Historias Maleva: entrevista al creador y alma del bar «leyenda» de Núñez: el Pollo Gómez

Creó hace siete años un bar en una esquina que se convirtió en un mito boca en boca/Las fiestas «como en casa» y una comunidad que fue creciendo/De la industria farmacéutica a dejar su huella en la noche porteña/Cientos de noches y ninguna pelea/¿Por qué no se rindió en Pandemia y ahora redobla la apuesta con un formato también gastronómico?/¿Cuándo vuelve la alegría?/Además: el tesón del emprendedor, la influencia de Brasil y una familia literaria

El «Pollo» está muy entusiasmado con el nuevo formato, también diurno y más gastronómico, del bar que lleva su impronta en todo 

Historias Maleva: entrevista al creador y alma del bar «leyenda» de Núñez: el Pollo Gómez. Por María Paz Moltedo. Fotos: Azul Zorraquin.

La casa de la esquina de Arribeños (3100) y Guayraes un lugar querido por cualquiera que haya tenido la suerte de descubrirlo. Porque una vez que se abren las puertas del Pollo, lo más probable es que quieras volver a entrar. Abrió en 2013 y desde la primera noche, todas sus noches fueron como esas fiestas inolvidables en casas, de esas de las que no te querés ir. Jorge Federico Vicente Lesmes, su dueño, es El Pollo, apodado así desde los catorce años, por haberse hecho un «leopardo» de claritos en la cabeza, justo la misma semana que El Pollo Vignolo se hizo reflejos en la peluquería. Ese nombre le dio una identidad tan fuerte como la del bar que abrió, que hoy después de siete años ininterrumpidos de festejos, se reinventó para abrir de día, y la casa se transformó en una especie de playa. Este club social amado con aires de Río de Janeiro, detalles como motos viejas colgadas, teles viejas siempre encendidas  y muchas pero muchas anécdotas, se merecía contar su historia.

¿Qué hacías antes de tener el bar?

Laburaba para la industria farmacéutica. Hasta 2009 laburé en relación de dependencia de un laboratorio, y en el 2009 abrí una empresa que se llama Comunicar Salud, que representa derechos autorales de editoriales científicas. Mi familia es editora también, me crié entre libros. En 2012 alquilé esta casa, sin saber con qué fin. En principio pensé en poner un bar, y dije, “este bar va a durar unos seis meses”. Mis amigos se habían puesto un bar que les fue muy bien, Ferona; otro amigo se puso un bar cuando yo era chico, Carnal. Entonces siempre tuve la fantasía de tener un bar. Pero yo me dedicaba a otra cosa. Alquilé esto y dije «en el peor de los casos me queda como una oficina copada». Y quedó el bar. Era una casa de dos ambientes con un patio y un garage. Creo que en definitiva este lugar está bueno porque es una casa. En el momento en que deje de ser una casa, va a ser un bar mas del montón. Está bueno porque la gente se siente parte.

¿Lo abriste solo?

No, yo soy El Pollo, y había otro que se llamaba Gómez. Comprometido con el proyecto duró unos meses. Después blanqueó que no quería tener un bar. Pero ahora, ¿sabés que tiene? Un bar. Somos muy amigos. Pero es vago, y antes era muy vago. Yo me iba de vacaciones, y él te lo cerraba a la 1. Yo lo cerraba a las 7. A mí me divertía lo que hacía, a él no. Yo laburaba para la industria farmacéutica, hacía un montón de guita, pero me pesaba porque no me gustaba. Y con la editorial  lo mismo, me pesaba porque no me divertía, no la pasaba bien. Esto me divierte. Ya abrí hace ocho años y sigo estando contento, por más que ahora no de un mango. Primero arranqué comprando cosas en remates, y mucha manualidad. La primera barra la hice a mano, de madera, con una estructura atrás, mucho reciclaje y mucho remate. En ese momento comprabas cosas en remates por 50 pesos. De lo que compraba tiraba la mitad. Me fumaba un porro y me iba al remate los lunes en villa Urquiza. Era un programón.

La tele vieja esa, que tienen siempre prendida sin transmisión, es ya un ícono.

Sí, es una tele vieja con una calco del Pollo Gómez arriba de la tele. Es icónica. Tengo tres teles. A la noche cuando era bolichito, la tele era lo único que iluminaba. Y la iluminación de la tele da sensación de casa.

