Hace dos meses caí medio de improviso en Barcelona por lo tanto todo lo que diga, todo lo que descubra y todo lo que viva; lo diremos, lo descubriremos y lo viviremos juntos. Eso es, si les parece bien y me siguen el paso.
Creo que Barcelona es una ciudad tranquila, pausada, “amiguera.” Nada que ver a mí, al menos con respecto a lo de “tranquila y pausada.” Es de esas ciudades que simplemente te invitan a que te tomes un café a cualquier hora, que comas como si fuera la última cena y que disfrutes de los pequeños placeres de la vida.
Barcelona no es sólo el lugar donde uno va buscando a Scarlett Johanson y a Penélope Cruz amándose en algún recoveco del Raval, Barcelona es algo mucho más irreal y espectacular que eso: Barcelona es el placer de tener la montaña a tan sólo una hora de tren y pasar Navidad en Montserrat.
Era 24 de diciembre y yo me comía las uñas porque no sabía qué íbamos a hacer para Navidad. No estábamos muy lejos de hacer la gran Vicky, Cristina, Barcelona e irnos para Oviedo dado que el novio de Valentina, estaba de visita. Para que se den una idea, cumplimos con el trío a la perfección: Valentina (Penélope) y Connor (Juan Antonio) son artistas, yo soy fotógrafa, o sea Scarlett. Valentina, además de ser Penélope Cruz es mi compañera de piso y amiga del alma. Como Oviedo no estaba en las cartas, Montserrat parecía una buena alternativa.
«Hace dos meses caí medio de improviso en Barcelona por lo tanto todo lo que diga, todo lo que descubra y todo lo que viva; lo diremos, lo descubriremos y lo viviremos juntos. Eso es, si les parece bien y me siguen el paso. Creo que Barcelona es una ciudad tranquila, pausada, “amiguera.” Nada que ver a mí, al menos con respecto a lo de “tranquila y pausada.”
A falta de un jet privado, nos tomamos el transporte público que nos dejó en la muntanya de Montserrat. Unos quince minutos a pie y encontramos un spot espectacular para hacer nuestro almuerzo navideño: para la picada un poco de babaganoush, hummus y zanahorias y de “principal” wraps de salmón ahumado, rúcula y Philadelphia con vista al mundo.
Y en éste momento es en el que Woody Allen se queda corto en su visión de Barcelona, le falta adorar el donaire innato, bruto y majestuoso de lo que a Barcelona la rodea. A cada vuelta que dábamos se nos desfiguraba la cara: la boca al piso cual Jim Carrey en La Máscara y los ojos tan grandes que por un minuto pensé que me iba a quedar ciega. Sentía que (y esto va para los entendidos) mis pupilas se dilataban a un f1.8 pero con una profundidad de campo de un f32, una cosa totalmente ridícula. El cielo, era así como de un celeste intenso, ni siquiera celeste, un cyan penetrante tan plano como profundo y las nubes eran como una manta del cashmere más fino lo que solo indica que Dios es escocés. Se sentía como estar en uno de esos tiempos, no-tiempos que existen en la fotografía de Ryan McGinley o como escuchar “Your hands in mine with strings” de Explosions in the Sky con la luz apagada y al desnudo.
«Y en éste momento es en el que Woody Allen se queda corto en su visión de Barcelona, le falta adorar el donaire innato, bruto y majestuoso de lo que a Barcelona la rodea. A cada vuelta que dábamos se nos desfiguraba la cara: la boca al piso cual Jim Carrey en La Máscara y los ojos tan grandes que por un minuto pensé que me iba a quedar ciega.»
Bajando, las campanas del Monasterio daban las seis y corrimos para no perder el último tren. La luna se asomaba nerviosa tras la grandeza de la puesta del sol, pero no pude evitar girar y tomar una foto. Por lo menos con el celular. Llegamos con unos minutos para sentarnos en las escaleras del Monasterio: las campanadas seguían vibrando en nuestro paso apresurado y el eco de su música resonaba para el atento.
El trascender existe en los pequeños placeres que ni Woody puede capturar y Barcelona está llena de momentos como éste.
Barcelona está claramente, llena de gracia.
(Todas las fotos son de la autora)