En la estación en donde todo florece, desde los perfumes de las flores hasta los colores, los amores y las largas noches al aire libre, también parecen haber florecido nuevas propuestas diferentes entre sí pero con una característica común: todas suceden en galpones o espacios gigantes que parecen ser talleres mecánicos, garages o fábricas por fuera, pero por dentro rebalsan de vida nocturna, plantas colgantes, patios, cerveza artesanal, tragos, música, shows, buena gastronomía y sobre todo un espíritu lúdico que vale la pena explorar. Estos son los seis galpones que se esconden entre Palermo, Chacarita y zona norte. Cada vez son más los curiosos que se acercan y eligen perderse en estos lugares gigantescos de los que la mayoría terminan apropiándose; Pasen y descubran la magia que hay detrás de estos portones que están abiertos y en natural sintonía con la energía primaveral.
Un ex taller mecánico perdido en Martínez esconde la fábrica de la cerveza artesanal Siete Colores, creada por un grupo de amigos que empezó a incursionar en este mundo como parte de un juego, y hoy venden sus canillas cerveceras a muchos Tap Rooms de Buenos Aires. Lo bueno es que en este lugar oculto tras un portón no solo se dedican a hacer florecer las cervezas provenientes de su lupular de Traslasierra, Córdoba, sino que también desde hace unos meses abrieron las puertas del galpón a quién quiera sentarse a tomar una cerveza. De la estética del taller quedó casi todo; lo único que sumaron fue una cocina de donde salen pizzas, panchos y comidas rápidas para acompañar las pintas, una barra donde sirven sus siete estilos de cerveza (Blonde, Scottish, Ipa, Stout, Red, trigo y miel) y mesas y sillas hechas por ellos mismos para amueblar el patio, que se transformó en un auténtico y gran patio cervecero. El portón se abre de martes a viernes desde la tarde hasta la medianoche para recibir a gente de oficinas cercanas en busca de un urgente after office y a cerveceros que van a donde haya cervezas interesantes para degustar. Todos ellos disfrutan tardes y noches de charlas entre objetos viejos, máquinas oxidadas que remiten a un mundo fabril y cautivante al mismo tiempo, y realzan el misterio de este galpón que se fue llenando gracias al boca en boca; «de afuera la fachada no dice nada, hay que saber que existe para encontrarlo», cuentan sus dueños, que ya terminaron siendo amigos de los clientes que tuvieron la suerte de encontrar este secreto pero amigable lugar.
Los dueños de La Pastronería volvieron a dar en el blanco con este espacio mitad galpón mitad patio del que se enamoraron apenas lo descubrieron. Nicolás se juntó con su amigo Juan y lo alquilaron sin tener claro qué querían hacer. Sabían que iba a ser algo gastronómico, pero no que iban a crear el primer galpón con un drink truck, un patio cervecero y una carta diseñada por Fernando Schuvik con comida callejera judía fusionada con diferentes sabores y recetas del Oriente Medio. Al entrar al lugar ya se siente el aroma proveniente de la conjunción de especias combinado con macetas con flores que cuelgan de sogas por todo el patio. A primera vista los ojos son conquistados por estas plantas colgantes y el camioncito, donde se pueden tomar tragos clásicos o elegir entre las cuatro canillas de cerveza artesanal que van rotando. Después, ya con trago o pinta en mano, las paredes iluminan el ambiente con stencils de colores celestes y dorados propios de una estética elegante y trash al mismo tiempo, que emula la jovialidad de Tel Aviv. Juan cuenta que su novia estaba allá mientras armaban Benaim y le mandaba fotos de todos los lugares que iba encontrando para inspirarlos a ellos, a una diseñadora y al artista callejero Cabaio Spirito, para poder crear el mural lleno de colores y texturas que existe hoy: una especie de patchwork en el que uno puede perderse para encontrar desde camellos hasta personajes históricos, símbolos y diferentes íconos del territorio de Oriente Medio. Todo esto se fusiona con el público súper ecléctico que se sienta en las mesas comunitarias para disfrutar la coctelería, las cervezas y los platos estrella: Kebab, Kippe gigante, Falafel, Sandwich de Pastrón, Pita de Pollo, una reversión de la Moussaka y la ensaladita israelí. Abre todos los días, de día y de noche, y siempre pasa algo distinto. Cuenta Nicolás que una vez espontáneamente un chico le pidió a la encargada si podía pasar un rikuddim, que es una suerte de baile folklórico judío. Ella le hizo caso, él empezó a bailar y en solo segundos unas veinte personas que andaban por el patio se sumaron a la danza. Próximamente van a instalar un pop-up de Guilab con sus helados moleculares y humeantes; y también van a construir una suca en el patio trasero, una suerte de cabaña que se construye en la una festividad judía llamada sucot. Todos estarán invitados a ayudar a construirla ¡y a comer adentro de ella!
