Noviembre
Por Alejandra Koser
Empiezo a pensar en una playa como único lugar posible, saturación de sol en algún país defendido a muerte por Calle 13; pienso en paquetes y aéreos, en traslados, le doy una forma turística-comercial al amor por la huida. Y mientras tanto, armo la mudanza del departamento alquilado a pasitos de dos clínicas, abandono lentamente la ventaja del flujo ininterrumpido de watts, de que nunca pero nunca hayan bajado la palanca, se trata de abandonos, de negociar la salida, la proporción de las expensas hasta el día veintiuno.
Me quedo dormida un martes a las cuatro de la tarde, de golpe, como si un intruso con guantes de cuero me hubiera tapado la nariz con un pañuelo con cloroformo. Falto a un curso de marketing para pymes.
Quemo etapas atrasadas.
Pero quemo. Las naves, los botes, los tostados de pan de hamburguesa al revés como en Mc Donalds.
Miro departamentos vacíos y sus baños horribles, estridentes. Me imagino ahí superando una resaca y desparramándome crema hidratante con filtro solar por el cuello. No me imagino.
Es noviembre y subieron la losa radiante a modo infernal. Las señoras que tejen en los bondis. Los vendedores ambulantes, que no venden, ni ambulan, chocolates hamlet ablandados sobre mi pierna blanca en el asiento del 93.
El borrón de Facebook perpetrado por mi ex. Un enojo fuerte en la oficina. Empujo la ropa de invierno en la parte de arriba del placard. Un vestuario valuado en 600 millones de horas de mirarme al espejo, del trabajo infrahumano de pedirle un small a la vendedora que está lejísimos hablando del chico que no la llamó, desnudarme atrás de un telón sin poder de cobertura ni pretensión de exhaustividad, convalidar que desde alguna perspectiva el cajero con piercings siga el proceso claustrofóbico de sacarme la remera, ponerme otra, corroborar que es espantosa, la remera, es otra remera espantosa, peinarme un poco con los dedos para mantener la dignidad.
Acudo al decálogo para salir del mal momento. Tomarme un Campari Cooler en Isabel. Es el único ítem de mi decálogo.
Encuentro alguna verdad en las frases hechas, en el horóscopo, en las reacciones adversas de los corticoides: a buen puerto vas por leña / excelente semana para recomponer lazos afectivos / gastroenteritis.
Envuelvo un libro prestado en papel madera, escribo la dirección de Mar del Plata de mi ex, que la letra no tiemble; allá vas Saramago despachado por correo. Pienso: lo bueno de enamorarse de alguien poco afectuoso es que te permite suponer más emoción de la que está sobre la mesa, que la falta de amor es un problema de orden expresivo. A pasitos de la sucursal del correo argentino, concluyo: es increíble que los sobres todavía se puedan pegar con saliva.
Pongo las expectativas de bienestar en los cuartos de helados, en las barras de cereal, en la temporada de frutillas, en los ruidos escabrosos para licuarlas, y sobre todo en el chorrito de ron. Encuentro fórmulas de cortesía para rechazar casi todos los pedidos. A un amigo de la infancia: Me encantaría acompañarte a la presentación del libro de Adrián Paenza pero quisiera leer su obra apasionadamente sin prolegómenos. A las señoras del Incucai: Por favor, no lo tomen a mal pero los órganos prefiero guardármelos para mí. ¿Ves? Es fácil. Es realmente fácil no ofender a la gente, cualesquiera sean sus gustos personales. Cualesquiera.
Desayuno y considero que la agudeza mental es azúcar y energía bien direccionada, ni siquiera en grandes cantidades, la que hay. Cuando una vecina en sus setentas me habla en el ascensor del dolor en las articulaciones, gestualizo compasión, digo oooh, y le envidio la localización puntual del dolor. Firmo el dorso de la tarjeta de débito nueva, la birome que patina, como si ahí comenzara la inestabilidad.
Voy a una fiesta que resultó ser una fiesta de hackers y respondo con un nombre falso a los desconocidos que se acercan con un trago en la mano. Me siento muy astuta y sanamente paranoica como la protagonista de Homeland. Pienso en hacer contactos, en transformarme en una criminal informática cuya primera estrategia es tener tres identidades, tres cuentas de mail simultáneas, alekoser alekoser2 alejandrakoser. Escribo un mail desde alekoser, asunto: la lentitud se cobra otro romance.
Una arritmia en el entusiasmo.
Las decepciones no ayudan. La decepción es el cáncer de un perro americano, el tumor de Janet, que Fiona Apple canceló su gira y no nos va a venir a cantar.
Foto:
Flor Alborcen .ph.
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