¿No se trataba, justamente, de mandar algunas cosas a volar?


 
Para enganchar con este post es imprescindible leer la primera parte de la historia –  o, en su defecto, este párrafo:
“Hoy. Eclipse solar más Escorpio alrededor. Momento de reflexionar sobre lo que queremos que desaparezca de nuestras vidas. ¿Qué queremos iluminar? ¿Qué queremos que salga a la luz? Muerte y renacimiento. A las 17:00 escribir en un papelito lo que no queremos más y después prenderlo fuego…El reloj marcaba las 22:00 y estábamos llegando a destino. Mientras tanto, brotaban en mi mente distintas cosas que deseaba dejar atrás. Una tras otra, sin pausa, a borbotones. No sabía qué hacer. Evidentemente no podía volver el tiempo atrás y lejos estábamos ya de las 17:00. Tras evaluar la situación un momento comprendí que no tenía nada que perder. Saqué mi cuaderno de la cartera (ese que uso para anotar pensamientos varios y hacer dibujitos), agarré una birome y volqué sobre un pliego, con firmeza, distintas cosas que quería soltar”
 
Un eclipse, un papelito, una birome y un encendedor – continuación – 
Por Luciana Schnitman
Él, muy considerado, bajó del auto y me dejó ser. Me dio mi espacio; nunca me apuró ni me interrumpió. Entretanto, puertas adentro, yo elaboraba a toda máquina una suerte de mapa conceptual que iba creciendo y se asemejaba cada vez más a un resumen académico de alta complejidad.
Una, dos, tres cosas. Cuatro, cinco, seis. ¡Terminé! No, no, mentira, tengo algunas más. Siete, ocho, nueve. Agrego una más y estoy. Si, si, ya casi estoy. ¡Ahora sí, terminé! Recuerdo haberme bajado del auto sintiéndome más liviana.
-¡Ya está!- grité, portando una mirada triunfal.
Me senté sobre el cordón de la vereda. Suspiré. Miré mi lista y me despedí en silencio de todo lo que había anotado.
-¿Qué haces?- me preguntó, desconcertado.
-Un avioncito…- le dije.
¿No se trataba, justamente, de mandar algunas cosas a volar? Plegué el papel y diseñé la nave a mi antojo. La tomé por la cola y prendí fuego su trompa con un encendedor. ¡Qué bien! ¡Qué alivio! Todo, todo, todo lo que había escrito desaparecería pronto.
Las llamas se expandieron y solté el papel, que casi cae en un charco, pero por suerte aterrizó en el asfalto, frente a mí.
De repente, mientras lo miraba quemarse, sentí unas ganas locas de reírme de mi misma. Y de ese ritual que estaba haciendo, tan concentrada. Recuerdo que pensé: ¿Si soltar es tan importante y nos hace tan bien, por qué no lo hacemos más seguido? ¿Si esos puntos que anoté con mano firme son cosas que quiero dejar atrás, qué me lo impide? ¿De qué o de quién dependo? ¿De un eclipse? ¿De un papelito? ¿De una birome? ¿De un encendedor?
Claramente decidir qué soltamos y cuando lo hacemos está en nosotros. Y lo mejor es que tenemos la libertad y la capacidad de hacerlo a piacere (lo cual no quiere decir que sea fácil).
Miré hacia abajo y vi que el fuego se estaba apagando. Mi listado se había convertido en cenizas. Cenizas que volaron rápidamente, impulsadas por el viento, y desaparecieron en la noche; como si aquello que estaba dispuesta a soltar hubiese estado predestinado a ser, desde siempre, parte del aire.