Llega esta época del año y todos anhelamos un poco de aire libre y verde. Cual si alguien hubiera pateado el hormiguero, somos muchos los que salimos en busca de esos rincones en los que disfrutar el contacto con la naturaleza. Los restaurantes y bares con patios, terrazas y hasta mesas en la vereda cotizan alto, y el sol en la cara da por concluido un invierno que se hizo largo. Pero eso no es todo lo que la ciudad tiene para ofrecernos: a veces escondidos, a veces un secreto a voces, encantadores cafés y restaurantes que sirven su menú en verdaderos jardines. Y entre cantos de pájaros y vegetación exuberante, es posible sentirse a kilómetros luz de la rutina y el cemento.
Novedad de este año, el Café BA está enmarcado en la preciosa Abadía de San Benito (hoy Abadía Centro de Arte y Estudios Latinoamericanos), y ofrece una inmejorable vista a sus claustros. Lejos del caos de la avenida Luis María Campos, instaura de inmediato una paz reparadora. El espacio, de arquitectura antigua sumamente respetada en la renovación, está dividido en distintos salones con diversos usos, entre ellos utilizarse para actividades sociales o empresariales. Pero entre arcadas y con una fuente como protagonista, el jardín es el punto más concurrido. Allí se puede almorzar (ensaladas, pizzetas y lomitos) pero sobre todo tomar el té. Con muffins, cookies y tortas de por medio, el caer de la tarde y el consiguiente perfume intenso de las flores y plantas serán un plan perfecto.
Es un ícono de Belgrano, y desde que hace algunos años Croque Madame tomó la posta e instaló allí una de sus sucursales, el Museo Larreta subió la vara de su encanto. En el café que lo complementa es posible sentarse en un jardín con sillas de hierro y grandes sombrillas, custodiado por bambúes, malvones y árboles frondosos. Con una grata sombra incluso al rayo del sol más fuerte, su cafetería clásica se sofistica con los homónimos croque madame y monsieur, además de otras variantes. Bordeando la pared colonial que lleva a los baños, asimismo es posible espiar el prolijo jardín del museo, inspirado en aquellos andaluces de la España musulmana.
Secreto a voces de Palermo, Home Hotel Buenos Aires hace rato que es uno de los mejores lugares para brunchear un domingo en la ciudad. Pero su increíble jardín también invita a disfrutar una tarde cualquiera en plena semana, precisamente para olvidarse del calendario. Entre helechos, jazmines, enredaderas, varias especies nativas y hasta algún picaflor, sus mesas y barra alrededor del verde son una tentación al descanso y la desconexión. Para la hora del té, la vista puede acompañarse con tostadas, porciones de torta, yogurt, cookies, tostados y algún sándwich, entre otras opciones. La puesta de mesa, de vajilla impecable y protocolo perfecto, completará la experiencia.
Asomarse a las posibilidades de otra vida y otra época. Así se siente sentarse a tomar el té en el siempre espléndido Palacio Duhau Park Hyatt Buenos Aires. Específicamente en el restaurante Piano Nobile, el té de la tarde puede disfrutarse en los balcones de estilo francés que otean al jardín en barranca que se extiende hacia la calle Posadas y el edificio más nuevo del hotel. En ese gran pulmón de manzana, el silencio solo será interrumpido por el viento en las copas de los árboles, el juego de agua de las fuentes y el canto de los pájaros (a menos que estén muy entretenidos robándose algún macaron, como suele suceder). ¿Con qué acompañar el momento? El té Piano Nobile incluye una selección de scones, sándwiches y pastelería del buffet, una colección de té y una copa de espumante. Definitivamente, un atisbo a una era dorada de Buenos Aires.
También parte de un museo, el Café Sívori ostenta en este listado el mérito de ser aquel con un jardín más grande. Y es que se encuentra inmerso en los enormes bosques de Palermo, muy cercano al Rosedal. Pero además, ofrece un espacio verde propio con árboles centenarios, adoquines y enredaderas. Frente al patio de esculturas del museo, está abierto todo el día, pero seduce especialmente hacia el atardecer, cuando sus tortas majestuosas y caseras (con nombres como Pecado Original, Mandarina Voluptuosa y Negrita Mía) van comenzando a reinar en el menú, mesa por mesa. Para “bajarlas”, se puede caminar por el parque mientras se observan las esculturas.
Puede que incluso aquellos que lleven varios años trabajando en el Microcentro aún no lo conozcan, porque de afuera pasa realmente desapercibido. Preciado especialmente en los almuerzos de verano, el Convento de San Ramón Nonato deslumbra con un jardín como los de antaño: con el edificio del convento como faro, se despliega en caminos, faroles, bancos, una capillita y mucha mucha vegetación y árboles. Allí mismo, en ese oasis citadino, se alojan diversos restaurantes que pueblan las galerías, y que aunque bullen de gente al almuerzo, se presentan tranquilos en las tardes e idóneos para un parate por un café o un té. Y para finalizar el paseo, pueden darse una vuelta por los locales de artesanías y objetos que también están bajo los arcos de la galería.
Uno de los placeres más grandes que proveerá este jardín será poder imaginarse parte del renombrado grupo de escritores, artistas e intelectuales que solían reunirse aquí. En la bellísima e histórica casona de Victoria Ocampo, en San Isidro (hoy patrimonio de la UNESCO), el té se sigue tomando tal cual aquellos días. En sillones de mimbre y con vajilla digna de abuela, se ofrecen scons (de una receta tradicional y servidos con mermelada y manteca), financiers con frutos rojos (un clásico de la pastelería francesa) y sándwiches de salmón gravlax, entre otras delicias que buscan recuperar “la gastronomía como parte de la cultura”. Desde el fresco de la galería con piso de mármol la vista del parque es envidiable: el pasto impecable, los árboles tan altos como frondosos y la fuente y estatuas son solo algunos de los hitos en los que descansar y recrear la vista.
Fotos: gentileza cafés mencionados.