El verano en pleno invierno: lodges y glampings de Misiones en la sensualidad de la selva donde – aún en los meses fríos -, la vida es ligera y anda suelta

MALEVA en Misiones. Mientras en toda Argentina las temperaturas se hunden incluso debajo de cero, estos destinos misioneros son «burbujas» de sol entre la tierra colorada, aves de todos los colores, cascadas escondidas, sabores tropicales y alojamientos con estilo y glamour.

Dentro de una de las yurtas del glamping Iveraretá. 

El verano en pleno invierno: lodges y glampings de Misiones en la sensualidad de la selva donde – aún en los meses fríos -, la vida es ligera y anda suelta. Por Leandro Vesco desde Misiones para MALEVA.

Misiones da un guiño a la felicidad y ofrece un regalo: conserva el verano en el invierno. Mientras en todo el país las temperaturas se hunden debajo del cero, la tierra roja y la selva retienen el calor en una burbuja de sol y días entibiados hasta los treinta grados. Mientras los principales destinos turísticos del país están asociados a la nieve, los que viajan al mundo de la tierra colorada deben hacer sus maletas con remeras y mallas. La vida es liviana y anda suelta, los caminos abren sus secretos y Misiones es pura fiesta, en esta tierra el frío no está invitado.

El litoral tiene payé, encanto. La proximidad con Brasil y Paraguay hermana y fusiona una identidad festiva, original y siempre caliente. En las radios se oyen programas en portugués y guaraní, y la mejor manera de entrar a este universo de agua y colores es a través de su gastronomía. Estelares y carnosas, nacen frutas exóticas como la pitanga, la acerola, la guayaba, mangos, yasca, guabirá y mburucuyá. Platos típicos que se alejan de la cocina invernal: El reviro, el vorí vorí, mbeyú, sopa paraguaya y el maná omnipresente: la chipa. ¿Podemos vivir en verano en pleno invierno? En Misiones es posible. En esta selección de MALEVA, les compartimos tres destinos para volver el tiempo atrás y disfrutar de la vida al aire libre.

1) Posada Puerto Bemberg: el guión feliz de una posada literaria con salida directa a la selva y un salto secreto.

“La única palabra que puede definir a Misiones es magia”, confiesa Juan Manuel Zorraquín, a cargo de la única posada literaria del país inmersa en una reserva privada en los terrenos donde la familia Bemberg creó la industria yerbatera. Mucho verde y luces corales que brillan a través del sudor de las hojas turgentes de güembes, helechos y palmeras pindó, todo esto rodea a este hospedaje en una atmósfera calma y sedante.

Una amplia galería distribuye habitaciones amplias con un lujo sencillo: salida directa a la selva y su ñembosarái (encantamiento). La fantasía se completa con un detalle: cada cuarto tiene una biblioteca, en el living está la más grande, contenedora. Una piscina une a los solitarios pasajeros.

En el aire se traslada la propia sensualidad selvática. El guión es feliz: sol, a veces una lluvia pasajera y de nuevo el sol: siempre un arcoíris. Un embarcadero sugiere un viaje a un tesoro desconocido: el salto Yasí (luna en guaraní). Íntimo, se accede después de navegar media hora por el majestuoso Río Paraná, mar de agua dulce, frente a la costa de Paraguay.

La gastronomía es un punto alto, el chef asume su rol con aplomo y sorprende con platos típicos que incluyen carnes y pescados, el desayuno es una ofrenda de mbeyú y chipa. Más? Sí, la posada tiene una cava donde se hacen degustaciones, está a apenas 40 minutos de las Cataratas de Iguazú y a media hora de las minas de Wanda y sus amatistas energéticas. La magia se prolonga con la posibilidad de hospedarse en la Casa Bemberg, una mansión frente al río.

2) Momora Distrito Selva: domos en una marea verde, desconexión total entre flores, hojas y aves de todos los colores.