En Niceto al fondo, donde ya se termina toda la «movida» palermitana, entre galpones, depósitos, talleres y estacionamientos, encandila una luz rojiza que invita a acercarse a ver qué hay. Es el espacio del Galpón de Niceto, que recién hace pocos meses levantó la persiana que separaba la fiesta galponera del exterior -durante más de un año funcionó a puertas cerradas de forma clandestina a la espera de una habilitación-. Tras noches de música, teatro, ciclos de cine y festejos, este gigantesco lugar está habilitado como centro cultural y bien se hace cargo de eso, pero con un plus: «somos el único centro cultural cervecero«, clama Francisco Macedo, su dueño, que vino desde Salta hace unos años y se dedicó a organizar eventos y catering hasta que descubrió todo lo que podía hacer con este galpón. En los ’50 era una antigua casa chorizo donde vivían inmigrantes italianos, en los ’90 y 2000 fue un taller mecánico y hoy es un lugar en donde pasa de todo. Con todas las maderas, antigüedades y hasta partes de carruajes antiguos que encontró Francisco con su socio en el depósito, construyeron y ambientaron con sus propias manos cada detalle del lugar: una barra que simula ser una estación de tren con techo de chapa donde se sirven doce variedades de cerveza artesanal (como la de «El Galpón», que la hacen ellos mismos ahí) y tragos de la casa como el «Pulga Vida», «La Triple Frontera» y el «Ginny Hendrix» (tienen más de ocho variedades de gin); una jaula con adornos colgados (que antes era la fosa donde se arreglaban los autos del taller); entrepisos decorados por murales con reminiscencias norteñas (telares de colores estridentes) y de la naturaleza (una mujer gigante regando plantas); un patio, cuadros de películas, avioncitos, trencitos de colección y sobre todo buena música. Todos los días y noches hay algo distinto para hacer en el Galpón: clases de acrobacia, tela y danza durante el día, bandas en vivo, fiestas, obras de teatro durante la noche. Ya han tocado bandas como Nación Ekeko y Niño Turbio y han dado ciclos de cine de Kubrick, Tarantino y otros con coctelería y gastronomía temática relacionada con las películas. Desde hace tiempo tienen en cartel «Rrom, escrito en tu mano», una obra de teatro que recrea un casamiento gitano del que todos los espectadores son parte, porque la escena se monta entre las mesas, y los actores involucran a todos los presentes; pueden sacarlos a bailar, gritarles una maldición gitana o cualquier cosa que surja en el momento. Los «viernes no problem» y los sábados son las noches en las que la gente entra a la tardecita y se queda festejando cumpleaños, bailando o charlando hasta la madrugada. Para comer ofrecen diez tipos de hamburguesas caseras, wraps y tacos.
Pier vino desde su Italia natal hace casi diez años y no paró de producir obras de teatro y musicales con su productora MP Producciones. Con el tiempo decidió agregarle un plus a su carrera como productor y se convirtió en el creador de un concepto teatral novedoso: un galpón en donde funciona una sala de teatro súper flexible y mutante (a veces es un escenario circular tipo circo de 360 grados, a veces uno tradicional), un bar, una «sala de juegos», una productora de teatro en el piso de arriba, salas de ensayo en donde practican grandes compañías y un centro cultural con clases de teatro, danza y acrobacia aérea. En el Galpón hasta los lunes hay buenas obras para ver. «La previa» de la obra siempre es en el salón gigante al que se accede al atravesar el portón; acá podés tomarte una cerveza artesanal o un trago, comer pizzas o empanadas y jugarte un metegol o un ping-pong. Guevara fue uno de los primeros en aportarle a esta zona súper residencial de Chacarita una propuesta nocturna y cultural interesante. Siempre hay más de ocho obras en cartel, con diferentes propuestas; Algunas que han pasado: Un poyo rojo, Equus, Rufianes, Rapsodia para Príncipe de la locura. Las que están en cartel: Princesas Rotas, Sola, Anarquía, Francotiradores y más.
