“El arte incomoda un poco”, dice María Casado mientras busca una mesa libre donde apoyar la bandeja con tazas de café. La mesa ratona está ocupada por una obra abstracta, de piedra negra, brillante, apoyada sobre una fina capa de agua que antes era aceite de motor, y que generaba un espejo negro que reflejaba la piedra; pero hubo que sustituirlo porque el olor era muy fuerte. El living está invadido por obras y libros de arte que María comparte con quienes visitan su casa. Ella es la creadora de la María Casado Home Gallery (MCHG), que se define como “un espacio de arte alternativo situado en una casa en Beccar, Buenos Aires, Argentina”, que abrió sus puertas hace más de una década y que se convirtió en una coordenada ineludible del circuito del buen arte en Buenos Aires (y alrededores).
Cuando María era chica, su papá, Eduardo Casado Sastre, un arquitecto que construyó muchos de los edificios racionalistas de Buenos Aires, fue quien la introdujo al universo del arte. Con ese hombre (que “tenía un barco impresionante y era un muy buen «yachtman», cuando en las regatas del Río de la Plata participaban sólo diez barcos”) conversaba sobre la importancia del color en la pintura. María se podía quedar sentada un largo rato mirando los libros de pintura clásica que había en la biblioteca de la casa, mientras esperaba que su papá se despertara para llevarla a navegar. Recuerda “La primavera”, de Botticelli, un cuadro que la atraía particularmente. Las figuras de los dioses y diosas, alargadas y sensuales, interpretando una escena en medio de un bosque florecido. “Para mí, el mundo del arte tenía algo enigmático, que no lo podía decodificar, pero me parecía interesante”, dice hoy María, sentada en un sillón blanquísimo con su perra en la falda.
«Entendí mucho lo que le pasa al otro cuando estuve en la casa de un matrimonio que tiene un palacio en Venecia. Yo fui de colada. Una vez, cuando fui a la Bienal de Venecia, este matrimonio abrió su palacio, increíble, con unas obras impresionantes, un almuerzo pantagruélico, lleno de manjares. Y yo terminé en el baño discutiendo sobre arte con el dueño. Es muy atractivo meterte en la casa de otro.»
¿Qué te atrajo del arte plástico y no de otra manifestación artística?
Hay una cuestión de aprecio, de equilibrio emocional que me da observar arte. Hay algo adentro mío que encaja. No lo puedo explicar. Si veo una obra que me conmueve, me pasa desde que tengo uso de razón, la angustia o eso que tenemos todos, soledad o vacío, se alivia. Cuando voy a los talleres de los artistas y me interesa mucho la obra de uno, o cuando tengo una buena conversación y sacamos conclusiones esotéricas, increíbles, siento que mi vida tiene mucho sentido.
¿Qué hacías antes de tener la MCHG?
Era mamá. Tengo tres hijas. Siempre supe que iba a tener mujeres, nunca lo dudé.
¿Qué te empujó a crear la galería?
Tengo una hija discapacitada, Ichi. Mi marido, un personaje muy particular, siempre quiso que tenga una vida propia, aparte de la familia, y me empujó mucho a que pensara qué quería hacer, además de ser mamá. El terror y la ignorancia de tener un hijo diferente te hace sacar fuerzas de cualquier lado para que ese chico sea lo más querido y normal posible. Le dediqué todas las horas del día a Ichi. Necesitaba tener un vínculo muy fuerte con ella, para poder superar la tristeza y el susto de tener una hija que nunca va a poder hacer cosas que uno considera obvias.
«El arte contemporáneo argentino me parece increíblemente bueno. Hay muchísimo talento en la Argentina. Nosotros estamos acá abajo, lejos. Y es impresionante, a pesar de eso, la cantidad de artistas buenos que hay. El arte contemporáneo tiene que ver con lo que pasa en ese momento en el territorio que vos manejás. Es la manera de escuchar. El artista contemporáneo es una persona que te abre un camino en la selva.»
¿Cómo entra el arte en esa situación?
