“A menos que hayan sido invitados por el DJ o los anfitriones, no les podemos asegurar la admisión”, explicó el hombre de seguridad a la fila que llegaba al final de cuadra. Con paciencia, aguantábamos la ansiedad de querer entrar al Standard Hotel, la meca nocturna de moda. Nos miramos con mis amigos y acordamos que entraríamos por pareja. Mi novio y yo teníamos experiencia suficiente en la escena local para saber que un grupo grande o de hombres no entraba a casi ningún lado.
Y así fue. Con nuestra mejor cara de póker entramos todos a un pasillo con paredes y piso negros, decorados con vinilos flúo de mujeres desnudas. Esperamos el ascensor enorme de carga, donde un hombre alto y elegante nos dio la bienvenida y, sin preguntar, presionó el 18, la primera parada antes de subir al rooftop. Lo primero que vi fue la barra delante de un ventanal inmenso, y más allá, el skyline de Manhattan y el río Hudson.
«Del techo colgaban bolas de disco, algunas grandes y otras más chicas, que relampagueaban con los espejos, la música house y electrónica. A un costado había una pileta triangular climatizada que burbujeaba, y a un costado, una pila prolija de toallas blancas todavía sin usar. He aquí la estrella que daba nombre a Le Bain, o “el baño” en francés.»
Mientras esperábamos las cervezas nuestros ojos bailaban. Del techo colgaban bolas de disco, algunas grandes y otras más chicas, que relampagueaban con los espejos, la música house y electrónica. A un costado había una pileta triangular climatizada que burbujeaba, y a un costado, una pila prolija de toallas blancas todavía sin usar. He aquí la estrella que daba nombre a Le Bain, o “el baño” en francés. Ya había hecho la investigación suficiente para imaginarme que en unas horas la fiesta sería en el agua.
Excepto por dos personajes extravagantes –como no puede ser de otra forma en Nueva York -, que bailaban con movimientos hipnóticos, la mayoría de la gente estaba anclada en la barra, tomando al pie de la letra el código dress to impress. Vestidos ajustados, pantalones holgados de tiro alto, chupines en los hombres y camisas clásicas. No había una moda definida sino estilos individuales y diferenciados que formaban una melange visual fascinante. Uno de los bailarines vestía una camisa estampada, pantalón claro y al cuerpo, un sombrero negro sobre su melena y un collar femenino de plata.
«A mi alrededor el bullicio se mezclaba con la música, las selfies, los textos y el silencio pos brindis. Nos miré: seis amigos argentinos tomando unas birras en un rooftop con vista al Midtown de Manhattan, viviendo en esta increíble ciudad extranjera la amistad criolla que nos caracteriza. La ecuación perfecta.»
Vaso en mano buscamos la escalera y subimos al piso 19. La vista era impresionante: las lucecitas parpadeantes de los edificios, el altísimo World Trade Center que de día es transparente y de noche un gigante de luz, el High Line verde y el río que centelleaba en rojo por el reflejo de una enorme “W” en un edificio de Nueva Jersey. A cada lado, gente y más gente. Nadie estaba abrigado; ellas con los hombros o piernas descubiertas y ellos arremangados con el cuello abierto. Corría una brisa veraniega que aliviaba el cuerpo después de un día de temperaturas altísimas. Estaba oscuro. La única luz provenía de la ciudad abajo nuestro, de las velas en las mesitas y los celulares. Y claro, la de la barra que servía sin respiro a la gente que, mientras esperaba su trago, miraba el icónico Empire State a través del ventanal.
Como dulcera que soy y dueña de una intuición infalible en el tema, no tardé en descubrir la crêperie de toldo blanco y amarillo que estaba en una punta. Me acerqué con una amiga a elegir mentalmente qué comeríamos más tarde como bajón. Los crêpes salados eran una tentación: había de jamón, parmesano y gruyere; kale, hongos y fontina; y pavo, palta (acá son fanáticos del avocado) y queso de cabra. Pero los dulces no se quedaban atrás: el clásico de limón, manteca y azúcar; mango, coco y ananá; nutella con banana; y, para mi feliz sorpresa, de dulce de leche y nueces.
«Como dulcera que soy y dueña de una intuición infalible en el tema, no tardé en descubrir la crêperie de toldo blanco y amarillo que estaba en una punta. Me acerqué con una amiga a elegir mentalmente qué comeríamos más tarde como bajón. Los crêpes salados eran una tentación: había de jamón, parmesano y gruyere; kale, hongos y fontina; y pavo, palta (acá son fanáticos del avocado) y queso de cabra.»
Después de comernos con los ojos esas delicias, buscamos un lugar libre en los ventanales y miramos en silencio la ciudad. Daba vértigo estar tan cerca del borde, separados solo por un vidrio transparente. Pensé en lo increíble de tener esta vista, de la capacidad del hombre de crear nuevas perspectivas, literalmente, y de querer siempre estar más alto, quizá en un inconsciente intento de conquistar el cielo.
A mi alrededor el bullicio se mezclaba con la música, las selfies, los textos y el silencio pos brindis. Nos miré: seis amigos argentinos tomando unas birras en un rooftop con vista al Midtown de Manhattan, viviendo en esta increíble ciudad extranjera la amistad criolla que nos caracteriza. La ecuación perfecta.
Varios tragos, cervezas, brindis, crêpes de Nutella y dulce de leche después abandonamos el hotel. Afuera la gente todavía esperaba en fila. En la esquina un hombre pedía plata a cambio de improvisar un rap personalizado. Más allá, cruzando el boulevard, más gente haciendo cola para entrar a un boliche subterráneo. Las calles vibraban con la música y las luces que provenían de todos lados. La energía se palpaba y contagiaba, de una forma que, si me dejaba llevar, podía verme envuelta en el torbellino que había bautizado a Nueva York como “la ciudad que nunca duerme”.
EXTRAS DEL STANDARD: el Standard Hotel está en Nueva York, Miami Beach, en el centro de Los Ángeles y Hollywood. El hotel de esta nota linda con la High Line, la vía de tren rescatada y transformada en un paseo elevado a cielo abierto. Además de Le Bain, también funciona un beer garden alemán, un penthouse de lujo conocido como Boom Boom Room o Top of the Standard, y una plaza pública con instalaciones de arte rotativas y una pista de patinaje sobre hielo (abierta en invierno). Tener en cuenta que la pileta interior y la crêperie de Le Bain son estacionales.
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Fotos: Facebook Le Bain, gentilez aLe Bain / fotos: Neil Aline