«El ocio es también una forma de hablar y pensar»: con Celina Eceiza desde su – muy llamativa – muestra participativa y placentera en el Museo Moderno

Una exposición que se aleja de lo solemne, rompe las reglas clásicas museales y hace al cuerpo de los visitantes parte de la obra/¿Cuál es la búsqueda de la artista marplatense detrás de un arte más cercano?¿Qué representa cada uno de sus espacios?/ Últimas semanas para experimentar sus salones multicolores.

El universo inmersivo de Celina Eceiza se puede visitar hasta marzo en El Moderno (San Telmo).

«El ocio es también una forma de hablar y pensar»: con Celina Eceiza desde su – muy llamativa – muestra participativa y placentera en el Museo Moderno. Por Melisa Boratyn. Fotos: Delfina Sevitz para MALEVA.

Entrar a las salas de un museo y encontrarlas completamente transformadas no es algo que sucede todos los días. Entrar en «Ofrendas» significa estar frente a la posibilidad de vivir una experiencia participativa donde podemos relacionarnos con las obras, tirarnos sobre colchones, tocar y vincular el ocio con la creatividad para acercarnos al arte sin condicionantes o silencios incómodos. Celina Eceiza nos recibe en esta muestra única en El Moderno y comparte con MALEVA sus procesos, los valores detrás de sus obras y cómo logró crear una puesta radical, placentera, libre y democrática que debe ser celebrada.

¿Cuándo y cómo empezaste a indagar en la posibilidad de ser artista?

Mi primer acercamiento fue en Mar del Plata, donde crecí. A los doce años empecé a ir al polivalente de arte y a una escuela de cerámica donde comencé a formarme. No diría que existió un momento exacto en el que sentí que quería ser artista sino que el deseo siempre estuvo. A los dieciocho quise venir a vivir a Buenos Aires, frente a la expectativa de que acá pasaba de todo. Como no conocía a nadie hice lo mejor que se puede hacer en esa situación y comencé a estudiar y a conocer a otros artistas.

¿De qué iban esas primeras obras de los años de formación?

En el IUNA mi deseo más profundo era ser pintora, aunque no me gustaba lo que estaba haciendo ni me sentía representada. Estuve un año sin pintar hasta que el textil se fue haciendo presente en mi trabajo y me trajo una sensación de alivio; ahí fue cuando entendí que había encontrado lo mío. Me ayudó a alejarme de la idea solemne de lo que es ser artista. El textil potenció mi obra.

Ese encuentro que te permitió cambiar tú manera de entender el arte, ¿sucedió de manera accidental o fue parte de un proceso?

El textil siempre fue algo cercano, desde que era chica y mi mama me enseñó a coser porque no me gustaba la ropa que se vendía en Mar del Plata. Fue una herramienta que me permitió encontrar mi propio estilo y una técnica relacionada a lo afectivo que me quedó. Por suerte todo eso en algún momento se cruzó con el trabajo que venía haciendo en el taller y se potenció.

«Busco que la forma de conocer el arte sea más deforme y que se pueda hacer uso de aspectos de la vida que se suelen subestimar, como por ejemplo el descanso. Es muy hermoso saber que el público está activo y que sus acciones repercuten en las obras. Acá las cosas se ven y se pisan al mismo tiempo. Los cuerpos afectan al arte…»

Cuando veo tus obras me resultan muy genuinas, como si tuvieran un sello personal, y al mismo tiempo siento que puedo trazar líneas con otros artistas que en trabajan el textil, desde Alejandra Mizrahi hasta Feliciano Centurión, pasando por arte precolombino hasta llegar a Tracey Emin y Louise Bourgeois. ¿Hubo un momento en el que te diste cuenta que había artistas que hacían obras con una intención similar a la tuya? ¿Fuiste buscando dónde anclarte y contactarte o no te interesa ese recurso?

Siempre digo que ningún artista piensa solo, incluso cuando cree que lo está haciendo sino que existe un sistema de vínculos y afinidades. Desde lo material me siento relacionada a otros artistas textiles e incluso trabajé un tiempo con Catalina León a quien considero una gran inspiración. La muestra está repleta de referencias donde hice algunas reinterpretaciones de obras de la colección del museo. Me gusta la idea de arrancar desde lo que veo y poder tomar partes de cosas que me gustan, por ejemplo durante este proceso vi mucho los parques de la artista francesa Niki de Saint Phalle y creo que fue un punto de partida para la construcción que está en medio de esta sala.