Entre las casas bajas y color pastel de San Fernando, plagadas de enredaderas y santa ritas primaverales, en una esquina se ve una pared con hombres colgados de fermentadores de cerveza. Este es el mural gigante que invita a tocar la puertita verde del Galpón de Tacuará, un espacio colosal, ex maderera, donde un grupo de amigos empezó a producir cerveza artesanal y meses después abrió sus puertas al público para «hacer un poco de caja» y pagar algunas deudas. Fue tanta la gente que se acercó que de a poco entre estos cuatro chicos fueron transformando la fábrica en un biergarten y microcervecería a la que concurren viernes y sábados más de 500 personas. Con un mural gigante y colorido que representa a «Tacuará», el gaucho moderno y cervecero insignia de su cerveza (tiene anteojos de sol, barba hipster y ropa de colores), este galpón es el elegido por vecinos de San Fernando y cerveceros de todos los barrios de zona norte. Según sus dueños, en este lugar «la gente se siente como en su casa». De sus dos barras ultra llamativas (una está hecha con barriles metálicos que fueron recolectando de desarmaderos y depósitos y la del patio tiene mucha madera y color), salen sus propias cervezas (Ipa Sanfer, Honey Nitro Pooh, y muchas más) y doce canillas de diferentes microcervecerías de amigos que rotan semanalmente. Y de su cocina salen hamburguesas y sandwiches gourmet (como el de bondiola braseada a la cerveza con cebolla caramelizada y coleslaw), tapas, diferentes variedades de papas, pizzas, y panchos especiales como el de crema de hongos, queso y parmesano. Con soul y rock de los ’60 y ’70 de fondo, un espacio donde se ofrecen gorras, remeras y growlers con la cara del gaucho Tacuará y una puesta artística que homenajea al arte de cocinar cerveza a través de elementos como fermentadores plateados gigantescos, el Galpón de Tacuará es una auténtica oda al universo de sabores, aromas y colores presentes en la cervecería artesanal. «La gente se sorprende cuando entra», clama orgulloso uno de sus dueños. Y sí, ¡sorprende de verdad!
Maite Caballero se dedicaba a la abogacía hasta que un día decidió retirarse del mundo del derecho, y que ese retiro fuera divertido. Con ese objetivo y como espectadora amante de las mil y un variantes artísticas presentes en Buenos Aires buscó durante tres años un lugar ecléctico y dúctil, sin muchas columnas ni paredes, donde se pudieran montar diferentes propuestas musicales, teatrales y gastronómicas. Y afortunadamente lo encontró en Santos 4040, el domicilio y nombre de este galpón o espacio gigante que antes era una fábrica de camisas en serie, y hoy es todo un mundo donde habitan juegos (varios metegoles y mesas de ping-pong), barra de cerveza artesanal Perra, limonadas caseras y tragos, comidas como currys, foccacias recién amasadas, baguetines (como el de carne braseada, cebollas caramelizadas, pimientos asados y pesto de rúcula), sandwiches de pan pita casero, y sobre todo -lo más atractivo- ciclos musicales que convocan tanto a vecinos como a artistas, y obras de teatro nacionales e internacionales con puestas súper originales. Entre jardines verticales diseñados por Ignacio Montes de Oca, elementos reciclados, muebles handmade y lucecitas, la gente puede disfrutar al ritmo de ciclos como La Grande, una propuesta de jam a cargo de Santiago Vázquez (Director de La Bomba de Tiempo), donde cada martes se acerca a tocar un artista diferente acompañado por la banda y cualquier persona que llegue con un instrumento y se anime a subir al escenario. Cuando el show termina, un DJ pasa música que hace bailar hasta al más tímido durante horas y horas, como si fuera un viernes o sábado. Los demás días hay diferentes propuestas de música, danza y teatro de distintos países y estilos. Han pasado artistas como Malena Pichot y su desopilante compañía teatral (hoy en cartel con Persona), Loli Molina, Martín Buscaglia, el mexicano Caloncho, la franco-brasileña Dom La Nena y el genio de la chanson francaise, Feloche, entre otros. Cada noche hay una atracción diferente en este espacio en donde el juego, la diversión y la creación brotan casi por naturaleza.
Fotos: gentileza lugares mencionados.