Todo sucede en un espacio reducido. Se experimenta, se investiga, se innova, se muestra. En ese local a la calle del emblemático edificio Barrio Parque Los Andes – construido por Fermín Bereterbide como vivienda social en 1928- Martín Huberman (34) tiene su estudio Normal y su galería Monoambiente, ambos especializados en arquitectura y diseño experimental. Un dos por uno que llama la atención por lo pequeño y lo movible. Cuando MALEVA llega se encuentra con Instant Happiness, la muestra que se inaugurará horas después y, en el medio, un par de mesas y sillas y Huberman y su equipo (dos personas en ese momento) trabajando. En pocos minutos el estudio desaparece, las mesas van a la vereda, donde sucederá el vernissage, y el local queda disponible para el arte. Cuando termine la inauguración, el estudio volverá a su lugar, convivirá con esa obra y así será hasta la próxima muestra. “Estamos acostumbrados”, dice Martín. “Igual, estoy buscando otro lugar para el estudio”.
Monambiente es la única galería de arquitectura y diseño experimental del Cono Sur, y sin fines de lucro, según cuenta Huberman. “ Sólo investigación y desarrollo. Este año tenemos tres muestras y tres curadores diferentes, y, en 2016, invitamos a instituciones extranjeras que programen y curen. Queremos abrir la mirada, ampliar el lenguaje y renovar el ciclo”.
Instant Happening (hasta el 9 de octubre) es obra de los arquitectos y artistas argentinos Rosario Marquardt y Roberto Behar (R&R Studios), radicados en Miami. Ideada como un kit para armar – cortinas de plástico en tiras de colores, luces, banderines, papel picado y serpentina- cuenta con la decoración sonora de SRZ. “Busca construir una fiesta desde el espacio. Es una invitación a jugar, a bailar, a soñar. La obra de los R&R está atravesada por un optimismo visual eterno, son optimistas incansables y su visión del mundo es muy soñadora”, enfatiza Huberman.
«Cuando conocí a Martín Churba le dije que quería hacer algo para la vidriera de su casa matriz y me dijo que no. No sabía de mi trabajo, después le gustó y pasé a tener tres piezas en todos sus locales y a formar parte del adn de Tramando. Por eso cuando abrió su local en Dubai hice una intervención con nueve mil broches. Martín tiene una cultura creativa y constructiva muy fuerte…»
Hoy creatividad, innovación y disrupción cotizan alto y a vos te calzan perfecto.
Experimentar implica un proceso creativo e innovador y la disrupción puede ser una consecuencia. Yo experimento todo el tiempo, pero no busco ser disruptivo sino tratar de ver las cosas de otra manera.
Y escapar de los lugares comunes
Me obligo a mirar las cosas de una manera diferente. Forzar la máquina, poner en duda constantemente hasta los propios lugares comunes, lo concedido, lo otorgado, criticar. Son ejes contundentes de mi laburo.
¿Se aprende a ser creativo?
Se desarrolla. Uno puede aprender herramientas, concepciones, pero después hay que trabajarlo constantemente como un músculo y hay que ponerse en situaciones donde ese músculo sea necesario. Si te relajás y dejás que de eso se ocupe otro, seguramente se te va a atrofiar.
«El diseño tiene la capacidad de transformar el mundo. Desde compañías como Apple hasta reconvertir una plaza o hacer peatonal una calle son momentos que generan un salto en la realidad y cambian el sistema. Eso es hacer una revolución.»
¿De chico ya experimentabas?
Sí, era algo que latía en casa, mis padres son arquitectos y mi hermano director de cine (n de r: Jorge Gaggero). Imaginar futuros mejores, universos paralelos y construir siempre estuvo muy metido en la familia.
Huberman es arquitecto por la Universidad de Buenos Aires y tiene posgrados en la Di Tella y la Arizona State University. Es también diseñador, artista, curador y profesor. Pero, sobre todo, es un hacedor con una capacidad admirable para resignificar objetos cotidianos. Expuso en París (Bensimon, Le Bon Marché), Madrid, Milán (pabellón francés de la Feria Milán 2010), Londres (apertura de la tienda H&M Casa), Dubai, Santiago de Chile, Tokio. Y para el Museo MAR del Mar de Mar del Plata creó una obra con 70 mil broches, doce metros de alto y un aro superior de cuatro y medio. “Si llegamos a construir la segunda parte tendremos entre 120 y 130 mil broches en total”, aclara.
¿Por qué decís que diseñar es un hecho revolucionario?
Porque el diseño tiene la capacidad de transformar el mundo. Desde compañías como Apple hasta reconvertir una plaza o hacer peatonal una calle son momentos que generan un salto en la realidad y cambian el sistema. Eso es hacer una revolución. Ciudades completas cambiaron a partir de políticas públicas enfocadas al diseño, como Medellín, Curitiba o Nueva York. El diseño bien utilizado es un arma de transformación.
«Buenos Aires es un lugar donde todo es posible. Cuando viajo a grandes ciudades pienso que mi obra podría desarrollarse allí, que podría tener más impulso, más facilidades, pero hay algo de la lucha que se da acá, de la construcción ardua y difícil que me encanta.»
