48 horas de placer porteño: Un café en una esquina patrimonial, una parrilla que sirve clásicos sin nostalgia, un bar notable recuperado y una pulpería que rescata una casona abandonada
De San Telmo a Villa Crespo: La historia como eje conductor de cuatro aperturas que te hacen el fin de semana. Por Federica Gimeno para MALEVA.

Buenos Aires, como toda ciudad cosmopolita, en el último mes del año vibra entre el caos y la expansión. Vivida, deslumbrante y reluciente —también calurosa—, se vuelve el terreno ideal de placer y cotilleo para los porteños.
Esta propuesta recorre 48 horas, de viernes a sábado, como una guía gastronómica para descubrir las últimas aperturas de la ciudad. Una lista ecléctica, atravesada por cuatro claves que la cohesionan: la historia, lo porteño, los manjares y el buen producto.
El camino se traza así: desde el pasaje por un café emblemático porteño renovado en San Telmo, hasta una cafetería elegantemente contemporánea en una mítica esquina de Alvear; de una parrilla argentina fresca para cerrar en una suerte de bar de paso que remite a los años ochenta.
Aquí, junto a MALEVA, conversamos con sus dueños y les mostramos en exclusiva cuatro aperturas que se pueden visitar en un solo fin de semana.
1) Parrilla Maravilla (Viernes a la noche) / Godoy Cruz 1740

Parrilla Maravilla es la nueva apuesta del grupo Lardo —junto a Julito—, las mentes creativas detrás de un universo gastronómico en el que conviven proyectos ya célebres y familiares como Lardito, LpV, Lardo y Rosemary. Nace como una respuesta colectiva que se construye desde años de experiencia, oficio y la voluntad de hacer lo clásico contemporáneo, sin perder lo esencial y lo álmico.
“Maravilla nace con una idea muy concreta: ser un restaurante clásico sin nostalgia. Recuperar los platos, los sabores y los rituales de la gastronomía que nos vio crecer como niños de los 90, pero pensados desde el presente, sin solemnidad ni apego a fórmulas del pasado”, reflexiona Facundo Torres Obrador, uno de sus dueños.
La identidad de Maravilla amalgama tradición y actualidad, y se apoya en tres pilares esenciales alrededor de los cuales orbita la propuesta: producto, parrilla y técnica. Con algunos caprichos lúdicos, no se dejan encasillar y juegan con una búsqueda más contemporánea en sus entradas, sin quitar el sello cohesivo del legado de Lardo y siendo un poco rebeldes —en el mejor sentido posible— frente a los límites de la parrilla tradicional.
«La identidad de Maravilla amalgama tradición y actualidad, y se apoya en tres pilares esenciales alrededor de los cuales orbita la propuesta: producto, parrilla y técnica»
En tiempos de reivindicación de los clásicos de la gastronomía porteña, en su carta conviven armoniosamente carnes, pastas, pescados, ensaladas y entradas que respetan la nobleza de lo tradicional con un giro de profundidad. Facundo añade: “La narrativa de la carta se construye en el equilibrio entre lo reconocible y lo inesperado”. Hay platos que remiten a sabores de siempre y otros que se animan a una vuelta más gastronómica, especialmente en las entradas, donde aparecen técnicas y combinaciones que corren un poco los límites de la parrilla tradicional.
El vino, siempre como centro gravitacional en sus proyectos, ocupa un rol fundamental. Con el mismo mecanismo de siempre, el comensal se levanta y selecciona su vino directamente de las heladeras, guiado por un sommelier. En línea con la narrativa general del restaurante, conviven etiquetas y bodegas clásicas como Nieto Senetiner y Escorihuela Gascón junto a productores modernos y frescos como Paula Michelini y Pancho Bugallo.
El espacio de Palermo cuenta con un fuerte bagaje arquitectónico e historia icónica, siendo en su pasado el estudio del arquitecto Alejandro Sticotti. La estética “acompaña la idea contradictoria de restaurante clásico y moderno”, cuenta Facundo. Los detalles de la parrilla inducen a una inmersión sensorial: desde sus manteles, sillas Thonet, lámparas Noguchi colgantes del techo hasta sus revestimientos tornasolados
A su vez, el jardín y el patio funcionan como una pieza identitaria: bananeros y vegetación generan una escena “selvática que contrasta con lo urbano y suma una dimensión más relajada y orgánica a la experiencia” comenta Torres, provocando un pulso vivido y una sensación de dinamismo. Fiel a su estilo, Maravilla no propone una noche de ocasión inédita, sino un lugar ameno que invita a la reiteración de visitas, sobremesas largas, buen vino, música ecléctica y a sentirse acogido, como en casa.
2) Presencia Gran Café (Sábado a la mañana/mediodía) / Montevideo 1789

