No sé si a ustedes les pasa pero yo tengo la manía de tener listas para todo (y no estoy hablando del tipo de lista que uno llevar al super, no no.)
Estoy haciendo hincapié en esas otras listas imaginarias.
¿Un ejemplo? Bueno, la más típica es la de “resoluciones de año nuevo”. Yo me pregunto ¿por qué la hacemos si sabemos que solo nos va a traer decepción? No sé. Pero bueno, igual vamos y la hacemos.
Y hay otra lista en la que también pensamos -aunque no necesariamente la anotemos con lápiz y papel (y que también nos genera decepción).
Es de esa precisamente de la que quiero hablar. Porque esa otra la elaboramos en nuestra propia cabecita confabuladora y es, nada más y nada menos que: “la lista de nuestra pareja ideal”.
Sabemos que no hay una media naranja ahí afuera porque, a pesar de toda la basura sentimental con la que nos criamos -y estoy haciendo una clara referencia a Disney y compañía- somos conscientes de que somos seres completos y buscamos a otros seres que también lo sean.
Y también sabemos que hay muchos peces en el océano. Y también vivimos experiencias superadoras como la ruptura con ese “ex” que te partió el corazón pero al tiempo te diste cuenta de que eso nunca iba a funcionar. Bueno, en fin, sabemos un montón de cosas pero igual vivimos cometiendo siempre los mismos errores (¿lo de la condición humana tendrá algo que ver, verdad?).
«Sabemos que no hay una media naranja ahí afuera porque, a pesar de toda la basura sentimental con la que nos criamos -y estoy haciendo una clara referencia a Disney y compañía- somos conscientes de que somos seres completos y buscamos a otros seres que también lo sean.»
Y el error al que hago referencia precisamente es a la elaboración de listas de cualidades totalmente sinsentido que vivimos haciendo -casi involuntariamente- cuando vamos a salir con alguien.
Por que “ese” alguien tiene que cumplir ciertas condiciones para que sea siquiera considerado:
- Que nos parezca atractiv@ (lo primero entra por los ojos)
- Que sea inteligente (tenemos que poder mantener una conversación)
- Que sea divertid@ (obvio sino ¡qué torre!)
- Que sea atent@ (y sí porque para que no nos de bola mejor ni salir)
- Que sea sociable pero no TAN sociable (tampoco queremos pensar que en vez de buena onda, tira onda)
- Que tenga un trabajo estable (pero que no sea monótono).
- Que tenga ganas de algo serio (pero que no meta quinta a fondo).
- Que no siga enamorado de su ex (básico)
- Que mi familia lo pueda conocer (y que les vaya a caer bien).
- Que yo le guste (por ahí esta tendría que haber ido al principio de todas… ¡cosas que pasan!)
Bueno. Entonces podemos afirmar que vamos por la vida buscando una persona que coincida con esta amplísima lista de cualidades -que creemos nos hará felices. O por lo menos eso era lo que yo pensaba: hasta que lo conocí a él. Cuando lo conocí a él todo cambió. Supe que esa vez iba a ser distinto (y no quiero spoilear el final pero les aviso que NO es lo que están pensando).
Porque cuando salimos la primera vez, me acuerdo que me dije “no, no puede tenerlo todo: es inteligente, divertido y es un bombón”. Y nunca me había pasado eso de encontrar tantas cualidades todas juntas. Había salido con chicos que cumplían con varios atributos de mi lista pero no con todos. No lo podía creer. TODOS.
El día que salimos por primera vez yo estaba muy nerviosa y sentía que él se daba cuenta, lo que me ponía todavía más nerviosa. Me acuerdo que trastabillé un par de veces -física y mentalmente- pero en líneas generales la salida fue lo más bien. De hecho, todas las salidas que tuvimos después de esa fueron lo más bien.
Nos divertíamos juntos. Las charlas eran interesantes. Los besos también eran “interesantes” (já). Sentía que podía presentárselo a mis amigas, a mi familia y que seguramente iba a “encajar”.
Pero hubo algo que no me vi venir. Hubo algo que en mi lista no detallé. Hubo algo que no pude controlar. No pude quererlo (y eso que traté, eh).
Ya sé, suena muy fuerte. Y además no podía creerlo. “Pero si tiene todo lo que estoy buscando en un hombre, ¿cómo puede ser que no lo quiera, que no me guste del todo?”, me preguntaba una y otra vez. Tanto me hice ese cuestionamiento hasta que me di cuenta de la -muy evidente- respuesta: yo no quería conocer a alguien, yo quería una lista, una serie de cualidades. Y me había convencido de que eso me iba a hacer feliz.
Estaba saliendo con un chico que supuestamente me tenía que gustar y -obstinada como soy- me obligaba a seguir viéndolo a ver si eventualmente empezaba a sentir mariposas en la panza.
«Ya sé, suena muy fuerte. Y además no podía creerlo. “Pero si tiene todo lo que estoy buscando en un hombre, ¿cómo puede ser que no lo quiera, que no me guste del todo?”, me preguntaba una y otra vez. Tanto me hice ese cuestionamiento hasta que me di cuenta de la -muy evidente- respuesta: yo no quería conocer a alguien, yo quería una lista, una serie de cualidades. Y me había convencido de que eso me iba a hacer feliz.»
Continué con ese capricho como por dos meses más hasta que ya no pude esconderlo. Ya no me divertía en las salidas, ya no me parecía interesante. Me daba cuenta de que el minuto a minuto de nuestra relación perdía rating y no me quedó otra que cancelar el show. Así fue como nos dejamos de ver. Pero no encuentro que sea una historia triste, ni cerca. Todo lo contrario. ¿Se acuerdan que les dije que salir con él me cambió la vida? Bueno, ahora viene la parte interesante.
Gracias a él me di cuenta de 3 cosas (y volví a armar una listita)
- Que fui una arrogante. O sea, ¿quién me pensaba que era para andar armando una lista de cualidades pretendidas?
- Que la química es independiente a lo compatibles que puedan ser dos personas. De otra forma nos enamoraríamos de todos nuestros amigos porque nos caen bien, ¿no?.
- Y último pero no menos importante: que podemos pensar que necesitamos un montón de cosas, que sabemos lo que buscamos y que con eso vamos a ser felices. Pero después viene alguien que rompe con todos nuestros parámetros, alguien con quien discutimos muy seguido, alquien que muchas veces nos saca de quicio y no está ni cerca de ser la persona de la que pensábamos que nos íbamos a enamorar. Y es ese alguien el que nos ayuda a darnos cuenta de que el amor no es racional y que por eso, muchas veces, no encontramos respuestas lógicas pensando. Porque en el amor no hay que pensar para entender, hay que sentir.
Por todo eso, quiero agradecerle a mi supuesta pareja ideal. Porque si no la hubiera conocido, si no hubiera cumplido con todas mis expectativas, nunca me hubiera dado cuenta de que lo que busco cada vez se asimila menos a lo que creo que quiero y que lo que encuentro, cada vez se asimila más a lo que en realidad necesito.
Ilustración: @estelemarchi