«Me encanta que mis clientes sientan que visten una prenda casi única..» / Con Matías Carbone en su atelier en un edificio de época de Recoleta / Expansión al mundo, entre lo artesanal y lo autóctono

Con dedicación en cada pieza y poniendo lo ancestral en valor, la marca del sastre argentino conquista clientes en otras latitudes (la rompe en Asia)/Colecciones con sensibilidad, respeto por el equipo (y el oficio) y el encanto de lo imperfecto/¿Cuál es su filosofía? ¿Cómo piensa seguir escalando? ¿Qué diseñadores locales son sus referentes?

Europa, Estados Unidos y Asia: Mati Carbone logró con su marca un despegue veloz hacia mercados de otros continentes. 

«Me encanta que mis clientes sientan que visten una prenda casi única..» / Con Matías Carbone en su atelier en un edificio de época de Recoleta / Expansión al mundo, entre lo artesanal y lo autóctono. Por María Comand. Fotos: Thalia Gómez para MALEVA.

Matías Carbone empezó una historia que hoy cruza fronteras. Recibe a MALEVA en su atelier, en un edificio de época en Recoleta. En la puerta, un cartel que dice “Carbone” indica que estamos en el lugar correcto. Cuando nos abre, sonríe y nos cuenta con orgullo que es la misma etiqueta que usa para sus trajes. “Y sí, tuve que resolver como argentino que se las ingenia. Me costaba muchísimo una simple placa, así que resolví con lo que tenía”, dice. El gesto, simple y honesto, deja entrever su filosofía: crear con lo que hay, sin descartar nada. Improvisar con inteligencia, encontrar belleza en lo imperfecto.

En su atelier todo está perfectamente curado. Las esculturas, los percheros de madera, las texturas suaves de las prendas, los colores cálidos, los tejidos que invitan a tocarlos. Cada detalle respira la identidad de la marca y también la de Matías. El impacto no está en la estridencia, sino en la sensibilidad que transmite.

«Recibe a MALEVA en su atelier, en un edificio de época en Recoleta. En la puerta, un cartel que dice “Carbone” indica que estamos en el lugar correcto. Cuando nos abre, sonríe y nos cuenta con orgullo que es la misma etiqueta que usa para sus trajes…»

La sastrería artesanal y la búsqueda de otro tiempo.

Carbone elige ir a contramano del vértigo de la moda masiva. Además de sus colecciones de baja escala, mantiene una propuesta basada en la sastrería hecha a medida. “Al principio pensé que iba a costar explicarle a un cliente que su traje iba a tardar un mes en estar listo” asume. Pero hoy, esa espera no sólo es entendida, sino también valorada. Sus clientes eligen ser parte de un proceso que va en contra de lo estandarizado. Acá todo se piensa y se construye para esa persona, para ese momento. Hoy lo ancestral se volvió un lujo, y Carbone lo pone en valor.

La decisión de trabajar así no fue sólo estética o filosófica, también fue económica. “No tenía presupuesto para hacer algo masivo”, confiesa. Ese límite financiero fue el punto de partida de un sistema que terminó por definir la esencia de Carbone: la escala chica, la manualidad, la dedicación a cada pieza, lo autóctono, el amor por lo artesanal.

El salto internacional y la conquista de Asia.

A pesar de su rápido crecimiento, esa lógica sigue intacta. La marca mantiene una producción súper acotada. “Me encanta que la persona sienta que se lleva algo casi único”, dice. Y agrega, con humor: “mis colegas me preguntan cómo voy a hacer para seguir escalando. Yo les digo: ya veré”. La expansión internacional fue casi simultánea al nacimiento de la marca, lo que es muy poco habitual en la moda argentina. Tras pocas temporadas de Carbone en Buenos Aires, sus piezas empezaron a viajar por el mundo. Con base en París, desde su showroom No Season, vende colecciones en Estados Unidos y Asia, donde Corea del Sur y Japón se convirtieron en sus mercados más sólidos. Según Matías, la cultura asiática entiende la mezcla y la celebra. “Ellos se visten así: pueden ponerse un vintage, un mocasín del abuelo, un bolso Prada y una camisa mía”, explica. En contraste, el mercado americano tiende a ser mucho más esquemático: las marcas híper de lujo por un lado, las emergentes o alternativas por otro.

En Argentina la propuesta es leída como masculina, pero también es elegida por mujeres. Esa apertura es natural en Carbone. Si bien la marca nunca se pensó como “genderless”, en la práctica es indistinto. “Usamos telas poco convencionales para la ropa que comúnmente se hace para hombre: tejidos bordados, lentejuelas, texturas suaves. En Corea del Sur algunas tiendas eligen presentar la marca en la sección femenina y otras en la masculina. Lo toman como algo normal”, dice.

«Tras pocas temporadas de Carbone en Buenos Aires, sus piezas empezaron a viajar por el mundo. Con base en París, desde su showroom No Season, vende colecciones en Estados Unidos y Asia, donde Corea del Sur y Japón se convirtieron en sus mercados más sólidos. Según Matías, la cultura asiática entiende la mezcla y la celebra. “Ellos se visten así: pueden ponerse un vintage, un mocasín del abuelo, un bolso Prada y una camisa mía”, explica…»

El valor de lo imperfecto y la belleza del error.

