“Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”, dijo Nelson Mandela. Mucho después y muy lejos de Sudáfrica, un muchacho de Buenos Aires se apropió de esa frase y la usó como faro inspirador. En un café con MALEVA, en el magnífico Piano Nobile del Palacio Duhau, Marcelo Toledo –un hombre sencillo y afable- nos contó cómo se convirtió en un orfebre con proyección internacional, reconocido en lugares tan disímiles como China (donde una exposición suya llevó millones de personas), Nueva York y Dubai, aclamado por medios como el New York Times y con clientes tales como Robert De Niro, entre otras celebridades de primer rango.
¿Cómo es ser artesano en un mundo donde reina la tecnología?
Uso la misma técnica y forma de trabajar que se usaba en la antigüedad, sólo cambia la inmediatez con el cliente. Ahora hago un dibujo, le saco una fotito con el celular y se lo mando por WhatsApp. La tecnología agiliza todo.
Decís que las obras se parecen a su autor. ¿En qué se parecen las tuyas a vos?
Mis obras tienen un toque clásico, pero también son muy de vanguardia y aggiornadas a la actualidad. Y yo soy así. Muy clásico en determinados gustos y formas de manejarme y, por otro lado, muy abierto a lo que hay, siempre ávido de la moda, el diseño, las tendencias, las vanguardias.
Todo eso debe servirte como fuente de inspiración.
Siempre. Un vestido puede ser un futuro florero o el movimiento de una pollera puede transformarse en un centro de mesa. Las posibilidades son muy grandes. Cuando tenés la cabeza abierta para crear nunca sabés de dónde viene la inspiración o qué cosa te puede disparar algo.
«Empecé mi vida profesional con un puesto en Caminito hace 20 o 22 años atrás. Éramos muy poquitos puestos y cuando venía un colectivo con turistas nos poníamos a ver quién vendía algo. Yo empecé muy de abajo, vendiendo cosas muy chiquitas, de poco valor.»
Marcelo nació en Escobar, es el primero de seis hermanos de una familia trabajadora, y de chico vivía fascinado con el negocio de cosas viejas que tenía su abuelo. “ Me llamaba muchísimo la atención, era un placer ir, me la pasaba entre caños, fierros, listones de madera, puertas antiguas. Era como entrar en una película de fantasía, como crear tu propio mundo. Yo hacía eso”.
¿Cómo empezaste en la orfebrería?
De chico tenía facilidad, empecé doblando metal, hacía anillos y pulseras, hasta que decidí tomar clases de cincelado y repujado y ahí empezó otra vida. Si no hubiese hecho eso, seguramente hoy no estaría acá.
Leí que vendías en ferias artesanales.
Empecé mi vida profesional con un puesto en Caminito hace 20 o 22 años atrás. Éramos muy poquitos puestos y cuando venía un colectivo con turistas nos poníamos a ver quién vendía algo. Yo empecé muy de abajo, vendiendo cosas muy chiquitas, de poco valor.
«Me gustaría hacer una exposición en un museo importante, el MET, el MOMA, alguno de París o el Reina Sofía. Es una gran meta, pero trabajo mucho para que eso suceda.»
¿Es cierto que con la venta de una bombilla de plata pudiste pagar el alquiler?
En las ferias vendía cosas baratas, pero paralelamente tomaba clases de orfebrería y me había armado un tallercito en el departamento que alquilaba, en el lavadero, debajo del calefón, donde apenas entraba yo. Ahí hacía las cosas que tenía ganas, como bombillas y mates. Y cuando no llegaba con los gastos del mes salía a vender eso, y así fue que vendí una bombilla en un negocio y pude pagar el alquiler.
En algún momento pensó en dedicarse a otra cosa. Cursó tres años de psicología, otros tres en el Conservatorio de Arte Dramático, estudió teatro con Agustín Alezzo, yoga, técnicas corporales, pero finalmente se dejó llevar por la orfebrería. Hoy, su libro Arte en plata se encuentra en The Metropolitan Museum of Art, Getty Research Institute, University of California, Berkeley, New York University,The New York Public Library, Columbia University, Emirates Royal Palace, University of Texas at Austin, entre otros lugares.
¿Qué materiales usás habitualmente?
Plata, es noble y muy maleable, cobre, bronce, alpaca, metal blanco. El oro es lindo, pero mucho más duro y caro. Las piezas que hago para Ralph Lauren Home, por ejemplo, son en metal y bañadas en plata.
Hiciste trabajos especiales relacionados con el polo, el vino, la recreación de las joyas de Eva Perón para el musical Evita. ¿En qué estás enfocado ahora?
Desde hace unos años vengo investigando en otros terrenos dentro de mi arte, estoy haciendo esculturas, cuadros, una cosa más de vanguardia, más geométrica, pero siempre en metal.
«Robert de Niro y su esposa querían venir a casa porque habían leído una nota sobre mí. Me tembló el piso. Pensé que venían por cinco minutos, pero se quedaron más de dos horas. Les encantó.»
¿Cómo llegaste a hacer la obra sobre Eva Perón?
Primero hice una pieza para Elena Roger, a instancias de una revista, se la llevé a Londres y quedé fascinado con el musical. Entonces, decidí diseñar una colección grande sobre Eva Perón y con el tiempo me la pidieron para exponerla en museos y hoteles. Estuvo en China seis meses, Cuba, Nueva York, Venezuela, en Brasil dos años seguidos y un día me llegó un mail de la producción de Andrew Lloyd Webber para que diseñara las joyas para el musical en Broadway y el año pasado, para la película de Christina Aguilera, que hizo una escena de Evita en el balcón.