«Yo laburaba para la industria farmacéutica, hacía un montón de guita, pero me pesaba porque no me gustaba. Y con la editorial  lo mismo, me pesaba porque no me divertía, no la pasaba bien. Esto me divierte. Ya abrí hace ocho años y sigo estando contento, por más que ahora no de un mango…»

Y esa cosa de club social (medio mítico) que tiene, ¿por qué creés que se dio?

Yo siempre fui muy amiguero, y acá conocí muchísima más gente, me conocen por la calle. Creo que los cumpleaños generan eso. Festejamos un millón de cumpleaños. Y es una casa, y está llena de permisos: acá se pueden hace un montón de cosas, si me lo pedís bien. Es un lugar que no te pone muchas reglas, si convivimos con respeto todo bien. Yo he metido 200 personas, durante siete años, y nunca hubo una pelea. Chupi, noche, música, y nunca una pelea. Cualquiera puede entrar, pero también, si sos un boludo, te seleccionás solo. Nunca tuve seguridad, la puerta la manejaba un artista, y después un profesor de guitarra que vivía acá en frente, o mi hermanito. Y mucho tiempo estuvo la puerta abierta.

¿Los vecinos te odiaron?

Me odiaron durante mucho tiempo, pero la laburé. Las viejas me empezaron a querer. Ayudo al barrio en muchas cosas. El que más la sufría es Roberto, el de al lado. Yo lo había acustizado todo. Pero cuando tenés volumen, por algún lado el sonido zafa, y se iba a lo de Roberto. Un economista, profesor de una universidad canadiense, por suerte viajaba bastante. Pero yo metía 200 borrachos a gritar, y el chabón tiene su cuarto ahí. Yo siempre le charlé, le pedía disculpas. Donde hay 200 que se divierten, hay cinco que la pasan mal.

Y en cuanto a lo gastronómico, fueron cambiando ¿no?

Primero fuimos un restaurante vegano, conocimos a Richard, un vegano; hace ocho años eran cinco los veganos. Y venían algunas chicas hermosas a comer, pero nadie más. Después vinieron las pizzas, vino El Tanza, un chico de Bragado, cocinó pizzas un tiempo largo, después El Perro, Sole Martins, Vero Vega. Después vino la pandemia. Ahí cerramos, arreglé con todos, nunca tuvimos problemas con un empleado. Yo me fijo que la gente tenga ganas de trabajar conmigo. Entiendo que trabajar es una necesidad, pero si lo único que te mueve es el dinero, acá no tenés nada que hacer. Te tiene que divertir venir. Y la gente lo entiende, cuando les deja de divertir se van. Trato siempre de ayudarlos para que se vayan al exterior, son pendejos, y me parece que es una gran oportunidad que viajen. Si tenés la zanahoria de viajar estás en un buen lugar, yo te voy a ayudar, si a mí me va bien a vos te va bien. Eso creo que le suma al lugar. La persona que te atiende una mesa obligada es distinto que la que se está divirtiendo en su trabajo.

«Es un lugar que no te pone muchas reglas, si convivimos con respeto todo bien. Yo he metido 200 personas, durante siete años, y nunca hubo una pelea. Chupi, noche, música, y nunca una pelea. Cualquiera puede entrar, pero también, si sos un boludo, te seleccionás solo. Nunca tuve seguridad, la puerta la manejaba un artista, y después un profesor de guitarra que vivía acá en frente, o mi hermanito…»

¿Noches épicas de la época en la que se podía bailar?

Lo bueno es que tengo poca memoria, pero sí, noches larguísimas. Todas las noches que estuve acá fueron divertidas. La sigo pasando bien ahora, aunque esté todo mal. Imaginate cuando estaba todo bien. Hay clientes amigos que vienen desde que abrió, como todos los que están ahora. Los conozco a la mayoría. Me acuerdo los nombres de casi todos. Es un club. Conozco mil demonios de gente que prefiero ni acordarme. Me parece más noble. En ese escalón vi mil caídas, caídas buenísimas, épicas. Yo me levanto al otro día, y día nuevo, trato de ni acordarme lo que pasó. Yo si no tengo ningún compromiso o viaje, trato de venir. No me gusta estar en mi casa solo. Prefiero estar acá, y alguien va a caer. Ahora en vez de bailar jugamos a los dados.

