Para el emblemático autor neoyorkino Henry James, las dos palabras más hermosas del inglés eran “Summer Afternoon”, tarde de verano. Y no podemos más que darle la razón. Aún en los días más ajetreados, el sol y la energía estival hacen que se quintupliquen las ganas de pasarla bien. La mejor manera que encontramos para inspirarnos antes de la temporada 2014-2015, es recorrer esos rituales célebres que solo pueden existir cuando anochece después de las 7 de la tarde, llevados a cabo por las personalidades más sofisticadas de la historia. A viajar con nosotros.
Entre los Kennedy y los Onassis, Jackie tuvo una vida llena de lujos y placeres. De sus costumbres más entrañables, destacamos que a fines de los 60 solía bajar del yate Christina de su marido a Capri al menos una vez por semana para caminar por sus callecitas con un pañuelo en la cabeza y inseparable Gucci. Los fotógrafos que la seguían contaban que compraba limonada recién exprimida en puestos de la calle o se sentaba en La Piazzetta a tomar un capuccino o un aperitivo.
Las historias estivales de Jane Birkin y Serge Gainsbourg, como la de la mayoría de los mortales, incluyen escapadas improvisadas a último momento y amores de verano que luchan por mantenerse en pie en el otoño. Un verano, Jane se estaba quedando en un hotel cerca de Notre Dame con su hermana cuando conoció al cantautor . Al poco tiempo ella consiguió un papel en la película La Piscine con Alain Delon y Serge no dudó en acompañarla a Saint Tropez, donde se afianzó la relación entre botellas de Pastis. Como al primer amor siempre se vuelve Jane y Serge alquilaron una casa para la familia de los dos, incluyendo tíos y abuelos, 7 años después.
Audrey Hepburn también se enamoró una tarde de verano. En 1968 la invitaron a un crucero por el Mediterráneo y ahí vio a Andrea Dotti por primera vez. “Eramos compañeros en el barco y despacito nos empezamos a enganchar”, dijo Audrey y definió que fue como si le hubieran caído ladrillos sobre la cabeza. Después de casarse no le quedó otra que mudarse a Italia y lo abrazó con entusiasmo. “Soy una ama de casa romana”, confesó. Alejada de los diamantes de Tiffany, allí su ritual era despertarse temprano con su esposo y su hijo y, cuando ellos salían, instalarse en la terraza de su departamento de doce habitaciones con vistas panorámicas del Tiber y del Castillo Sant’Angelo a pintar. 15 años después de su primer protagónico en Vacaciones en Roma, se casó con la ciudad como la entrañable Princesa Anna y una de sus líneas cobró más sentido: “Todas las ciudades tienen algo, pero va a ser difícil superar Roma”.
“Para leer Proust tengo mi casa en el lago Como.» Acá, en Miami Beach, no quiero vivir en otro monasterio. Quiero un lugar en el cual leer Truman Capote”, le dijo Gianni Versace a la revista Time y se puso del otro bando de todos los mencionados anteriormente. Por su mansión, curiosamente la única residencia privada del Ocean Drive, pasaron desde Madonna a la Princesa Diana. Nos lo podemos imaginar leyendo A Sangre Fría en el borde de su piscina de mosaicos italianos que hizo traer en barco desde su tierra madre.
Otro norteamericano enamorado de Italia es el galán de los galanes George Clooney, dueño hace más de una década de una villa del siglo XVIII en el lago Como con 15 habitaciones. “Pensé que iba a venir algunas semanas en el verano pero terminé instalándome porque acá siento más calmo”, dijo el actor sobre sus días en el paraíso que arrancan con una vuelta en moto antes de las 10am, cuando los papparazzi todavía no se despertaron. Otros rituales que repite son los de leer en su bote en el medio del lago y visitar el emblemático Harry’s Bar de Venecia por un aperitivo. Cuando no recibe amigos, entre los que pueden estar Brad Pitt o Ralph Lauren, sale a comer al hotel Villa d’Este, que tiene uno de los mejores restaurantes de Italia. Los veranos trabajando en el campo de tabaco que su familia tenía en Kentucky bien atrás han quedado.
Si bien se inspiraba en caminatas nocturnas por Nueva York, con las sombras de los edificios sobre el asfalto y las luces de neón, el lugar en donde más pudo plasmar su creatividad Jackson Pollock fue el glamoroso The Hamptons. En una típica casa de veraneo, él mismo remodeló los espacios durante un invierno para poder trabajar en el establo convertido en estudio. Allí pintaba a la tarde solamente con luz natural.
Cuando le preguntaron a Karl Lagerfeld, el diseñador alemán, si alguna vez se tomaba vacaciones él contestó que no le era necesario porque en Chanel la estructura es tan relajada que puede irse cuando quiere. Amigo de las escapadas, divide su tiempo entre su casa de París, Saint Tropez y Mónaco. En el último destino es donde come lo que para él es la mejor comida japonesa de Europa, en el restaurante Yoshi del hotel Métropole. Después de la cena, visita la pileta The Odyssey del hotel: “es un lujo tanto de día como de noche”, le dijo a Vogue.
Silvina y Victoria, las hermanas más importantes de la cultura nacional, tuvieron la suerte de viajar a Europa desde la adolescencia, pero no dejaban de pasar sus veranos en la histórica casona de San Isidro, donde se instalaban de noviembre a marzo. En un ambiente rural y refinado a la vez, aprendían idiomas, leían en el jardín repleto de álamos, robles y jazmines y tomaban clases de música. Ya en la adultez, los veranos eran en Mar del Plata. Dicen que Victoria casi ni salía de su casa hasta que no llegaban Silvina y Bioy a mediados de enero. Mientras la hermana mayor disfrutaba de la playa a la mañana, la pareja era de esas que se levantan con calma y aparecían recién cerca del mediodía. El intelectual monseñor Eugenio Guasta contó una vez: “Victoria iba temprano al mar, antes de las diez, y llevaba en un bolso abrigo por si refrescaba. Cuando estaba a punto de salir de la casa, en el portón de madera, cortaba una hoja chica de la hortensia que está ahí y se cubría con ella la nariz, para evitar que la quemara el sol”. A la tarde, todos los días tomaban el té en Villa Victoria, costumbre que tantos repiten hoy sin saber que les están haciendo el honor.
Y por último, unas palabras sobre el maestro Clorindo Testa, quien le dio la última entrevista de su vida a MALEVA y fue una amenísima charla sobre sus veraneos en Pinamar. Varios edificios y casas del balneario de pinos, médanos y calles onduladas tienen su firma. La más entrañable para Clorindo era su propia casa, lógico, a la que llamó “Capotesta” y está emplazada en Pinamar Norte. Tiene cuatro décadas pero todavía hoy – con su diseño cubista y sus colores – sigue siendo de lo más provocador y vanguardista de la costa argentina. A Maleva le contó que lo más importante cuando la imaginó fue que tuviera una excelente vista al mar desde el living porque para él vacaciones eran sinónimo de relax en un sillón viendo el océano. “No me gusta eso de estar en el jardín, sentado en el césped”, dictaminó el genio.