Si no fuera un curador de prestigio internacional Agustín Pérez Rubio podría ganarse la vida como orador. Locuaz, expansivo, divertido, es un entusiasta de la palabra. Y, aunque reniegue de su histrionismo, en su forma de contar, de gesticular y de reír hay algo teatral. Licenciado en Historia y Geografía por la Universidad de Valencia y especializado en Historia del Arte, este español es desde agosto el Director Artístico del Malba. Con una agenda apretadísima de viajes, actividades y compromisos, se hizo un rato para hablar de todo con MALEVA.
La galerista Orly Benzacar cuenta que algunas obras le aflojan las rodillas y le hacen cosquillas en la panza. ¿A vos qué te pasa?
No tengo ese tipo de experiencia física. Sí me pasa algo frente a obras relacionadas con lo inconsciente, lo subjetivo, lo imposible de aprehender. Puede ser una pintura surrealista, una performance, un texto escrito en la pared, una nube de Gego, una instalación gigante de Oiticica. Son obras que te transportan a un lugar entre la realidad y la ficción. Me interesa mucho esa línea que separa lo irracional. También cuestiones como la percepción física y la intelectual, la noción del tiempo, lo sincrónico y lo anacrónico. Por otro lado, he tenido una experiencia estética fuerte con obras muy clásicas como un Velázquez, un Greco o un Van Gogh.
Tu amor por el arte fue precoz, ya a los siete años le pedías a tu padre que te comprara fascículos de Miró y de Tápies.
En mi familia siempre hubo relación con la música, mi abuelo paterno era violinista y yo estudiaba solfeo, piano, pero a mí me llamaba la atención el arte y me interesaba mucho aquello que no podía codificar. Además, tengo una especie de dislexia y, encima, de chico tuve que aprender español, catalán e italiano. Así que siempre me interesaron las cuestiones del lenguaje. Cómo percibimos, nos construimos y nos relacionamos tiene mucho que ver con cómo hablamos y cómo escribimos. Esas cuestiones cercanas a la estética y a la filosofía también las trabajé. De hecho, hice parte de mi doctorado en estética en Valencia y en filosofía en estética en Torino. En cuanto al arte, he aprendido más con los artistas y en mis viajes que en los libros. He estado muy pegado a los artistas.
Hombre de mundo, curioso y ambicioso por naturaleza, este valenciano de 42 años tiene su lugar bien ganado. Fue curador de más de 90 exposiciones en instituciones de primer nivel, como el Museo Nacional Reina Sofía, publicó varios libros de arte y catálogos, escribió para diferentes publicaciones de arte, fue conferencista y director de congresos y seminarios y, quizás lo más trascendente, estuvo al frente del MUSAC – Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León- durante diez años, primero como Curador Jefe y luego como Director
¿Es cierto que algunos curadores se creen tanto o más que los artistas?
No creo. Sí he visto muestras donde el material estaba utilizado demasiado violentamente o con poco refinamiento respecto de la labor artística. Yo tengo mucho respeto y soy muy consciente que trabajo con cosas que no me pertenecen.
¿Para qué sirve el arte hoy?
Yo no podría vivir sin arte. Sirve para tener una mejor consciencia de cada momento, cada sociedad y cada contexto. A mí me ha construido un mundo. También es interesante ver cómo cada tiempo y cada cultura entiende el arte. Como hoy vemos el blanco sobre blanco de Malévic es diferente a cómo lo veían en 1900 en la Unión Soviética, siendo el mismo cuadro.
«Un museo no es una feria de títeres. Tú puedes pasarlo muy bien aquí, pero te llevas una experiencia artística, estética, un conocimiento. Si sólo quieres divertirte vete a un parque de diversiones y te lo pasas fenomenal.»
Decís que también aprendiste de tus viajes y estadías en distintas ciudades.
Sí, fui a Japón muy temprano, me relacioné culturalmente con Latinoamérica desde los noventa, he vivido en España, Budapest, Nueva York, Toronto y ahora en Argentina. La vida es muy limitada y lo bonito es poder experimentar diferentes formas de vivir.
¿Por qué considerás que un museo puede cambiar la vida de alguien?
Porque me ha pasado. Yo vivía en Valencia y cuando montaron el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) se me abrió otro mundo. Vi desfilar al Equipo Crónica, a Bill Viola, Richard Hamilton, todos los povera y tantos otros artistas y, sobre todo, pude acceder a una biblioteca brutal. Si no hubiese estado el IVAM quizás hoy sería creativo publicitario o profesor de historia.
¿Hay que tener conocimiento para disfrutar el arte o alcanza con la sensibilidad?
Sensibilidad es una palabra muy bastardeada, igual que vanguardia. Muchas de la gente que realmente siente el arte es aquella que no tiene el conocimiento y que llega más desprejuiciada. No se necesita un conocimiento académico para disfrutar, pero si quieres conocer más tienes que investigar. Lo bonito es que muchas veces entran a esa experiencia a través de los sentidos y luego se interesan y quieren saber más. Ahí está la curiosidad, yo soy muy curioso.
Un punto fundamental y no sólo en el arte.
