Kim tiene 83 años y vive en Buenos Aires hace 35, donde le da vida al primer museo coreano de arte contemporáneo de toda Latinoamérica / Todo sobre el secreto rincón arty del barrio de Flores / ¿Qué la inspira y por qué eligió Argentina para vivir? / Desde obras hechas con motosierra hasta pinturas y esculturas
¿Quién es la artista detrás del Museo Kim Yun Shin, el oasis de arte coreano y contemporáneo oculto en Buenos Aires?
“La artista que hace esculturas con motosierra”, “la mujer que escapó de Corea del Norte para triunfar como artista en Buenos Aires” o “la embajadora artística de Corea”, así la llaman lo medios en distintos idiomas, acentos y alfabetos. Y no mienten. Pero ¿quién es realmente Kim Yun Shin? Simple, ella es su arte: “Cuando era más joven no lo veía, las obran son yo, son la expresión de mis pensamientos, es cómo mi alma actúa”, confiesa.
Nacida en 1935 en Wonsan, Corea, durante la ocupación japonesa, la vida de Kim, aunque trágica en su inicios, no fue nada sino armoniosa. Tras estudiar en Seúl y París, se podría decir que fue el destino quien la llevó a Buenos Aires, lugar que pronto llamaría su “segunda patria”. Allí obtendría la libertad que necesitaba para emprender su búsqueda por la libertad del alma. Suena redundante – ¿libertad para encontrar libertad? -, y lo es, pero no por eso menos acertado. Dándole la espalda a tradicionales mandatos sociales y una Corea pos guerra que había agotado sus recursos, visitó la capital argentina casi casualmente y encontró allí “la oportunidad de hacer lo que quería, decidir lo que deseara y vivir una vida de artista”, dejando atrás su carrera como profesora de universidad. Con numerosas exhibiciones planificadas por todo el mundo, los elogios de Roberto del Villano, director del MAMBA en ese momento, y una exitosa exhibición de 30 piezas en el jardín botánico para 1985, no fue una decisión difícil de tomar.
Pintando y esculpiendo, primero con cinceles y después con la famosa motosierra que le permitió trabajar las macizas maderas criollas, Kim trabaja sin razones, sin mediciones y sin inspiraciones exteriores conscientes.
Buenos Aires la recibió en diciembre de 1983 con cielos abiertos y jacarandás florecidos. Un detalle no menor para esta artista que siempre trabajó con materias primas que la vincularan a la tierra y la naturaleza, una influencia importante en la historia del budismo. Kim transforma los materiales en obras sin destruir su estado natural, “en una intención de perfección” que busca redescubrir la belleza intrínseca de lo que tiene enfrente. Tras crear obras hechas de materiales provenientes de los desechos de la guerra -resignificados y reutilizados- en sus primeros años como artista cuando todavía vivía en Corea, Kim pronto descubrió su pasión por el trabajo con la madera. Un recurso escaso en Corea –agotado por los japoneses al usar árboles como combustible-, donde debía conformarse con bloques de pino que montaba y desmontaba, de la misma manera que apilaba piedras a sus cinco años, cuando le pedía a los dioses por su hermano que participaba del movimiento de independencia. Buenos Aires, por el contrario, le ofrecía acceso ilimitado a troncos de todos los tamaños y grosores. El lienzo en blanco que le habilitaría dedicar todo su ser a su arte, su búsqueda de la unidad y armonía.
Hace años ya que todas sus obras, en una variedad de técnicas que van desde la escultura, grabados, collages, pinturas al óleo y formas mixtas, son atravesadas por esta misma temática, la vibración del alma, “el alma sonora”, y la “fe hacia lo Absoluto”.
