El suyo es un espíritu joven. Aunque artista de larga trayectoria, a Marta Diez le gusta estar rodeada del ambiente más chispeante y novedoso del arte. Le atraen los circuitos más nuevos, como las galerías de Puerto Madero (expuso en Espacio Urbano Contemporáneo hasta principios de este año) o las ferias cancheras y jóvenes, como la reciente edición de La Real. Si bien sus obras también pueden verse en la clásica galería Arcimboldo, en Retiro, Marta no es de esos artistas que, tras años de carrera, se dan por contentos con una exposición por año. Por el contrario, su agenda es una marea de trabajos, proyectos y presentaciones que incluyen tanto el tiempo para su propia obra (“en este momento es abstracta, con colores muy fuertes”) como para organizar desafíos como el de coordinar a 77 artistas para pintar los murales del entorno del Hospital Rivadavia (“hicimos ‘Ventanas de Buenos Aires’, representando lugares icónicos de la ciudad; yo pinté cuatro”), a otros tantos para el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez y un número similar para pintar las fachadas de los puestos de la feria del libro usado en Plaza Italia.
«El suyo es un espíritu joven. Aunque artista de larga trayectoria, a Marta Diez le gusta estar rodeada del ambiente más chispeante y novedoso del arte. Le atraen los circuitos más nuevos.»
No sabe ni quiere quedarse quieta. Nacida en Tucumán, era muy chiquita cuando pidió anotarse en clases de pintura. “Tenía 7 años cuando descubrí que había dibujado una mano perfecta. Recuerdo mirarla y pensar ‘yo no hice eso’”, evoca. Años de obtener dieces en dibujo la comenzaron a convencer de que ese podía ser su camino. Y comenzó casi subrepticiamente, cuando su madre la invitó a ser parte de su emprendimiento de ropa y se involucró en el diseño. Aunque una vez terminado el colegio e instalada en Buenos Aires, coqueteó con la carrera de Ciencias Económicas, más que nada por insistencia de su familia. Pero dejó a los dos años, y al tiempo se casó y tuvo tres hijos. Continuó pintando y asistiendo a talleres, dedicándole cada vez más horas. Pero fue cuando se separó que encontró su punto de quiebre. “Fue una etapa de pintar muchísimo, porque esas cosas te marcan…”, relata. Tanto pintó, que se decidió a abrir su taller. Y cuando conoció a su actual marido, su revelación completó el círculo. A instancias de él, armó un índice de todo lo que había creado hasta entonces. Se quedó boquiabierta cuando descubrió que llevaba hechas unas 300 obras. “En mi cabeza tenía presentes solo las 15 o 20 que me rondaban o estaban en casas de amigos… Ahí entendí que era pintora”.
«Encontré un cuadro de un barco hundiéndose prendido fuego. Y cuando miré la fecha, descubrí que fue de la época en la que estaba separándome. Fue fuerte, porque entendí que pintaba todo en mi vida, que mi ebullición salía por ahí… Empecé a plantearme más mi obra y sus motivos. Entendí que el arte es un diálogo permanente con uno mismo.»
¿Qué cambió a partir de eso en tu forma de aproximarte al arte?
En el medio de toda esa investigación de obra, encontré un cuadro de un barco hundiéndose prendido fuego. Y cuando miré la fecha, descubrí que fue de la época en la que estaba separándome. Fue fuerte, porque entendí que pintaba todo en mi vida, que mi ebullición salía por ahí… Empecé a plantearme más mi obra y sus motivos. Entendí que el arte es un diálogo permanente con uno mismo.
Y en ese sentido, ¿lo disfrutás o lo padecés?
Las dos cosas, pero en diferente momento. Cuando pinté el barco no pensé que significaba eso. Estaba muy compenetrada en ver que saliera lo mejor posible, mirando los colores, la nitidez del agua… Después entendí y me shockeé.
«Busco la perfección. Si al terminar un cuadro no me gusta, lo tapo y pinto encima.»
¿En general te gusta lo que hacés o sos muy autocrítica?
Busco la perfección. Si al terminar un cuadro no me gusta, lo tapo y pinto encima.