Mi marido y mi papá, cada uno por su lado, me decían que me veían muy triste y que tenía que encontrarle una vuelta a la vida. Yo ya funcionaba en el mundo del arte: iba a galerías, a talleres, compraba obras. Estaba metida. Evidentemente el arte me daba alegría. En el 2001 hubo una crisis espantosa. Pensé: qué hago, tengo que reinventarme de alguna manera. Ahí nació, entre lo que me pasaba a mí y la crisis del 2001, en octubre de 2002, la galería.
¿Cómo definís la MCHG?
Es la manera que tengo de mostrar artistas que me gustan. El primero fue Duilio Pierri, que a mí me impactó muchísimo, sobre todo el color en sus pinturas. Le había comprado muchos cuadros y éramos muy amigos. Muestro artistas que me gustan tanto que les compraría una obra.
¿Nunca representó un conflicto cruzar ese proyecto personal con la intimidad de tu casa?
No, creo que es muy atractivo. Tenés que convivir con la obra, con lo cual te tiene que gustar. Si convivís con algo que te parece una porquería o una chantada, es difícil de sostener en el tiempo.
«Para elegir a un artista tengo que sentir que lo que ese artista hace es verdadero, serio, y que tiene ganas y hambre de éxito. La consistencia en el trabajo, la manera de expresar lo que le pasa adentro.»
¿Cómo es abrirles tu casa a personas desconocidas?
Me encanta. No sabía que me daba tanto placer abrirle mi casa a alguien que tiene ganas de ver algo poco habitual. Desde el primer día sentí que ahí había algo diferente. En realidad, la suertuda soy yo. Soy muy sociable. Qué suerte que puedo conocer a otra personas. Entendí mucho lo que le pasa al otro cuando estuve en la casa de un matrimonio que tiene un palacio en Venecia. Yo fui de colada. Una vez, cuando fui a la Bienal de Venecia, este matrimonio abrió su palacio, increíble, con unas obras impresionantes, un almuerzo pantagruélico, lleno de manjares. Y yo terminé en el baño discutiendo sobre arte con el dueño. Es muy atractivo meterte en la casa de otro. Me siento una privilegiada.
¿Cuál es la especialidad de MCHG?
Arte contemporáneo. Me encanta la juventud.
¿Qué tiene que tener un artista para que lo elijas?
Tengo que sentir que lo que ese artista hace es verdadero, serio, y que tiene ganas y hambre de éxito. La consistencia en el trabajo, la manera de expresar lo que le pasa adentro.
¿Cómo es tu rutina de trabajo?
Hago cuatro muestras al año. Este año estuve en arteBA, el año pasado en Pinta Miami, y en enero vamos a ir a Zona Maco, en México D.F.
¿Qué te parece el arte contemporáneo argentino?
Increíblemente bueno. Hay muchísimo talento en la Argentina. Nosotros estamos acá abajo, lejos. Y es impresionante, a pesar de eso, la cantidad de artistas buenos que hay. El arte contemporáneo tiene que ver con lo que pasa en ese momento en el territorio que vos manejás. Es la manera de escuchar. El artista contemporáneo es una persona que te abre un camino en la selva, que es la ignorancia de la vida. Todos estamos en esa selva, en algún punto, queriendo decodificar qué nos pasa. A mí me alivia.
«Para visitar la MCHM me puede mandar un mail, llamar por teléfono, por Facebook, a través de un amigo. No es difícil. Si tenés ganas de llegar, llegás.»
¿Qué te parecen el resto de los espacios para ver arte en la ciudad?
Hay lugares de los que soy fan. Admiro mucho a Orly Benzacar, me parece que es una trabajadora, una guerrera. Me gustan mucho las mujeres que tienen su parte masculina desarrollada, me gusta desarrollar eso en mí. Me encantaba la propuesta de Sendrós como galería. Me parece que Alberto (Sendrós) tiene un ojo increíble para lo contemporáneo.
¿Qué tiene que hacer alguien que quiere visitar la MCHG?
Me puede mandar un mail, llamar por teléfono, por Facebook, a través de un amigo. No es difícil. Si tenés ganas de llegar, llegás.
¿Qué te gustaría que se lleven quienes visitan la galería?
Me gusta que se vayan con la sensación de que estuvieron en un lugar diferente a la norma. Que piensen que fue bueno, positivo; lo que vieron, la conversación, lo que sucedió. Estar con otras personas e intercambiar opiniones y tener siempre periféricamente arte es una sensación muy interesante.