Tienen más de 30, quizás 40 bien llevados. Hace algunos años iban a Pachá pero no más. Dicen que no hay lugares para ellas en Buenos Aires. Que no tienen donde ir a bailar. Y aunque un museo no parece ser la mejor opción para una noche descontrolada, acá están, haciendo esta cola larguísima para entrar al auditorio del Malba. No saben de qué se trata pero tienen el dato y le tienen fe.
«Poncho, el trío electrónico formado por Javier Zuker, Leandro Lopatín y Fabián Picciano se propone reconstruir en tiempo real, en el auditorio del MALBA, las noches de Experiment, la primera discoteca de Buenos Aires. La que marcó un antes y un después en la noche porteña y que sólo duró dos años, entre 1977 y 1979.»
Irrepetible, les dijo un amigo que produce bandas de rock. Poncho, el trío electrónico formado por Javier Zuker, Leandro Lopatín y Fabián Picciano se propone reconstruir en tiempo real las noches de Experiment, la primera discoteca de Buenos Aires. No la discoteca gay de los ochentas, sino su antecesora, la que funcionaba al final de una galería comercial de Carlos Pellegrini entre Santa Fe y Suipacha. La que marcó un antes y un después en la noche porteña. Su dueño, Carlos Egaña, se había inspirado en el mítico Club 54 de Nueva York y viajaba regularmente a la gran manzana para traer las novedades musicales. Sólo duró dos años, entre 1977 y 1979, hasta Egaña decidió venderla cansado de las razzias policiales. Pero fue suficiente. Después de este experimento, todo fue diferente.
Atrás quedó el formato de “boite” que encarnaban Mau Mau, Afrika y Le Club. Nada de salir en pareja, de elegante sport, para sentarse alrededor de una mesa a conversar y tomar whisky. Que quede claro: a Experiment se iba a bailar. En la pista se mezclaban Marta Minujín, Nicolás García Uriburu y Guillermo Vilas, Adela Rodríguez Larreta, Alejandro Kuropatwa y Susana Giménez –cuenta la leyenda que Monzón bebía desordenadamente y solía ponerse violento. A la segunda vez lo invitaron a retirarse–.
«Que quede claro: a Experiment se iba a bailar. En la pista se mezclaban Marta Minujín, Nicolás García Uriburu y Guillermo Vilas, Adela Rodríguez Larreta, Alejandro Kuropatwa y Susana Giménez –cuenta la leyenda que Monzón bebía desordenadamente y solía ponerse violento. A la segunda vez lo invitaron a retirarse…»
Pero mas allá de las figuras del espectáculo y de la alta sociedad porteña, en el dancefloor se reunía sujetos de variado pelaje, sin importar su origen pero creativos al extremo. Podría decirse que en tiempos de dictadura Experimet contribuyó a la integración social y a la libertad de los cuerpos.
Inspirados en aquel espíritu libertino y súper-glam – en sintonía con la muestra del fotógrafo de moda Mario Testino que está por estos días en MALBA – los chicos de Poncho se proponen hacer de aquellas fiestas una pieza de museo. Como dice a Maleva el programador del evento, Fernando García: “No será otro set de electro-rock sino una performance única de mash up con el objetivo de resignificar desde 2014 un lugar de Buenos Aires que sobrevive en la memoria de quienes lo frecuentaron”.
En la sala, sobre el escenario, se levanta una especie de erizo de mar construido con bancos de plástico. Una chica que se vino con un vestido de nylon negro con trama óptica multicolor –era una fiesta de los 70s, ¿no?– dice que la escenografía se parece a una instalación del diseñador industrial Martín Huberman. Y puede ser.
«Arriba de las cabezas gira una bola de espejos king size. Cuando entran los ponchos, ataviados en sus ídems, la platea aplauden desde las butacas. “Se pueden parar –arenga Zuker mientras, sobre un colchón de ruidos melosos, comienzan a sonar los Bee Gees – ¡No estamos en el BAFICI, esto es para bailar! ¡Esto es Poncho!»
Arriba de las cabezas gira una bola de espejos king size. Cuando entran los ponchos, ataviados en sus ídems, la platea aplauden desde las butacas. “Se pueden parar –arenga Zuker mientras, sobre un colchón de ruidos melosos, comienzan a sonar los Bee Gees – ¡No estamos en el BAFICI, esto es para bailar! ¡Esto es Poncho!
Y no faltaba más. Todos de pie siguiendo el ritmo. Hasta la chica que corta las entradas baila. Las luces estroboscópicas hacen el resto. A lo largo de la noche el erizo de bancos pasa por todos los colores, una pantalla de video sube y baja con un túnel tubular que nos lleva de paseo por el espacio sideral. La gente viaja a través de los hits. Los músicos dominan al publico con la lógica del deseo, le dan un poquito y cuando se empiezan a acostumbrar, se la sacan. Para volver a darle más y más. Siempre arriba.
«Se suceden Freak Out, Wild Horses, I Feel Love. Los clubbers se derriten. Cuando suena Don’t Stop ‘Til You Get Enough, un ekeko (representación de una deidad andina) se sube al escenario. Sí, un ekeko que se cree Michael Jackson y da clases de breakdance. Y eso que nadie está tomando nada.»
Funky Town. Supernatural Thing. Sex and drugs and rock and roll. Los sonidos sintéticos de los setentas se entreveran con las nuevas tecnologías. Uno de los cambios fundamentales que trajo la cultura disco es la figura del disk jockey como protagonista indiscutido de la escena. Con la llegada del sintetizador la estructura rítmica de las canciones multiplicó sus variaciones y se hizo más compleja. A su vez, el mixer permitió superponer distintos discos para que la masa sonora se extienda hasta el infinito. Es lo que hacen Zuker y compañía. El viejo ritual actualizado. Se suceden Freak Out, Wild Horses, I Feel Love. Los clubbers se derriten. Cuando suena Don’t Stop ‘Til You Get Enough, un ekeko (representación de una deidad andina) se sube al escenario. Sí, un ekeko que se cree Michael Jackson y da clases de breakdance. Y eso que nadie está tomando nada.
«Parece boliche pero es museo. Podemos empezar a pensar en otras maneras de hacer y de vivir el arte. Pero ya fue suficiente por hoy al menos. Todos y cada uno, acabamos de hacer Historia.»
Sobre el final, los ponchos se despiden con Sunshine Reggae. Se prenden las luces blancas y la gente avanza hacia la salida arrastrando los pies con la sonrisa estampada en la cara. Parece boliche pero es museo. Podemos empezar a pensar en otras maneras de hacer y de vivir el arte. Pero ya fue suficiente por hoy al menos. Todos y cada uno, acabamos de hacer Historia.