¿Y cómo sabés cuando un cuadro está terminado?
Cuando encuentro el equilibrio buscado. Pero es muy difícil el arte, nunca sabés qué vas a hacer y cómo va a terminar. Es un dejarte llevar y que salga algo tuyo, es como un lenguaje. De hecho, encuentro que más que hablar, puedo pintar.
¿Y hay días en que no estés conectada con ese lenguaje?
Muy pocos. En general, no hay un momento en el que no tenga ganas de pintar. Me llevo papeles y óleos en lápiz a casa, o cuando me voy de viaje. Es como una forma de sacarme la ansiedad por pintar. Cuando estaba embarazada de mi hija y no podía pintar porque me hacían mal los olores, miraba las sombras, las formas y los colores de los árboles y sentía que pintaba. Nunca dejás de pintar, aunque no lo estés haciendo físicamente.
«A veces vendo obras que pienso que debería quedarme, pero ya es tarde y se fueron. Por suerte tengo buena fotografía de lo que hago, y muchas de mis obras están en libros de acá y del mundo, así que de algún modo me quedan.»
¿Te puede pasar que veas obras tuyas de períodos anteriores y no te gusten?
Sí. En general, siempre me gusta más lo que estoy haciendo en el momento. No me parece feo, pero me pregunto por qué lo hice. Pero creo que es porque no estoy viviendo ese momento.
¿Cómo te llevás con el proceso de venta? ¿Te da un poco de lástima o lo disfrutás?
Lástima me dio hace muchísimos años, cuando no era profesional. Ahora me encanta que se lo lleven, y si puedo saber quién lo tiene o verlo colgado, me parece un placer.
¿Tenés obras que sepas que no vas a poder vender nunca, por lo que te significan?
Sí… Tuve, pero finalmente las terminé soltando. A veces vendo obras que pienso que debería quedarme, pero ya es tarde y se fueron. Por suerte tengo buena fotografía de lo que hago, y muchas de mis obras están en libros de acá y del mundo, así que de algún modo me quedan.
«Suelo pintar hasta ocho cuadros a la vez. Y depende la técnica que haga, se va secando, y mientras tanto voy haciendo otro. Cuando llego al octavo, empiezo de vuelta por el primero. Aprovecho el tiempo.»
¿Cuánto tardás en hacer un cuadro?
Depende, porque suelo pintar hasta ocho a la vez. Y depende la técnica que haga, se va secando, y mientras tanto voy haciendo otro. Cuando llego al octavo, empiezo de vuelta por el primero. Aprovecho el tiempo.
¿Y cómo te relajás cuando no estás pintando?
Casi casi que mi vida es esto… También me gusta trabajar con mis rosales, ir al campo, un poco de gimnasia, tenis. Pero son pocos los tiempos que me quedan. Cuando viajo también me gusta ir a lugares con arte, sobre todo ver las ciudades, porque me transmiten cómo es la gente. Entro en exposiciones, pero me gusta mucho más ver la cara de las personas, el ambiente.
¿Qué otros artistas contemporáneos te gustan?
No tengo un preferido contemporáneo, aunque quizás podría ser Felipe Noé. A mí me gusta todo el arte, es como cuando voy por un country y veo las casas y me parecen todas lindas, porque cada una tiene lo suyo y expresa algo muy personal. Esto es lo mismo, aprecio casi todo el arte, salvo que sea algo muy fuerte, porque tiendo sobre todo a la belleza y a la combinación de buenos colores.
¿En tu casa hay arte de otros artistas?
Sí, pero de otras épocas: Spilimbergo, Fader, Quinquela Martín… Todo con mucho color. Mi casa es más bien clásica, y así quedó. Tanto, que la foto de mi ex marido con mis hijos quedó al lado de las nuevas. Para mí la vida es una sola y se puede vivir con todo lo que uno es. No me gusta desarmar el pasado, soy una desde que nací hasta que muera.
¿Podrías haber sido algo más si no hubieras sido artista?
En un principio pensé que podría haber sido médica. Pero ahora, teniendo un marido médico, me doy cuenta que ni loca… Era arte o arte.
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