Rico y con un bello diseño minimalista, el nuevo Ninina del MALBA
Debo confesarlo: a veces paso igual o más tiempo en los gift shops que en las exposiciones de los museos. Y muchas otras llego a estos centros culturales y, en vez de pagar la entrada y empezar a recorrer sus salas, simplemente enfilo hacia sus cafés o restaurantes. Es que de un tiempo a esta parte, las propuestas gourmet de los museos más lindos de Buenos Aires han hecho tan bien los deberes que son joyitas en sí mismas, que valen la visita aún sin excusa culta. De hecho, hasta pueden generar la situación inversa: ser el punto de reunión y luego otorgar la yapa de un paseo por el bello museo lindante. Pero del modo que quieran vivir esta perfecta alianza, aquí va un recorrido malevense por las propuestas más interesantes.
Cuando el MALBA cerró sus puertas para entregarse a una remodelación integral de la planta baja, muchos lamentaron su silencio cultural. Pero el 2 de noviembre se develó el misterio, demostrando que los pacientes siempre tienen su recompensa: amén de un museo completamente renovado, mucho más luminoso y funcional, fue su propuesta gourmet lo que empezó a dar que hablar. Es que aquí desembarcó Ninina, el spot palermitano (y desde hace un tiempo también de Donado Holmberg) que seduce multitudes con sus increíbles tortas, sus potentes brunchs y sus opciones contundentes de sándwiches, ensaladas, tartas, sopas y platos calientes -como orechiette casero, risotto a la parmigiana y salmón rosado del Pacífico-. Además, claro, de sus cafés sudamericanos y sus muy frescas limonadas. Todo, siempre, sin conservantes ni ingredientes artificiales, un sello imprescindible de la marca. Con 338 m2, una terraza con deck y capacidad para 136 cubiertos, Ninina MALBA ya se posiciona como uno de los puntos de reunión obligados de la zona. Además, ofrece horarios independientes al museo, abriendo incluso los martes, día en que este está cerrado (abre de lunes a viernes de 8 a 22 y los fines de semana de 9 a 22 hs).
Desde el sábado 2 de diciembre, es probable que este café vea incrementados sus visitantes a causa de la inauguración de “Inoculación”, la muestra del reconocido artista chino Ai Weiwei. Sin embargo, y aunque parte de la exposición también toma la cafetería (y asimismo la vereda y la librería), la verdad es que Café PROA merece su visita mucho antes y después de este evento. La merece por su fascinante terraza con vista al Riachuelo, por su salad bar de los fines de semana con platos frescos y nutritivos (“incluimos semillas, frutos secos, vegetales de estación, legumbres, opciones crudas y de diferentes cocciones”), por su patisserie 100% casera que tienta con delicias como carrot cake con crema de limón y scons, y también por sus almuerzos generosos y rápidos para oficinistas apurados de lunes a viernes. Tranquilo y con ese aura cultural que le brinda el marco de la fundación, es un espacio ideal para relajarse y disfrutar con la vista perdida en el clásico puente Nicolás Avellaneda.
Apenas salir del imponente edificio que alberga la Colección Fortabat, no hay paso más lógico que cruzar hasta Croque Madame. Siguiendo la misma línea de diseño, a cargo del reconocido arquitecto uruguayo Rafael Viñoly, este espacio a su vez suma el encanto de una terraza/vereda con vista directa al río. Allí, entre sillas Bertoia y grandes sombrillas blancas, será posible disfrutar tanto del sándwich insignia de la cadena como de cazuelas, tartas, woks, risottos, carnes, pescados y pastas, además de una muy surtida variedad dulce para la tarde o para acompañar un café al paso. Aunque la novedad es que recientemente también empezaron a permanecer abiertos de noche, permitiendo disfrutar las luces de Puerto Madero y el reflejo infinito del agua mucho más allá del atardecer. Y para aquellos en busca de locación particular, un dato: tienen un salón de eventos en el primer piso, con vista directa a los más espectaculares barcos del canal.
Aunque no está exactamente dentro del museo y funciona por completo separado, no hay duda de su simbiosis. La propuesta de Novecento es un cierre perfecto a la visita a uno de nuestros museos más bellos y nutridos, y que por estos días cobra nueva fuerza con la exposición “Miró: la experiencia de mirar”, del gran Joan Miró. Con vista a la Facultad de Derecho y también a los muchos deportistas que circulan por la Plaza Rubén Darío, elegir sentarse en sus mesas de afuera es un placer primaveral imperdible. Si bien por dentro siempre es agradable la puesta en escena neoyorquina y de bistró que Novecento ofrece, en el exterior platos como la hamburguesa homónima, el risotto de tomates ahumados, la pesca blanca con arroz yamaní a la carbonara o los orechiette frutti di mare podrán disfrutarse, en estas semanas de diciembre, aún con perspectiva directa a los jacarandás florecidos de Figueroa Alcorta. Y ni hablar si se toma un trago para acompañar la caída del sol y comenzar a despuntar la noche y sus posibles planes.
Parece respetar a la perfección la consigna tácita. Siguiendo la línea del increíble jardín andaluz que ostenta el Museo Larreta (una joyita belgranense que no muchos conocen), esta locación de Croque Madame hizo suya una porción, aprovechando frondosos árboles y arbustos para ubicar alrededor sus mesas al aire libre, todo con un espíritu español sumamente sentador. Entre pisos de ladrillos y piedras, sombrillas blancas, macetones de malvones y un espacio interior que rinde culto al elegante mix de blanco y negro, se genera una propuesta que transita con naturalidad de la mañana a la noche. Aunque es en este último momento del día cuando sus mesas con velitas y aroma a jardín perfumado cotizan más alto que nunca y se convierten en el rincón idóneo para un encuentro íntimo y cálido.
Este es uno de los mayores exponentes de que no solo el arte atrae a un museo. Basta nombrar a Mandarina Voluptuosa, Pecado Original o Negrita Mía, entre otras tortas caseras y muy propias, para abrir apetito e intriga. Y eso es apenas el comienzo. Porque el Café Sívori está ubicado justo atrás del museo, rodeando el Patio de Esculturas y pleno de árboles centenarios, con un precioso roble como gran protagonista. En el medio de la ciudad y apenas a metros de la avenida del Libertador, resulta un increíble oasis de paz y silencio, en el que hasta el paso del tren le concede a la escena un poco más de encanto. E incluso si llueve la premisa es disfrutable: los grandes ventanales siguen permitiendo descansar la vista en el marco verde. Para los menos dulceros también hay ofertas interesantes para el almuerzo, como crêpes de setas, pollo a la Sívori -recomendación malevense: nunca subestimen un plato que lleva el nombre del lugar- y ensaladas frescas y variadas.
Fotos: gentileza todos los cafés y restaurantes mencionados.