De la mano de Kaiken Wines, estuvimos por el destino cabecera de la uva y nos llevamos un poquito de su magia / Una bodega cool y chic, viñedos a días de la vendimia, una degustación premium y almuerzos inolvidables / Crónica en primera persona de la experiencia
Kaiken Wines es un paraíso vitivinícola en Luján de Cuyo donde relajar con copa en mano es el plan
La felicidad al pie de los Andes: una escapada a la bodega Kaiken Wines en Mendoza.
Mendoza es todo lo que pensé que era. En un romance – bastante reciente, por cierto – con el vino, que como todo amor no es sostenido con tecnicaturas ni lógicas ni teorías sino con el mero sabor de una copa bien servida, volé al destino cabecera de la uva. Un vuelo tempranero que me dejó en la ciudad a las nueve de la mañana y, como quien no pierde el tiempo, con equipaje de mano encima, fui directo a la bodega que me recibiría.
Kaiken Wines llegó a Mendoza de la mano de Aurelio Montes – fundador, a su vez, de la Bodega Montes en Chile – allá por el 2001. “El Caiquén es un ganso salvaje patagónico que habitualmente cruza la Cordillera de Los Andes, entre Argentina y Chile. En su vuelo va derribando fronteras y desafiando lo establecido”, explican. Con tres fincas y un total de 120 hectáreas, se convirtieron hoy en una etiqueta de renombre por estos pagos, que no es decir poco. Y el responsable de enología, Rogelio Rabino, lo explica muy bien: “Tenemos fincas en distintos lugares porque hacer vino es como una foto y a nosotros nos gusta hacer collage”.
«Buscando ser originales en cada etiqueta, el afán de Kaiken Wines está en crear cosas nuevas constantemente. Y su enólogo Rogelio Rabino lo explica muy bien: “Tenemos fincas en distintos lugares porque hacer vino es como una foto y a nosotros nos gusta hacer collage”.
Ese trío de viñas es el paraíso del fotógrafo – y yo me considero una fotógrafa, aunque sea desde la intención –. Tuve la suerte de conocerlas en una época cercana a la vendimia, y junto al equipo de enología, Gustavo Hörmann (gerente y enólogo) y Rogelio Rabino (responsable de viticultura y enología e ingeniero agrónomo). Así Mendoza me conquistó con facilidad y sin esfuerzo alguno. Grandes racimos de uvas multicolores, cultivos verdes, copones de vino en el paisaje que les dio vida y almuerzos bajo un sol radiante. ¿Lo malo? No sé si podré volver en otra época que no sea esta.
En solo dos días pude visitar sus viñedos infinitos y variados, comer unos raviolones exquisitos en medio del campo de la uva, emborracharme con quién sabe cuántas copas de blanco, tinto y rosado, vivir un atardecer inolvidable al ritmo de una banda en vivo y Djs en el #KaikenSunset, probar ediciones inéditas que no están en el mercado y surgieron por mera diversión y experimentación del equipo de enólogos; y celebrar aquella luna de miel con la bebida que nos enorgullece como país.
«Racimos como techo en los parrales – donde, claro está, la foto es obligada – un quincho (aunque la palabra no le haga honor), una parrilla (que tuvimos la suerte de testear), spots para picnic y un terreno donde el verde es moneda corriente. “Para mí, como técnico, hacer vino acá es un lujo”, declaró Rogelio con una sonrisa que denotó su pasión por el oficio…»
Pero la frutilla del postre fue conocer la bodega. Vistalba, Luján de Cuyo, regala panorámicas decoradas con picos de montañas. Una mezcla entre rústico y chic es el resultado de aquel escenario que opera como el corazón de Kaiken. Racimos como techo en los parrales – donde, claro está, la foto es obligada – un quincho (aunque la palabra no le haga honor), una parrilla (que tuvimos la suerte de testear), spots para picnic y un terreno donde el verde es moneda corriente. “Para mí, como técnico, hacer vino acá es un lujo”, declaró Rogelio con una sonrisa que denotó su pasión por el oficio.
“Hacer vino es la anti-agricultura: uno quiere que la planta sufra para que el vino sea de mejor calidad”, aseguran mientras nos sirven las diez copas que tenemos en frente, que pasaron de ser transparentes a un arcoíris de color y sabor…»
Los turistas pueden caer sin reserva y serán atendidos de inmediato para un tour, degustación o picnic – sí, era literal – porque te brindan la comida (empanadas criollas, papas bravas y pollo al disco) para que te instales en algún rincón del espacio, bajo las copas de los árboles o sintiendo los rayos de sol sin límite de tiempo. “La gente viene a relajar, siempre nos dicen eso. Incluso hubo parejas que se quedaron dormidas sin querer”, le cuentan a MALEVA. Y claro, no se me ocurre mejor escenario para una siesta que ese.
“Hacer vino es la anti-agricultura: uno quiere que la planta sufra para que el vino sea de mejor calidad”, asegura Rogelio mientras nos servían las diez copas que tenemos en frente, que pasaron de ser transparentes a un arcoíris de color y sabor. Kaiken Estate, Sauvignon Blanc – Semillón, el aliado de las comidas. Kaiken Terroir Series, Torrontés, moderno, floral y cítrico. Kaiken Estate Rose, un rosado de Malbec, vino muy versátil.Y la estrella, el MAI, 100% Malbec.
En fin, dos días en Mendoza me ofrecieron un viaje con los ojos y el paladar y me acercaron a ese universo vitivinícola que todo argentino, viajero y alma foodie debe explorar. Una escapada très cool pero también rica en tradiciones y paisajes. Ah, y rica en vino, claro.