A eso de las 9 de la mañana me subo al colectivo para encarar hacia el trabajo. Es una premisa de la que no me puedo quejar: hay quienes salen de su casa cuando todavía es de noche (cosa que no me pasa desde, al menos, épocas escolares). Intento salir con tiempo para caminar pausado y llegar con margen pero, si hay algo que me caracteriza, es la notable capacidad para postergar la salida de mi casa. Que dónde dejé las llaves, que un mimo más a los perritos y que hace dos o tres días que no me fijo si el alicate sigue en el cajón entonces mejor chequeemos ahora. Así que, por el momento, la ecuación me sigue dando transpirado y tarde.
El cartelito me dice 8,25 y no descifro si el conductor me vio cara de aparato o si tengo que volver a leer más el diario. El colectivo está que arde y los dueños de los asientos ruegan no hacer contacto visual con viejitas o embarazadas. Así que miran hacia las ventanas como turista chipriota por la capital argentina. Yo, que por suerte no tengo asiento, me puedo dar el lujo de mirar hacia adentro. Y, particularmente (digo particularmente porque soy fácil de cautivar), son dos los personajes que elijo como protagonistas de mi viaje hasta San Telmo.
«Ella, petisa y flacucha. Él, alto y acalorado. Bah, lo de acalorado creo que es una proyección, en realidad soy yo el que suplica que abran una bendita ventana…ella, a quien desde ahora llamaremos Juanita, tiene el pelo corto y un vestido blanco. Él, a quien no le encontré un buen nombre, usa raya al costado y se pone la camisa adentro del pantalón. No los conozco poco pero ya parecieran ser tal para cual.»
Ella, petisa y flacucha. Él, alto y acalorado. Bah, lo de acalorado creo que es una proyección, en realidad soy yo el que suplica que abran una bendita ventana (si alguien está leyendo esto en real time, le ruego que me dé una mano y ventile un poco este vehículo). Ella, a quien desde ahora llamaremos Juanita, tiene el pelo corto y un vestido blanco. Él, a quien no le encontré un buen nombre, usa raya al costado y se pone la camisa adentro del pantalón. No los conozco poco pero ya parecieran ser tal para cual.
Están sentados como dándole la espalda al chofer, ahí donde te mareás si te enganchás demasiado con el celular. Pero ellos están bien. Bárbaro, diría. Cada tanto disimulo un poco y para no ser tan obvio navego las últimas noticias del primer jueves de febrero. ¿Sabían que hay un estadounidense que viaja por el mundo con un Godzilla gigante y es sensación en las redes sociales? No sé, a mí me pareció fantástico. Perdón, sigo con lo otro. Juanita lo mira bastante y él pareciera ser menos expresivo pero supongo que es normal, viste, después de tantos años.
El 10 está pasando por la terminal de Constitución y hace rato que él está hablando por teléfono; casi que hace diez minutos. Y por algún motivo noto que está muy pendiente de la próxima parada (hago un paréntesis para actualizarlos: ahí leí que al Godzilla lo agrega a las fotos después con Photoshop, así que no es tan buena la noticia). Ahora él se acaba de parar y levanta el brazo por la ventana, como indicando que es este el bondi en el que está viajando.
Un beso largo y sentido. Así acaba de recibir a su novia que vive en Constitución. Hicimos tres paradas y ya estamos llegando a mi laburo. Juanita se paró también así que parece que se baja conmigo. A él, quien resultó ser muy meloso y no suelta a su “caramelito”, le debe quedar bastante tramo todavía.
«Pero lo bueno es que eso de que solamente hay una persona indicada para cada uno es chamuyo. Los viejos de un amigo se casaron a los 21. Ahora tienen 55 y están chochos. Fantástico pero, ¿me vas a decir que si esa conocida en común no los presentaba, hoy serían dos solterones camino a los 60? ¡Na! No hay nada escrito. Nada más pasa que a veces faltan más lapiceras. Bah, más teclados.»
Y allá va Juanita. Ojo, tal vez yo me hice la película pero, si me preguntás, ese rato que la vi con él me pareció que ella estaba cómoda, como si quisiera que ese viaje no terminara más. ¿Saben qué es lo más loco de esta historia? Que en Recoleta ella viajaba con el amor de su vida y, media hora después, en Parque Lezama sigue buscando novio.
“Así que entonces el amor es azaroso”, me respondieron cuando conté la historia (en realidad no la conté, envié por WhatsApp lo mismo que acaban de leer ustedes en un Word). Y sí, en definitiva, casi como si el pibito en pañales que dispara flechas hubiera escrito un resumen, es cierto: se requiere de una buena cuota de suerte para pegarla en esto.
Pero lo bueno es que eso de que solamente hay una persona indicada para cada uno es chamuyo. Los viejos de un amigo se casaron a los 21. Ahora tienen 55 y están chochos. Fantástico pero, ¿me vas a decir que si esa conocida en común no los presentaba, hoy serían dos solterones camino a los 60? ¡Na! No hay nada escrito. Nada más pasa que a veces faltan más lapiceras. Bah, más teclados.
Fotos: @agathesorlet