Sí, yo he hecho de rol manager de músicos, entrevistas con abogados para que firmaran derechos de no sé qué, buscar actores para no sé cuánto. Me acuerdo de un proyecto con una comunidad gitana visitando chabolas e investigando su forma de vida. Y no sólo la curiosidad, yo voy más allá con la ambición. Sin ella no puedes hacer nada en la vida. Hablo de una ambición bien entendida, con una ética, una deontología, un criterio y con el deseo de superarse a uno mismo.
Y vos sos muy ambicioso, ¿no?
Obvio, yo siempre quiero ir un poco más, vivir otros mundos y, sobre todo, no quiero aburrirme de mí mismo.
¿Por qué te eligieron para el Malba y por qué aceptaste?
Ellos me buscaron y en las dos primeras entrevistas yo era no, no, no. Estaba recién llegado de Toronto y esto significaba un cambio muy fuerte para mí. Pero me convencieron con la insistencia, los buenos argumentos y transformando su palabra en hechos concretos. En eso fueron impecables. Y después de estar cuatro meses aquí creo que tiene sentido haber venido. Estoy encantado, y tengo una misión que cumplir.
¿Cuál?
Reestructurar. Estamos en expansión, con una nueva estructura – con un director ejecutivo y un comité científico-artístico- y la idea de impulsar el museo mucho más.
Apasionado y muy profesional a la hora de trabajar, según su propia definición, agradece que su padre le haya inculcado la filosofía del trabajo, la responsabilidad y el dinero. “En eso soy muy estricto y veo que acá no es así. En Argentina no hay una buena cultura del trabajo y la política no ayuda a buscar la excelencia. Eso ha sido un shock cultural muy fuerte para mí, acostumbrado a otros contextos, como el japonés, por ejemplo”.
«El Malba tiene un capital humano increíble y la idea es que trabajemos todos juntos en equipo. Siempre pensando en la institución. Yo pienso mucho en cómo proyectar institucionalidad, tiene que ser más amplia, democrática, abierta, traslúcida, con más puentes. Por eso me contrataron.»
¿Es cierto que viniste para dar vuelta todo?
No, el museo tiene una historia maravillosa y si no fuese así yo no hubiese venido. Pero hay que contemporizar y mucho para hacer.
¿Qué impronta querés darle?
El Malba tiene un capital humano increíble y la idea es que trabajemos todos juntos en equipo. Siempre pensando en la institución. Yo pienso mucho en cómo proyectar institucionalidad, tiene que ser más amplia, democrática, abierta, traslúcida, con más puentes. Por eso me contrataron. Hay que trabajar sobre imagen y contenido. Es tan importante la colección como el resto de las actividades, lo que quiero es que todo esté sobre un paraguas mucho más coherente, donde tú entiendas el mensaje del museo y puedas relacionar las distintas actividades. También es importante pensar qué queremos traer de afuera y qué puede exportar Malba a otros centros.
Actualmente se habla de museos emotivos, de la experiencia.
Ahora no sólo se trata de que te cuenten algo, sino que tú lo interpretes a través de la sensación y del sentimiento. Por eso el museo tiene que ser mucho más atrayente e incluyente en la manera de comunicar en todos los formatos. Y me encanta que también sea un lugar para estar, ver libros de arte, tomar un café o conectarse a internet. Los museos pueden ser muy lúdicos, inteligentes y divertidos.
Hace poco dijiste que el museo no tiene que ser un parque de atracciones.
Claro, no es una feria de títeres. Tú puedes pasarlo muy bien aquí, pero te llevas una experiencia artística, estética, un conocimiento. Si sólo quieres divertirte vete a un parque de diversiones y te lo pasas fenomenal.
¿Quiénes son los artistas contemporáneos imprescindibles en el arte latinoamericano?
No sé, puedo decirte algunos que estarán en la programación del año próximo: Teresa Burga, Annemarie Henrich, Claudia Andujar, Judie Werthein, Diego Bianchi, Leandro Erlich, Osías Yanov. También pienso en Lygia Clark, Xul Solar , Torres García, Oscar Bony, Jorge Macchi, Mirtha Dermisache, Alejandro Puente, Lamelas, Villar Rojas, mucha gente.
¿Qué hacés en tu tiempo libre?
Nunca sé dónde empieza y acaba mi vida y el trabajo. Voy a ver muestras, al cine, al teatro, a bailar y, cuando puedo, voy al mercado y cocino. También hago yoga. Soy muy malo perdiendo el tiempo. Aunque esté de vacaciones tengo que hacer algo. Tumbarme en la playa diez minutos no es para mí, además tengo una piel de papel.
¿Hacés algo artístico?
Nada. Siempre ví el arte como un caso de conocimiento, donde el yo no está presente. Tengo una cámara, pero soy malísimo sacando fotos, mi pareja siempre me lo dice. Tampoco colecciono arte, en casa tengo un par de piezas que me regalaron, unos posters de amigos, una fotografía antigua, una cosita de Claire Fontaine que compré, y todo lo tengo apoyado, no colgado. Y hay una foto de Marta María Pérez Bravo que siempre viaja conmigo, es como un talismán.
¿Y qué costumbres se te pegaron de Buenos Aires?
No me gusta el fúbol, el mate ni el dulce de leche, pero me encanta el asado, la carne, el chorizo. Y digo mucho la palabra quilombo. Eso me sale muy natural.