“El caos de la selva tiene un orden natural. Cada domo tiene una visión exclusiva a este espectáculo”, resume Guillermo Lirussi, su creador. Así es la secuencia en la que se presenta este lodge bajo el misterio de la selva en Santa Ana.

Momora rinde homenaje a su nombre, en guaraní significa Admiración y Respeto, en este caso se refleja en el la fascinación del diseño del proyecto en la selva. Un spa de conciencia, le gusta llamarlo. En las antiguas instalaciones de una curtiembre de 3500 metros cuadrados fundó un mundo de placeres que se insinúan en senderos perdidos entre la vegetación que conducen a cuatro domos geodésicos, como islas en esa enredadera de flores, hojas, ramas y aves de todos los colores.

“En esa marea verde, los viajeros deponen sus defensas citadinas y disfrutan de la pureza de la naturaleza”, confirma Lirussi. La gran nave nodriza restaurada apela a estímulos para los sentidos, entre viejas máquinas una piscina climatizada con cascada se instala como un oasis, por la noche se ilumina en una fantástica combinaciones de colores.

Aquí conviven diferentes espacios, livings, rincones para la lectura, cava, un mural que prolonga el hechizo selvático y las mesas del restaurante. Un capítulo aparte aquí, se nutren de productores de la zona y sirven platos basados en la identidad argentina guaraní. Tienen una selección de bodegas poco conocidas, se destaca la Bodega del Desierto, pampeana. “Somos limpios energéticamente”, dice Lirussi.

Sesenta paneles solares y una caldera que se alimenta con pelets (deshechos) que la industria maderera producen electricidad. “El clima misionero es un regalo”, se refiere a los días de calor dentro del invierno. Las actividades son la desconexión total con el mundo y el despojo de rutinas y horarios. Soltar todo aquello. A distancia de una mano, la selva y su misterio. “La invitación es a experimentar”, concluye Lirussi.

3) Iveraretá: un paraíso de vegetación virgen y silencios.

País de muchos árboles, este es el significado de la palabra que anuncia este destino en la profundidad del monte y la selva. “Venir es habitar una yurta y conocernos a nosotros, los dueños”, dice Micaela Del Fabro, junto a su pareja Pedro Nuñez soñaron este edén bañado de pétalos y aves crepuscurales. A sólo media hora del aeropuerto de la bella y colorida Posadas, existe este paraíso de silencios, y vegetación virgen.

No hay sonidos que refieran a la civilización. Un camino secreto se camufla entre el guatambú, el ybira-pitá, timbó, las palmeras y el uranday. Cuatro yurtas aisladas atraen la atención, son hechas según diseños de las tribus nómades de Mongolia. La simpleza corona la propuesta: experimentar el glamping, el camping con glamour, cada yurta cuenta con pileta privada, hamaca paraguaya, muebles de exterior, un fogón y una parrilla.

Son circulares, de madera y tela con un ojo de vidrio en el techo para dormir mirando las estrellas. Siguiendo aquella sencillez, el plan es abandonar responsabilidades, tomar unos tererés alrededor de la pileta, leer en la hamaca paraguaya, tirar algo a las brasas o hacer una fogata para compartir charlas, risas y disfrutar de ese encanto que tiene el fuego.

Cuando la noche se adueña del cielo, este iviraretá despierta en cantos y llamados de monos carayá y el aleteo de las aves que danzan entre los árboles, el teatro de la intimidad misionera. Un túnel de tacuaras conduce a una vertiente. “Comida casera”, cuenta Del Fabro. El menú es variado, pastas amasadas en el momento, empanadas de pollo al curry y queso, panes, crema de ajo, hummus, carnes. Vegetarianos y sin TACC, tienen su propia carta. Iveraretá está dentro de la Estancia Santa Inés, pionera en la industria yerbatera y también abierta al turismo, se realizan baños de bosque.

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Fotos: son todas gentileza para prensa de los alojamientos mencionados.