Una obra emblemática para vos.
Sí, fue la que me abrió la gran puerta al mundo. Por Evita un día fui tapa del New York Times.
En tu sitio web hay una frase de Nelson Mandela. “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. ¿Te representa?
Totalmente. Me pegó mucho un viaje a Shangai en 2010. Fui a presentar Evita por tres días y se transformó en una exposición de seis meses que fue vista por cuatro millones de personas. Fue una experiencia muy difícil de superar. Yo venía de un momento personal. Me había separado de una pareja larga y me preguntaba qué hacer con mi vida, mi carrera, mis proyectos. Pero si uno se pone un objetivo, si tiene la convicción de querer algo, de llegar a determinado lugar, si trabaja, se esfuerza, si arremete, puede ser el amo de sus propias decisiones. Por eso me gusta mucho esa frase de Mandela. Yo no quería ser sólo un artesano, quería que me conocieran y llegar a un lugar importante.
«Me pegó mucho un viaje a Shangai en 2010. Fui a presentar Evita por tres días y se transformó en una exposición de seis meses que fue vista por cuatro millones de personas. Fue una experiencia muy difícil de superar.»
Ahora tenés tu nuevo espacio en el Palacio Duhau.
Sí, sigo con mi taller y un local grande en San Telmo, además de la colección privada que sólo puede visitarse con cita previa, y desde este año tengo un espacio en el Duhau. Me gustan mucho algunos hoteles de Buenos Aires, pero desde que vi por primera vez el Duhau sentí que era muy parecido a lo que soy yo. Por un lado, ese misticismo clásico, señorial, con aplomo, con historia y, por otro, una parte contemporánea, de vanguardia y de proyección al mundo. Está tan bien logrado, me siento como en casa.
¿Vendés en el exterior?
Sólo en Nueva York, porque tenía una representante allá que se ocupó de abrirme las puertas. Después, hice acciones en otros lugares, pero no vendo.
Mucha gente importante te conoce y tiene obra tuya. ¿Quién te conmovió especialmente?
Tuve la posibilidad de ver varios reyes y reinas, pero cuando estás con ellos hay demasiado protocolo y un entorno muy difícil de cruzar. El que me sorprendió, aunque fueron pocos minutos de charla, fue Michael Douglas. Era la apertura de Evita, él estaba ahí, yo me acerqué porque me encanta, lo saludé, le pregunté por su mujer (Catherine Zeta Jones), que también me encanta, me dijo que se había quedado en casa con los chicos, y me pareció tan normal. Y a fin del año pasado me pasó algo que me emocionó. Fue una experiencia compleja y bizarra.
«Yo tengo el problema de ser muy apasionado con lo que hago y, a veces, el trabajo me absorbe. Estoy trabajando con tres libros a la vez y preparando una exposición para octubre en el Museo Fortabat.»
¡¿Qué?!
Me mandaron un par de mails diciéndome que había gente interesada en comprar piezas mías, y un día me dijeron que venían a las cinco y pico de la tarde. Se retrasaron, me avisaron que vendrían a las siete. Yo quería irme, era 30 de diciembre, pero me pidieron por favor que me quedara, que Robert de Niro y su esposa querían venir a casa porque habían leído una nota sobre mí. Me tembló el piso. Pensé que venían por cinco minutos, pero se quedaron más de dos horas. Les encantó.
¿Hay vida fuera del trabajo?
Yo tengo el problema de ser muy apasionado con lo que hago y, a veces, el trabajo me absorbe. Estoy trabajando con tres libros a la vez y preparando una exposición para octubre en el Museo Fortabat. Tengo lo del Duhau y una alianza muy fuerte con Catena Zapata, voy a estar con ellos en el hotel Bric y también tengo otro punto en La Bourgogne.
¿Qué te gusta hacer para fuera de eso?
Me fascina viajar. También disfruto mucho tomándome un día en la semana para mí, estoy en el local hasta los domingos porque ese día viene mucha gente. En mi tiempo libre leo mucho sobre arte, mitología, psicología, tomo clases de crítica de arte con Fabiana Barreda, escribo, veo qué pasa afuera, qué exposiciones hay en el MET. Aluciné cuando vi la muestra de Jean Paul Gaultier en el museo de Brooklyn. Fue una locura.
«Me fascina viajar. También disfruto mucho tomándome un día en la semana para mí, estoy en el local hasta los domingos porque ese día viene mucha gente. En mi tiempo libre leo mucho sobre arte, mitología, psicología, tomo clases de crítica de arte con Fabiana Barreda, escribo, veo qué pasa afuera.»
¿A qué lugares volverías y por qué?
Nueva York, de hecho voy tres veces al año, Hong Kong, Tailandia, China, Dubai. China fue una experiencia fuerte, estuve cinco veces en seis meses. Es tan diferente, otro mundo.
¿Un destino pendiente?
India. Me parece muy fuerte, me gustaría tener el tiempo para quedarme tres o cuatro semanas.
Más allá de los viajes, ¿dónde te gustaría llegar?
Me gustaría hacer una exposición en un museo importante, el MET, el MOMA, alguno de París o el Reina Sofía. Es una gran meta, pero trabajo mucho para que eso suceda.