Una de las cosas que más seducen de Carbone es su amor por los errores. “Hay prendas que surgieron de equivocaciones. Un pantalón que un sastre me hizo mal terminó siendo espectacular y me lo puse igual para los Martín Fierro”, recuerda. O un pico tejido al revés por una proveedora que se convirtió en el detalle más icónico de la prenda.

Para Matías, esas “imperfecciones” construyen autenticidad y belleza. Y lejos de corregirlas, las celebra. “Hay errores que los dejamos y errores que corregimos. Pero no me gusta corregir sólo porque se supone que algo está mal. ¿Quién decide qué está mal?”, se pregunta.

La influencia de los grandes.

Entre sus referentes siempre aparecen Jessica Trosman y Martín Churba. Con admiración sincera, Matías recuerda que cuando empezó en la moda, soñaba con trabajar con ellos, y lo logró. Su representante en ese momento lo conectó con Jessica porque Matías estaba haciendo bordados y ella necesitaba remeras bordadas. Así empezó una colaboración que lo marcaría para siempre. “Para mí, Jessica es la carrera máxima de la moda argentina. La adoro”, comenta. Hoy, la hija de Jessica trabaja en Carbone, como una señal hermosa de esos vínculos que trascienden el tiempo. Y ella fue la conexión que ayudó a desembarcar Carbone en tierras internacionales.

El equipo detrás de la etiqueta.

Aunque la marca lleva su apellido, Matías insiste en que Carbone es el trabajo de un equipo: desde su diseñadora hasta sus vendedores, desde las tejedoras hasta los sastres, todos construyen la identidad de la marca día a día. “Cuando sale una nota, cuando un artista usa una prenda nuestra, se la muestro a todos ellos porque es importante que vean lo que lograron”, dice. “Cuando ganamos el Martin Fierro, fue un momento muy alegre, pero quedé estresadisimo. Fue una exposición enorme enfrentarme a hablar ante un montón de personas que no me conocen y que seguramente se están preguntando de dónde salí. Pero me hizo muy bien, porque es por ellos también por lo que hablo”, asume.

El orgullo de ser argentino.

Asume que extraña todo de Argentina cada vez que está fuera del país. Pero lejos de romantizar, Matías habla con honestidad sobre las dificultades de producir localmente.Cada vez que vuelvo a Francia para presentar una nueva colección, el mismo producto sale 20% más«, explica. A pesar de todo, sigue apostando por producir en el país, por sostener los empleos locales y por cuidar a sus equipos. “Somos defensores de la mano de obra. Hace cuatro años que trabajamos con las mismas tejedoras, los mismos sastres, y me importa mucho que sigan teniendo trabajo”, dice. Hoy está explorando la posibilidad de producir parte de sus colecciones en Perú. “No me interesa ir a China, me parece lindo seguir trabajando con Latinoamérica”, afirma.

«Tengo puesto este sweater que es de la primera temporada de la marca y lo sigo usando, me representa. Es casi lo más importante de Carbone, porque me definió una manera de hacer esto: lo teñimos con tintes naturales en Amaicha del Valle, con los yuyos que tenía mi artesano en su jardín. Compró la lana en Catamarca, la llevó a su casa, la tiñó con tinta de algarroba y me la mandó a Buenos Aires…»

Un costado místico.

Además de su amor por la ropa y por los procesos, Matías tiene una conexión profunda con lo sentimental. Habla con ternura de su infancia en zona sur y no olvida los sweaters tejidos por su mamá cada invierno, que aún hoy atesora. “La ropa no se descarta”, afirma. “Tengo puesto este sweater que es de la primera temporada de la marca y lo sigo usando, me representa. Es casi lo más importante de Carbone, porque me definió una manera de hacer esto: lo teñimos con tintes naturales en Amaicha del Valle, con los yuyos que tenía mi artesano en su jardín. Compró la lana en Catamarca, la llevó a su casa, la tiñó con tinta de algarroba y me la mandó a Buenos Aires. Y logramos un color dulce de leche que hoy sigue siendo parte de mis colecciones”, comparte.

Admite ser muy casero y se lo atribuye a su signo. Aunque no se define como experto, le encanta la astrología. “Cuando veo a alguien de cáncer, lo reconozco al toque”, se ríe.

Carbone, próximos pasos.

En su atelier, mientras presenta su colección de invierno y se prepara para el próximo verano en París, Matías sigue manteniendo esa cercanía con sus clientes. Es uno de los momentos que más disfruta: responde mensajes en sus redes, escucha, atiende, aconseja, acompaña. No busca mostrarse como una figura lejana. En sus charlas, siempre hay lugar para la emoción, y su colección invita a vivir esa sensibilidad. Carbone es una marca que habla, que recuerda que se puede vivir en un ritmo más natural y amigable con nuestros recursos.

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