Una búsqueda iniciada tan temprano como a sus doce o trece años cuando un monje budista le dijo que “siempre buscara dónde está su alma”, recuerda. Se trataba de una misión iterativa que solo se vio alimentada tras su conversión al cristianismo, durante sus años en Francia. Pintando y esculpiendo, primero con cinceles y después con la famosa motosierra que le permitió trabajar las macizas maderas criollas, Kim trabaja sin razones, sin mediciones y sin inspiraciones exteriores conscientes. Se trata de un camino, en el que es llevada y en el que va descubriendo desvíos y bifurcaciones, donde todo surge de adentro y de lo que va sintiendo, que la guía, asegura, hacia un lugar desconocido, pero correcto. ”En un momento de mi vida comencé a tener el hábito de vaciarme de todo tipo de preocupaciones al iniciar mis obras. Desde entonces mi espíritu se vuelca en cada una de ellas, donde quedo sumergida”. Kim crea en su taller, aislada de modas y tendencias, el trabajo es interno. Y hace años ya que todas sus obras, en una variedad de técnicas que van desde la escultura, grabados, collages, pinturas al óleo y formas mixtas, son atravesadas por esta misma temática, la vibración del alma, “el alma sonora”, y la “fe hacia lo Absoluto”. Iniciando con sus esculturas de madera, que reflejan el deseo del hombre que “busca apoyarse en el ser absoluto del universo”, hasta sus pinturas coloridas y abstractas que “comparten la vida eterna, cuya esencia es el amor”, esta búsqueda del alma en acción, en movimiento, es decir libre, se da a través de tres elementos del pensamiento oriental: el universo, la tierra y el humano. Tres componentes intrínsecos e interrelacionados, unidos por el amor, sin el cual, para esta artista, nada puede desarrollarse. “El eco del alma expresa el amor y el compartir por medio de los trazos y cortes en variedad de colores y ondas”, escribe, al intentar explicar su búsqueda, que solo terminará al momento de su muerte: “Cuando esté frente a ella, será decisivo, podré ver qué es realmente el arte”.
En pleno Flores –Felipe Vallese 2945 1er-, oculto tras una modesta puerta blanca, se esconde el único museo de arte coreano y contemporáneo de Latinoamérica, el Museo Kim Yun Shin.
Todo esto, desde sus detalladas esculturas hasta sus coloridas y abstractas pinturas que un poco recuerdan al folclore coreano y otro poco a las culturas tribales latinoamericanas, se exhibe hoy, y todos los días, hace ocho años en el corazón de Buenos Aires –con entrada libre y gratuita. En pleno Flores –Felipe Vallese 2945 1er-, oculto tras una modesta puerta blanca, se esconde el único museo de arte coreano y contemporáneo de Latinoamérica, el Museo Kim Yun Shin. Dirigido por Teresa Ran Kim, artista coreana de primera generación y discípula de Kim -con quien se reencontró en Argentina tras haber sido su alumna en Seúl-, este museo es un pequeño oasis de arte oculto entre locales abultados y multitudes porteñas. En este, Kim no solo expone sino que produce, a fin de renovar la muestra cada dos años. Cada año, esta organización sin fines de lucro abre sus puertas para celebrar la Noche de los Museos, con actividades para fomentar la cultura coreana en nuestro país, y difundiendo este espacio abierto a estudiantes, investigadores y todo aquel curioso en busca de algo nuevo, fresco y atrapante. Además, el museo también ofrece talleres privados, a cargo de Teresa Ran Kim y Diana Park, esta última diseñadora gráfica y, también, discípula. “Abuela, madre e hija”, ríen las tres generaciones al contarlo. ¿Lo nuevo? El proyecto para el 2019 es ampliar la oferta e invitar a nuevos artistas coreanos a exponer, a fin de continuar con la divulgación del arte coreano contemporáneo.
A sus 83 años, Kim Yun Shin, se niega a dejar la moto sierra –hace un año se le prohibió usarla debido a un problema de salud pero asegura que pronto la volverá a levantar. Mientras tanto, nunca soltó el pincel, porque su búsqueda, aunque sea por ahora, no tiene fin. En una curiosa mezcla de estilos, viste una camisa negra de corte “oriental”, pantalones blancos, zapatillas deportivas, el pelo peinado hacia arriba y una sonrisa constante, entienda o no lo que uno le dice. Tras 35 de residir en Buenos Aires, no dudó ni por un segundo su decisión, a pesar de que nunca aprendió a hablar español: “me puedo comunicar a través de mis obras”, aclara, traducida por Diana. Qué colorido lenguaje universal.