Ciudad de Buenos Aires haya crecido a pasos agigantados estos últimos años y que, sin embargo, los restaurantes como el de la escena se cuenten con los dedos de una mano.

Se trata de lugares conocidos como bistró; es decir, restaurantes con ambiente cool, buen servicio -manteles sobre las mesas, copas de cristal, etc.-, carta simple y precios amables.

«Primer acto: llega a un restaurante con onda, usa un look random, nada especial. Segundo acto: en la carta pide un clásico, no hay minutas ni tampoco sabores exóticos o platos complicados. Tercer acto: llega la cuenta, paga sin entrar en conflicto con la billetera, regresa a su casa feliz. ¿Cómo se llama la obra? Cena en un bistró…»

1) Silvino: con el DNI expedido en Chacagiales y la cocina francesa como base. / Guevara 421 – Chacarita.

Con un mes de vida, Silvino genera la confianza de lo conocido, no solo por su propuesta basada en platos clásicos también porque sus creadores tienen camino recorrido en la gastronomía: en los fuegos, el chef Gaspar Natiello, y comandando el resto del equipo Juanma Bidegain, Roberto Cardini y Gonzalo Fleire, también responsables de Madre Rojas, Sifón y Ostende.

Con esa delantera goleadora pusieron en marcha un lugar que tiene todo lo que el comensal promedio quiere: comida rica y generosa, buen servicio, lindo spot y precios razonables que permiten volver en otro momento del mes.

La cocina francesa aporta el marco, la base que algunos platos después alteran; siempre con la racionalidad como premisa: hay pocos productos muy bien aprovechados a través de técnicas, combinaciones y cocciones que exacerban sus cualidades.

El paté de hígado de pollo se gana, sin dudas, un lugar entre los mejores de la ciudad. El estofado de ternera llega sobre un puré de papas bien hecho, como dios manda, que acaricia el paladar en cada cucharada. De postre, “la parte rica del flan” viene con más caricias, textura aterciopelada y un relleno de cremoso de dulce de leche que está para el escándalo. Un homenaje argento a Seinfeld y el capítulo en el que Elaine tiene la brillante idea de abrir una tienda dedicada a la parte más rica de los muffins. Atención porque siempre hay especiales fuera de carta y platos del día para renovar la propuesta.

2) Áncora: en un barrio nuevo con una propuesta que no falla (pocos platos que no tienen detractores y una carta de vino por Aldo Graziani) / Comodoro Pedro Zanni 351 – Puerto Retiro.

Como todo centro urbano que se precie, en la Ciudad de Buenos Aires siempre hay margen para más, incluso para nuevos barrios, como Puerto Retiro, el nombre con el que ahora se conoce a las calles que rodean la Terminal de Cruceros. Allí se emplaza Áncora, el nuevo restaurante del reconocido sommelier y empresario gastronómico Aldo Graziani.

Con paredes revestidas en madera, manteles de un blanco impoluto y muebles de apoyo de acero inoxidable, Áncora trae al presente el encanto de otra época e invita a los oficinistas de la zona a bajar un cambio.

El menú también reconforta, los chefs Ana Ortuño, Leo Azulay y Fabrizio Drommi crearon una propuesta ATP, que gira del mediodía a la noche, y cumple con la quintaesencia del bistró: ser funcional al barrio y alimentar a su comunidad con platos simples y generosos.

La carta contempla solo cinco entradas y cinco principales, pero compensa la brevedad haciendo pie en platos que cosechan muchos más fanáticos que detractores, ¿quién puede resistirse a un revuelto gramajo?, ¿o decir que no le gustan unos papardelle caseros con estofado?

La carta de vinos lleva el sello de Graziani y la barra en la entrada anticipa que aquí se sirven buenos cócteles. El barrio apenas se está configurando, pero Áncora ya se posicionó como el bistró de sus vecinos.

3) Roa Bar: el ojo de bife más chic y canchero de Buenos Aires (una propuesta que susurra París). / Cabello 3788 – Palermo.

El buen gusto y la elegancia en clave chic tienen sede en Palermo Chico, por eso la zona se merecía un bistró al mejor estilo parisino, con eso en mente Ángeles y Lucía Zeballos abrieron Roa, un bistró que pronto se ganó la aprobación del barrio.

El deck de la vereda susurra París, un juego entre el blanco y el verde inglés se despliega desde el toldo hasta las sillas y las mesas; adentro del local la atmosfera cozy continúa: paredes revestidas en madera y sillas de bar estilo Thonet; manteles y cubremanteles, vajilla grabada, etc.