La música siempre tuvo un espíritu de cumpleaños, casamiento.

Siempre lo manejaron DJs, mucho tiempo DJ Chimango, el Chebo Roitter, pibes que me hicieron bailar un montón. Siempre me gustó la joda. Veo lo que pasa entre la gente, veo cuando se divierten y cuando no. La movida siempre fue una fiesta en una casa, porque nunca tuvimos el mejor sonido ni la mejor coctelería, pero la fiesta en la casa me salía bárbaro. La coctelería se fue puliendo, al principio atendíamos nosotros la barra, caipis a morir, fernet, tragos directos. Ahora sí, tenemos bloody mary, que es un trago bien del día, ahora que abrimos de día. Es un gran primer trago. Pero tiene que hacer sombra el vaso, tiene que ser de día.

El tema de las plantas y la vegetación, tiene algo medio de Río de Janeiro.

Sí, soy fan de las plantas. Hay un bar en Río de Janeiro que se llama Canastra, en Ipanema, lo conocí después de tener este bar, pero me encantó. El esquineiro, la esquina abierta como la tenemos ahora es re Brasil. Al principio yo me había ido a Grecia un mes, y me traje ideas de ahí. Al griego le gusta mucho la joda, no le entendés nada, pero bailan, se divierten, sonríen.

«Cuando llegó la pandemia dije, «esto es una pavada, pasa en dos semanas». Y a los dos meses dije, «quebré, fue». Indemnicé a todos los empleados antes de quedarme sin guita, traté de entregar la casa, y el propietario de la casa me dijo «no me la entregás nada, quedatela, buscale la vuelta…»

¿Cómo viviste la transformación con la pandemia?

En ese momento solo laburaba fuerte viernes y sábado, el jueves abría porque me daba vergüenza laburar solo dos veces por semana. Ahora es un negocio de mas días. Cuando llegó la pandemia dije, «esto es una pavada, pasa en dos semanas». Y a los dos meses dije, «quebré, fue». Indemnicé a todos los empleados antes de quedarme sin guita, traté de entregar la casa, y el propietario de la casa me dijo «no me la entregás nada, quedatela, buscale la vuelta». Esto era una pecera. Una vez me hicieron una nota los de TN, y les expliqué que estaba viviendo de mis ahorros. Y el que me microfoneaba, me dijo, «que no te ganen, te están ganando». Y yo soy competitivo, así que dije, «no, ¿qué me van a estar ganando? Y vine con una moladora y corté. Al otro día tiré abajo la pared. Sacamos las paredes, y de repente dije, «voy a hacer un balcón francés». Me fui a Camino Negro, compré 17 metros de una reja vieja y así quedó. Esto no es Europa que hacen menos quince grados. La movida es al aire libre. Y si se viene el coronavirus y nos vamos a morir, «sacá los vidrios, poné una reja».

¿Volviste a abrir y la gente vino enseguida?

Si abrí en diciembre y se llenó mucho, abrí con DJs, y venía gente con heladeritas, los vecinos me odiaban y dije, «cierro». Me fui de vacaciones, y en enero abrí de nuevo, más tranquilo todo, porque venía mucha gente, empezaban a copar la calle. Venía la policía y me decía, «hermano sacame la gente de la calle». Compré una máquina de café bien grande. Y pensamos algo gastronómico más rebuscado que lo que teníamos antes. Hoy tenemos dos tipos de sándwichs, cositas para picar, poco personal, y a aguantarla con estos cierres. A mi «el no» me pone mal, me decís no, y digo, ¿cómo que no? Le busco la vuelta. Soy prolijo, aunque la noche no sea prolija.

¿Y el pasar de la noche al día te gustó?

Sí, me gustó. Si vuelve la noche, igual volvemos a la noche. Pero ahora ya estoy más grande, ya tengo 40. Hemos hecho Pollo Fest, hicimos una en el Golf de Palermo, fueron 1800 personas. A mí me gusta la fiesta, y la gente esperaba la fiesta para ponérsela. La anunciaba e iban y se la ponían con todo.

¿Qué tiene que tener alguien para ser parte de la comunidad del Pollo Gómez?

Un poco de buena onda, y un poco de dinero, y estás adentro.