En tus obras usás objetos cotidianos– broches, perchas, tejas, canastos, sillas BKF- y les das un nuevo significado ¿Todo sirve para hacer arte?
Yo no construyo con cualquier elemento, me interesa que cada material cuente una historia. Lo de los broches nace de la imposibilidad de acceder a materiales mucho más caros y la necesidad de maniobrar con equipos chicos. Todos los procesos están atravesados por una lógica que hace que nos interese ese objeto y construir algo con él.
¿Cómo es el proceso para llegar a esas obras?
Las investigaciones son proactivas, no esperamos que llegue un encargo para desarrollar nuestros sistemas y lenguajes. Constantemente estamos investigando, experimentando, tratando de abrir nuevos caminos y posibilidades y buscando formas diferentes de construir. Incluso tenemos proyectos de investigación de archivos arquitectónicos y a partir de ahí conceptualizamos nuevas piezas.
«Me gusta tanto lo que hago que no tengo esa diferencia entre vida y trabajo. Pero sí me gusta mucho ir al cine, puede ser un estudio creativo y también un ejercicio de relajación, una manera de poner la cabeza en pause.»
Hiciste varios trabajos para Martín Churba.
Cuando lo conocí le dije que quería hacer algo para la vidriera de su casa matriz y me dijo que no. No sabía de mi trabajo, después le gustó y pasé a tener tres piezas en todos sus locales y a formar parte del adn de Tramando. Por eso cuando abrió su local en Dubai hice una intervención con nueve mil broches. Martín tiene una cultura creativa y constructiva muy fuerte y me posibilitó una evolución muy positiva. Para dar el salto al vacío y dedicarte a algo no tan común necesitás que alguien te ayude y Martín fue una especie de mecenas.
¿Qué es lo que más te sorprendió de lo que viste últimamente en diseño?
Este año estuve un mes dando vueltas por Japón y la diferencia cultural es tan grande y tan marcada que me sentí lo más cerca que podía estar a una cultura extraterrestre. Dejar que todo eso me atraviese requirió un constante proceso de traducción, fue casi un laburo para mí. En esos lugares de rasgos culturales muy marcados y de desarrollo muy grande no descanso.
«Este año estuve un mes dando vueltas por Japón y la diferencia cultural es tan grande y tan marcada que me sentí lo más cerca que podía estar a una cultura extraterrestre. Dejar que todo eso me atraviese requirió un constante proceso de traducción, fue casi un laburo para mí.»
¿En qué otras ciudades te pasa eso?
Por ejemplo Nueva York y el High Line, una nueva tipología de parque, en un tercer piso, que atraviesa las calles sin que las calles molesten, cambia la relación con los autos y la vista de la ciudad. En Japón también hay un montón de situaciones que impactan en lo cotidiano, como calles sin vereda, sólo asfalto. Me sorprende cuando los procesos desarrollados se transforman en cotidianos. Tengo un amorío particular con Santiago de Chile, me encanta estar constantemente mirando una montaña, un delirio divino. Y siempre tuve un cariño muy grande por la costa oeste americana. París también, es increíble que el sistema de bicicletas públicas te permita atravesar la historia pedaleando.
¿Y Buenos Aires?
Es un lugar donde todo es posible. Cuando viajo a grandes ciudades pienso que mi obra podría desarrollarse allí, que podría tener más impulso, más facilidades, pero hay algo de la lucha que se da acá, de la construcción ardua y difícil que me encanta.
«Me obligo a mirar las cosas de una manera diferente. Forzar la máquina, poner en duda constantemente hasta los propios lugares comunes, lo concedido, lo otorgado, criticar. Son ejes contundentes de mi laburo.»
Te gusta definirte hacedor.
Me gusta que las cosas sucedan, me siento cómodo empujando para que las cosas se hagan y salgan lo mejor posible. Sí, soy un hacedor.
Un profesor tuyo decía que hay que animarse a ser tonto. ¿Cómo es eso?
Fue un profesor en Estados Unidos. Decía que cuando uno está muy metido en un proyecto de diseño hay que animarse a hacer la versión más tonta de ese proyecto. Porque lo aparentemente estúpido, simple o fácil puede ser un punto de partida para algo más complejo.
¿Qué importancia tiene el error en el proceso creativo?
Para nosotros es todo, es parte del sistema. No lo tomamos como una cuestión dramática. Al contrario, lo vemos como algo generativo que puede producir cambios.
¿Qué hacés fuera del trabajo? ¿Tenés hobbies?
Me gusta tanto lo que hago que no tengo esa diferencia entre vida y trabajo. Pero sí me gusta mucho ir al cine, puede ser un estudio creativo y también un ejercicio de relajación, una manera de poner la cabeza en pausa.
Tu cabeza no debe tener mucha pausa, imagino.
Lamentablemente no, para mí es un poco difícil. Todo el tiempo mi cabeza está buscando posibilidades constructivas. Muchas veces estoy en la calle y pienso qué podría hacer en ese lugar. Entonces, poder apagar la cabeza aunque sea un rato está bueno.