Por Sofía Almiroty
Si viajaste o estás por viajar – aunque sea mentalmente – a Nueva York, hay un personaje que por estos días vibra omnipotente en el Uptown Manhattan: la artista japonesa Yayoi Kusama. Con 83 años, esta mujer que supo cautivar durante décadas a las vanguardias de la psicodelia y del pop diseñó la última línea de productos – carteras, zapatos, camisas, polleras y anteojos – de Louis Vuitton que se luce en la vidriera emblemática de la casa francesa en la 5ta Avenida. También hay una retrospectiva suya en el Whitney Museum of American Art.
Kusama llegó a Nueva York en 1957 sin plata, como indica la biografía de casi todo artista. Iconoclasta admirada por Andy Warhol, hipnotizó la escena artística de la Gran Manzana a fines de los sesenta y principios de los 70. Cantó, diseñó ropa, intervino habitaciones enteras, a hombres y mujeres desnudos con sus emblemáticos Polka Dots.
La muestra en el Whitney empieza con la instalación Fireflies on the water (2002) en el primer piso. Cada visitante dispone de un minuto real (¡sucede en Estados Unidos!) para sumergirse en su obra y en el mundo que nos quiere mostrar: trascender nuestra propia experiencia, y utilizar el arte como canal. La obra en sí, consta de un espacio cuidadosamente pensado, casi como un collage vivo de luces, espejos, artefactos que cuelgan desde todas las perspectivas y ángulos, colores, brillo, reflejos y, el elemento protagonista, el agua. Para complementar esta instalación, el curador de la muestra, David Khiel, procuró exhibir en el cuarto piso del museo una retrospectiva de toda su obra que durará hasta el 30 de septiembre.
En las primeras galerías nos encontramos con dibujos en tinta y acuarelas, y muchas imágenes de la artista que solía fotografiarse cada vez que terminaba una obra. Podemos deleitarnos con las expresiones irreverentes de Kusama hasta que nos acercamos a una de las más impactantes de la muestra: Infinity Net. Esta serie de cuatro bastidores monocromáticos de más de un metro de alto, cubiertos con trazos espesos de pintura blanca en una compleja trama visual que, en palabras de la artista, «es una obra sin inicio, sin centro y sin final”. La repetición emerge como recurso en este cuadro para repetirse en toda su obra.
Al continuar el recorrido, el espectador se topa con las instalaciones emblemáticas, sus Accumulation Sculptures, cubiertas con formas fetichistas hípersexualizadas, protuberancias fálicas que en muchos casos Kusama misma reconocía producirlas para enfrentar su miedo al sexo, por el contrario a lo que pensaban lo conservadores de la época. En medio de la hipnosis que produce el trabajo de esta mujer, uno llega hasta sus primeros auto-retratos intervenidos por los patrones repetitivos de puntos, Self-Oblieration, y se encuentra con la propia imagen de la artista intervenida por estos Polka Dots de colores que hoy son protagonistas de la escena de la moda y el arte internacional. Las experiencias sensitivas y expresivas se continúan a lo largo de todo el cuarto piso del Whitney, mirando proyecciones dirigidas por la japonesa, hasta llegar al último espacio de la muestra que termina con cuatro paredes cubiertas, de principio a fin, con obras actuales de Kusama creadas en su Japón natal que exaltan la fascinación por el color mismo.
Hoy, Kusama, quien produjo obras de arte en todas sus expresiones y tamaños durante más de sesenta años, y que en decenas de entrevistas explicó que trabajaba incesante porque era la única forma de vivir que encontraba, vuelve a estar presente en el spotlight internacional. En este momento, la tienda Selfridges’ en Londres está repleta de calabazas con patrones de polka dots, y las ventanas de la mega tienda sobre la calle Oxford exhiben estos círculos de colores que se repiten a lo largo de toda su obra. En lo que lleva del año, Louis Vuitton, el Whitney, el Tate Modern y Selfridges son algunos de los lugares que decidieron volver a expresarse y representarse con la obra de Yayoi Kusama, que nunca paró de “crear arte para curar a la humanidad”.