La propuesta gastronómica se resume en platos simples y tradicionales, esos atemporales que jamás pasan de moda y que encuentran en el producto a su mejor aliado. Para arrancar, el pan brioche con manteca batida es un acierto, igual que el vitel toné de lomo a la parrilla o la ricota casera con galleta marinera, un clásico de la casa.

Los principales dejan a todos contentos, ya que el menú es super inclusivo y ofrece representantes para todos los gustos: pastas, carnes, hamburguesa, etc. Los amantes del punto bleu bien hecho deberían pedir el ojo de bife – de vaca de pastura -, cocido a la leña, un gol.

Los platos vienen con guarnición, pero se pueden cambiar, la papa en todas sus formas sale muy bien preparada: el puré, sedoso; las papas fritas, crocantes por fuera y tiernas por dentro. Roa entiende el rol que vino a cumplir y despliega así la quintaesencia del bistró desde el epicentro de la Buenos Aires más chic. 

4) Condarco: vinito en copa, comida rica y todo listo para disfrutar/ Av. Dorrego 901 – Chacarita.

Antes de que suene la alarma: sabemos que a Condarco le faltan los manteles impolutos y las servilletas de tela para llevar el título de bistró, pero también es cierto que merece estar en la categoría porque cumple con todo el resto: platos clásicos, precios amables, ambiente acogedor y un ADN barrial que le entrega el pase a esta lista.

Condarco supo interpretar bien esa combinación entre lo moderno y lo vintage que distingue a Chacarita, el barrio que lo acoge. En lo arquitectónico traduce esa esencia con su piso de granito y los ventanales que cubren por completo la fachada y dejan entrar la calle al salón.

La carta se divide en platos de diferentes tamaños y se actualiza seguido, ya que trabajan con patos de la semana y especiales que dicta el mercado. Su hit es la tortilla de papas, en el podio de las mejores de la ciudad. Babe, sí, pero en su mejor versión, con un interior cremoso y un huevo líquido que abraza a las papas sin huir de ellas inundando todo el plato. Las papas fritas son otro must, y la carrillera braseada con puré de papas y demiglace está para aplaudir de pie.

El vino ocupa un lugar destacado en la propuesta, con una selección cuidada, variedad de estilos y muy democrática en precios: buena parte de la oferta se ubica en el rango de los 20 a los 30 mil pesos. Fiel al bistró abre todo el día, con propuestas diferenciadas para el almuerzo y el atardecer.

5) Burdo: una esquina histórica de Colegiales escribe un nuevo capítulo. / Delgado 1199 – Colegiales.

Con la apertura de Burdo, Colegiales recupera una esquina gastronómica mítica del barrio, la de Delgado y Virrey Arredondo, donde supo funcionar La Prometida, un restaurante que allá por 2007 se convirtió en precursor de varias tendencias, entre ellas el pan de masa madre.

Algo de esa estela queda en el aire, quizás porque la forma no puede acabar con el aura se advierte que Burdo también viene a dejar huella. El local es enorme, con cocina a la vista, barra para comer y una cava subterránea que se aprecia desde el suelo vidriado. Una vez en la mesa la prolijidad continúa en los detalles: copas Riedel, sillas cómodas, servilletas de tela bordadas.

Sin embargo, se trata de una prolijidad alejada de lo solemne, nada aquí incomoda. Incluso se nota que el personal la pasa bien, quizás porque el equipo de cocina sigue a Lucila Rodríguez -cocinera y socia del lugar junto a Martín Eddi – desde hace más de tres años por diferentes restaurantes. Digamos que, con Burdo, Lucila dejó de alquilar para tener casa propia, lo creó siguiendo solo sus gustos e intereses y poco puede salir mal cuando alguien se alinea con su propósito.

De entrada, varias recomendaciones: el pan chato relleno con queso brie genera una especie de adicción. Los buñuelos de verdura con salsa de queso azul -un hit de Rodríguez que sus seguidores reclamaban- y un salteado de repollitos de Bruselas que pone en jaque la creencia de que los vegetales son aburridos.

Siete opciones para los principales, todos generosos. Rodríguez vivió unos años en Francia y trae desde allí algunos clásicos, como el bouef bourguignon o el cordon bleu (que en lugar de arrollado llega con forma de milanesa).

La carta de vinos es exquisita, una selección amplia y precisa con precios amigables.
Queda claro: Burdo también vino a rockearla.

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Fotos: son todas gentileza para prensa de los locales mencionados.