De un tiempo a esta parte, Buenos Aires ha sabido conformar un muy buen circuito de bares con coctelería destacada; esto es: bien ejecutada, con bebidas de calidad y la mejor creatividad de los bartenders a la hora de las reversiones. Sin embargo, siempre es lindo volver al núcleo: tomarse un mojito como si fuera La Habana, una caipi, un Pisco Punch como si fuera en San Francisco. Por eso preparamos esta lista malevense de lugares para beber y sentirte en otra parte del mundo.
Dice el Chiky, aka Santiago Rocchi, hombre detrás de la barra del único restaurante vietnamita de la ciudad, que no hay tragos tradicionales por aquel lado del mundo: más bien se bebe cerveza o, a lo sumo, puro sake, y puro. Por esto, la original carta de Green Bamboo es total creación de mentes argentinas en base a ingredientes asiáticos: jengibre, lemon grass, lychee, cardamomo. El favorito: el Henan, a base de té verde, vodka de cítricos, ginger y limón. El clásico: el lychee Martini. La barra: un bonito caos de espiritualidad y parafernalia bizarra del Oriente, iluminada en verde y rojo. El restaurante: una esquina que merece ser atravesada. Desde afuera, no parece lo que es.
Hay quien dice que este trago se inventó para Rita Hayworth. Digan lo que digan (que es una bebida solo para chicas), no hay bebida que transmita mejor la emoción de la playa que un Margarita bien servido. Cada vez hay más restaurantes mexicanos, pero todavía ninguno puede competir con la barra de Lupita (30 marcas de tequila, 5 de mezcales) y su amplia variedad de versiones. El elegido: el “De todos los santos”, con tequila Cuervo infusionado en pimienta rosa, mandarina y maracuyá. La recomendación mexicana será terminar la noche con un tradicional Clamato, lo mejor para calmar “la cruda”: de la familia del Bloody Mary, tiene tequila, jugo de tomate, naranja, lima, salsa de ostras, salsa Maggi y tabasco.
DATO: los jueves hay 40% de descuento en mesas solo de chicas.
Leila Nunes de Melo, originaria de Guarujá, una islita pobre perteneciente al municipio de San Pablo, muy bien se buscó la vida en Buenos Aires a base de preparar los sabores de su patria: caipirinhas y platos de lo más sabrosos, combinación ideal para combatir cualquier noche fría porteña. Las opciones van desde la clásica caipi con lima hasta combinadas con maracuyá, abacaxi (ananá) o morango (frutilla), todas con base de la original Cachaça Velho Barreiro que adorna toda la longitud de la barra. El lugar: un bodegón verde-amarello con espíritu tradicional y cocina hogareña.
Su nombre significa esperanza, sus tragos tienen la misma frescura. “Todos asocian el sake a una alta graduación alcohólica, por el rock que tiene la palabra”, explica el bartender Emmanuel Mohamed, “pero la mayoría tiene un 13%” (como el vino). La carta ofrece ejemplares puros de varias marcas, incluido el soju: el sake coreano. Nuestros favorito: el Go (sake, syrup de lima y lemon grass, kiwi, pepino como determinante aromático y semillas de sésamo sobre el reborde del vaso que se muerden a medida que se toma). Es un lugar exclusivísimo, donde se bebe y se cena a media luz (no sirven sushi, sino platos con toques orientales). El objetivo: que te olvides estás en el concurrido Palermo. Se ingresa solo por recomendación (y esta nota vale como tal).
En este sótano emplazado en la barranca del río el bartender Tato Giovanonni pintó murales acuáticos y hasta consiguió una vieja parrilla para cocinar mariscos y otras especialidades que evoquen el espíritu portuario. Inspirada en las corrientes inmigratorias que poblaron la Argentina, la carta de este bar –siempre concurrido–, ejecutada con maestría por Sebastián Atienza, compila clásicos de España, Italia, Francia, Reino Unido y Polonia. Recomendamos la encantadora Aguita de Valencia (gin London Dry, vodka, jugo de naranja, agua de mango y espumante hecho por la casa) y el Hemingway (absenta, Andeluna 1300 Chardonnay, Terrón de Azúcar, Agua de Eucalipto y Espumante), de Francia. Consejo: comprar el gin de la casa, Príncipe de los Apóstoles, en la bonita florería y vinoteca de la planta baja.
Se sabe que el escritor tenía parte de su corazón (y de su casa) en Cuba. Y que dentro de la geografía de La Habana tenía dos bares favoritos: para los daiquiris, el Floridida, y para los mojitos, la Bodeguita del Medio. Hace un par de años que este clásico tiene sede porteña y hablando del trago en cuestión ofrece nada menos que 10 variedades. Pecaremos de puristas, pero nos quedamos con el clásico cubano, misma receta que deleitaba a Ernest: Habana Club 3 años, jugo de limón, hierbabuena, azúcar, soda y un touch de Angostura. Para los intrépidos hay de coco; con miel jengibre y té verde; de canela; de frutos rojos… Las noches allí suelen ser largas.
Un sitio de carta abrumadora y perfecta. La sección bebidas se divide en: chilcanos (el clásico peruano lleva pisco, ginger ale, jugo de limón y bitter Angostura); sours; reconstituyentes “levantamuertos y energéticos”; algunos clásicos reversionados y el recomendable Pisco Punch. Nacido en California durante la prohibición, pero peruanizado muy pronto, tiene almíbar de piña, jugo de limón, jarabe de goma, bitter y clara de huevo. Todo los tragos están al servicio de acompañar la buena cocina a cargo de Anthony Vázquez, hombre formado en muchos lados pero sobre todo en otros dos La Mar (y nada menos que en Lima y San Francisco). El paraíso para los que mueren por los mariscos y pescados.
Galería de arte-restaurante-casa-almacén donde se puede cenar en el backyard a la luz de la luna. Hace 10 años es parte del circuito porteño a puertas cerradas. Comandado por la chef boliviana Silvia Machicado, el menú es norteño: buena mixtura de los platos típicos del NOA con ingredientes del altiplano. Charqui gourmet, tamales, humitas, seco de llama, sorrentinos de quinoa. Y para beber, lo que nos compete, el tradicional Singani boliviano, aguardiente de uvas Moscatel de Alejandría y un trago que sugerimos probar: una reversión del mojito cubano preparado con esta bebida.
fotos: gentileza bares mencionados