Hace unos años hiciste una muestra en la galería Moria que ya tenía muchos de los elementos que se repiten acá; la idea de la experiencia inmersiva, que junto al arte urbano y la performance nos permiten tener una relación más orgánica y fluida con el arte. ¿Cómo llegaste a esta instancia de potenciar al máximo tus posibilidades?

Me interesa la idea de la experiencia y me gusta hablar de lo ocioso como una forma de ver y pensar. Busco que la forma de conocer el arte sea más deforme y que se pueda hacer uso de aspectos de la vida que se suelen subestimar, como por ejemplo el descanso. Es muy hermoso saber que el público está activo y que sus acciones repercuten en las obras. Acá las cosas se ven y se pisan al mismo tiempo. Los cuerpos afectan al arte.

Nos vamos desinhibiendo a medida que nos dicen que sí se puede pasar, que podemos tirarnos sobre los cochones y que podemos tocar…

Si, incluso hubo muchos cambios en el protocolo de seguridad y conservación del museo cuando apareció esta premisa. Con los guardias de sala tuvimos una charla colectiva y el trabajo que están haciendo con las personas es genial. En la inauguración no sabíamos realmente que iba a suceder pero les dije que la muestra se puede alimentar con otras cosas y que si pasaba algo no era grave. El arte tiene que poder estirar las posibilidades que están dadas.

«Apunté a hacer la muestra que quería ver y la catapulté como una obra que empuja pero no obliga, ya que siempre intento ser consecuente con mi propio trabajo para ser respetuosa con el público y con mi equipo. Las obras tienen un proceso muy largo de taller donde estoy prácticamente sola pero no llegan resultas al montaje, sino que se completa cuando trabajamos juntos. Ahora está en un momento de uso, donde cobra otro sentido, donde la gente la pisa y la vive y yo gano un momento de descanso…»

Ofrenda te llevó un año de desarrollo y dos meses de armado en la sala. ¿Por dónde se empieza cuando el proyecto es tan grande?

Lo primero que pensé fue que quería hacer varios espacios y que cada uno fuera un estado. Después apareció un idea muy sencilla; hacer un pasillo solar donde el cuerpo estuviera bañado de amarillo. Me agarré de eso para ver que necesitaba, como seria la experiencia y fui nutriendo la idea con muchas horas de experimentación en el taller. Tengo un espacio absurdamente chico en comparación a esto pero creo que es importante sobreponerse, buscar alternativas y entender que el arte siempre genera respuestas creativas. Muchos de los dibujos que hacía los iba embalado y guardando con sistemas que inventé por lo que nos los vi hasta que llegaron a la sala un año más tarde. Acá hicimos un trabajo de equipo durante dos meses para armar las piezas más grandes, coser y terminar de darle forma al proyecto.

¿Cuáles son los estadíos de cada una de las salas?

La primera es el pasillo solar; una transición entre el museo tradicional y esta nueva arquitectura que propone otras formas de ver. El segundo espacio es un corredor que se va ensanchando como si la sala fuera un un conducto. Es más física y sanguínea, con cuerpos en estado de transformación. Después de eso se llega al cubo blanco blando, donde todas las paredes están dibujadas. Es un mundo que se ofrece y derrama por todos lados, donde hay una construcción que en el interior tiene una pequeña muestra de pintura. El último estado tiene que ver con volver a algo primitivo, donde los dibujos se hacen sacando material y no añadiendo como en el resto de la muestra.

Creo que aprovechaste como pocos la oportunidad de tener una muestra en una institución. Ahora que ya pasó por una instancia de montaje y puesta colectiva y que convive con tanta otras personas que vienen a verla, ¿qué sentís y qué sigue?

Apunté a hacer la muestra que quería ver y la catapulté como una obra que empuja pero no obliga, ya que siempre intento ser consecuente con mi propio trabajo para ser respetuosa con el público y con mi equipo. Las obras tienen un proceso muy largo de taller donde estoy prácticamente sola pero no llegan resultas al montaje, sino que se completa cuando trabajamos juntos. Ahora está en un momento de uso, donde cobra otro sentido, donde la gente la pisa y la vive y yo gano un momento de descanso, aunque siempre aparecen nuevos deseos e ideas. Tengo algunos proyectos para el 2026, por lo que espero tener unos meses para pensar y estar mucho en el taller.

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