Llegaron los treinta y, con ellos, muchas preguntas sin responder / ¿Qué pasa cuando empezás a cuestionar todos esos planes de los que antes estabas seguro? / Juana y uUna reflexión sobre el amor y la vida en esta nueva edición de #TeAmoYoTampoco
Con los treinta lo veo claro, nadie está destinado a nadie en el amor
Así, como si nada, a mi amiga Juana y a mí nos llegaron los 30. Pareciera ayer, cuando nuestro yo adolescente veía a la tercera década tan lejana y extraña. Hoy no estamos ni cerca de donde creíamos que íbamos a estar, pero porque estamos en un lugar mucho mejor: el presente.
Todo lo que vivimos estos años, con sus aciertos y sus errores, cargados de experiencias, aprendizajes, amores y desamores, nos trajeron al momento más único e irrepetible en el que se puede estar. Tal vez lo imaginamos diferente, tal vez no sea como lo soñamos, pero el presente es justamente lo que somos. Y así, aceptándolo, está muy bien. “Cuando te haces amigo del momento presente te sentís como en casa en donde quiera que estés. Si no te sentís cómodo en el ahora, te sentirás incómodo donde sea que vayas”, dice Eckhart Tolle en El Poder del Ahora, un gran libro que ella me recomendó.
Juana estudió arquitectura y en la FADU (la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA) conoció a quien ella consideraba su media naranja. Ella era cariñosa, soñadora y divertida, su melena larga y castaña con su cuerpo menudo llamaban la atención donde sea que fuera. Él no tardó ni un minuto en enamorarse. Ella tampoco.
Él era atractivo, deportista, inteligente y perspicaz. Un chico simple, sin mucha vuelta, al que la vida lo había llevado por aguas calmas. De familia tradicional y padres conservadores, no era alguien que se cuestionara mucho las cosas, menos preguntarse qué era lo que verdaderamente quería. Juana, por su lado, era una enamorada del amor. Pero de la idea del amor. Tampoco se hacía muchas preguntas, simplemente lo disfrutaba; y yo, siendo totalmente lo contrario, valoraba mucho eso de ella.
Pero yo buscaba otra cosa, tal vez no sabía lo que quería, pero sabía que era algo diferente. Parejas, hijos, trabajos, puestos, sueldos, viajes, objetivos y deseos que soñaba y aún, de alguna u otra manera, no tenía. Pero, ¿alguna vez lo quise verdaderamente? ¿O me dijeron que tenía que quererlo? Creo que ningún número ni estatus debería asustarnos. Al contrario, es una oportunidad para reinventarnos y preguntarnos qué es lo que realmente queremos, para buscar a nuestro verdadero yo.
Yo no creo en las medias naranjas, porque no somos la mitad de nadie. Yo soy yo, una naranja entera. Las medias naranjas no existen. Y si el melón no nos da jamón, seguramente habrá una sandía que nos traiga alegría. Por eso simplemente creo en encontrarme con otra naranja entera, digamos, con quien caminar a la par, uno al lado del otro.
Tuve novios y amigos con quién nos divertimos, encuentros y desencuentros. Amé y no fui correspondida. También me amaron y no sentí lo mismo. No sé cuál de los dos casos fue peor, pero me hicieron pensar que el amor es muchas veces una concatenación de causas. Siempre algo, por alguna razón faltaba. Faltaba algo que vibrara en mis venas, que trascendiera en el espacio. Muchas veces me pregunté: ¿hasta dónde está bien conformarse? ¿Cuándo estoy siendo conformista? ¿Cuándo estoy pidiendo demasiado? ¿Cómo encuentro ese límite?
A Juana le pasó algo parecido. Comenzó a cuestionarse algunas cosas, a tener ciertas inquietudes, a querer explorar ideas nuevas. No necesariamente el mundo, sino que acá mismo sentía que su vida ya estaba escrita, como si alguien le hubiera tirado las cartas. Esa ausencia de entusiasmo y de aventura la angustiaban. Quería sentir la incertidumbre de esa gran sensación de creer todo puede ser posible. La miraron mal, claro, como si estuviera loca, como si el querer algo diferente estuviera mal. Él no la entendió, y su idea utópica del amor cítrico dejó de existir. Porque si creía en una media naranja eso ya no era lógicamente posible: ya no era la mitad de su amor, ya era otra persona. Su esencia era la misma, pero tenía una sed que él no sentía y que tampoco supo cómo acompañarla.
La vida ya nos había enseñado que las cosas, por lo general, no salen como las planeamos. Menos servía anclarnos a un pasado del que nada podíamos hacer para cambiarlo. Y nuestro presente era el mejor primer paso para llegar a donde queríamos estar. El resto sabíamos que vendría solo.
Yo no creo en las medias naranjas, porque no somos la mitad de nadie. Yo soy yo, una naranja entera. Las medias naranjas no existen. Y si el melón no nos da jamón, seguramente habrá una sandía que nos traiga alegría. Por eso simplemente creo en encontrarme con otra naranja entera, digamos, con quien caminar a la par, uno al lado del otro. El amor se da en el momento indicado, cuando tiene que ser, nadie está destinado a nadie. Es como si nuestras emociones, paradójicamente, estuvieran regidas por las leyes de la física y la relatividad del espacio-tiempo. Indudablemente, somos parte de un gran universo que nos traspasa y nos trasciende porque el amor se da con la persona indicada en el momento indicado. Pero al amor también hay que buscarlo, hay que trabajarlo todos los días; y hay que dejar que a uno lo amen. Si no, no hay cosmos que lo sostenga. El amor no es una idea, es más que un sentimiento, es algo real que se construye, es un vínculo que se retroalimenta. Como el río que, si lo observamos, tiene mucho para enseñarnos. Cuando algo va en una dirección, todo va en esa dirección. Todo lo arrastra, todo lo lleva, todo sucede, todo lo puede.
Mi amiga Juana y yo, a los 30, estábamos las dos en un momento parecido de nuestras vidas. Habiendo recorrido un camino distinto habíamos llegado a la misma conclusión. Un día, después de varias cervezas y de esas charlas que hacen a uno llorar de risa y de emoción a la vez, nos miramos y supimos que de nada servía ahogarnos en la ansiedad de un futuro incierto. La vida ya nos había enseñado que las cosas, por lo general, no salen como las planeamos. Menos servía anclarnos a un pasado del que nada podíamos hacer para cambiarlo. Y nuestro presente era el mejor primer paso para llegar a donde queríamos estar. El resto sabíamos que vendría solo.
Entendimos que de eso se trataba, de disfrutar del momento en el que estamos aunque no lo hayamos planeado ni imaginado. Sentimos que allí íbamos a descubrir nuestra verdadera paz, en el instante en que comulgáramos con nosotras mismas. Llegará el día en que Einstein se ponga de nuestro lado, en el momento y el lugar indicados. Pero ese momento y ese lugar, nos va a encontrar a nosotras primero, dispuestas a aceptarnos. Porque “el fruto vendrá cuando corresponda”, pero ese fruto tal vez no hable precisamente de una naranja, sino de uno mismo.