En una esquina icónica de Recoleta —la intersección entre Av. Alvear y Montevideo— los hermanos Houweling, Niels, Bente y Stan, sumaron en la planta baja el café de Presencia. La inquietud inicial se inspiró en una premisa clara: revalorizar esa esquina tan amada del barrio y convertirla en el “living de Recoleta” para sus vecinos.
Bente reflexiona, a tres meses de su apertura: “Apenas cumplimos tres meses y la respuesta fue inmediata, como un abrazo de abuela. Hoy muchos clientes ya son familia, se volvieron habitués y pasó a formar parte de la rutina diaria del barrio. Ese vínculo —íntimo, cotidiano y orgullosamente recoletano— es el corazón de por qué empezó todo”.
El ADN del café recibió el influjo creativo de los cafés europeos —haciendo honor a las raíces de sus dueños—, donde la conceptualización giró en torno a construir una narrativa de “un punto de encuentro elegante pero cercano, donde la calidad se percibe sin necesidad de explicarla. Buscamos construir una identidad atemporal, con una estética cuidada y una propuesta simple en la forma, pero muy precisa en la ejecución” comenta Bente.
«El ADN del café recibió el influjo creativo de los cafés europeos —haciendo honor a las raíces de sus dueños—, donde la conceptualización giró en torno a construir una narrativa de “un punto de encuentro elegante pero cercano”»
La carta tiene una directriz clara, afirma su dueña: que lo cotidiano sea extraordinario. En diálogo con el espíritu del Restaurant de Presencia, los pilares son el producto noble, la técnica criteriosa y una selección reducida que aspira a la excelencia. Tanto en el ambiente como en sus platos, mantienen un lenguaje de armonía, prolijidad, claridad, equilibrio y curaduría.
Entre los destacados más novedosos de la carta se encuentran la ensalada Green Goddess y los huevos benedictinos Presencia, que suman un detalle distintivo con la inclusión de Black River Caviar Imperial.
A su vez, el Gran Café apuesta por una renovada carta de tapas, con propuestas como paté de foie con chutney de pera, ensalada de tomates con stracciatella y chips de tubérculos con mayonesa trufada.
La experiencia se completa con cócteles frescos y aromáticos, como el fin tonic de mandarina y romero o el Lychee Martini.
En exclusiva con MALEVA, nos adelantan que la semana que viene lanzan su menú de verano, con la cocina a cargo de Rodrigo Da Costa y la pastelería curada por Aldana Perrotta.
El espacio se destaca por su distinguida estética, aportando una brisa de modernidad a Recoleta, pero conservando su etiqueta idiosincrásica de elegancia, calidez y carácter. Con una atmósfera luminosa y sofisticada, techos altos y dimensiones vastas, llama la atención de cualquiera que camine por allí para disfrutar la propuesta All Day de Presencia.
Un lugar que, si bien convoca al cowork, tiene una política de no uso de computadoras y es estricto en mantener el espíritu del espacio: un refugio que invite a la pausa y a la conciencia del momento. Como testimonio de vecina, el hito que logró Presencia Gran Café es ensamblarse naturalmente en un barrio donde no abundan las propuestas gastronómicas novedosas, y no ser un mero café trendy, sino integrarse en la rutina de los vecinos y crear un vínculo auténtico, cotidiano, duradero y atemporal con el barrio.
“Ser parte real de Recoleta, todos los días”, concluye Bente.
3) Café Rivas (Sábado a la noche) / Estados Unidos 302

En el corazón de San Telmo, en una esquina emblemática, volvió a latir con un pulso de reinvención Café Rivas, Bar Notable. Fundado en 1967 —antes conocido como Los Amigos y Los Loros— nació en el límite del trazado original de la ciudad de Buenos Aires, formando parte del patrimonio cultural porteño y consolidándose como un epicentro de actividad artística, musical, política y cultural.
Su nueva gestión, a cargo de un grupo de amigos, materializó la idea de devolverle la vida a un bar porteño. Tras dos años de búsqueda, la buena fortuna llegó y encontraron que Café Rivas estaba en alquiler. Allí comenzó el desafío de reivindicar la tradición del bodegón y el copetín porteño, con una propuesta que busca recuperar la sofisticación que, hace 60 años, caracterizaba al centro de la ciudad.
La inspiración surge de la iconicidad del espacio en sí mismo, que tras diluirse y transfigurarse bajo diferentes gestiones, encontró en esta nueva etapa la intención de ensalzar su espíritu y elegancia original. “La idea fue quitar esas capas de barniz —literalmente— para reencontrarnos con su esencia y traerlo de vuelta en una versión más limpia, a la altura de su valor histórico”, comenta Diego.
En cuanto a su propuesta gastronómica, con la asesoría de Daniela Butvilofsky —más conocida como Buby—, Diego la define como una cocina de carácter “profundamente argentino: clásicos porteños reinterpretados con sutileza y clase, siempre dejando espacio para la sorpresa”. A su vez, añade que, aun siendo clásica, incorpora algunos gestos contemporáneos que no buscan reinventar la rueda.
«La inspiración surge de la iconicidad del espacio en sí mismo, que tras diluirse y transfigurarse bajo diferentes gestiones, encontró en esta nueva etapa la intención de ensalzar su espíritu y elegancia original»
Con platos atemporales enraizados en nuestra historia gastronómica, ofrecen opciones como la milanesa clásica —que enfatizan, tras una coma, argentina—, revuelto gramajo, empanada de carne con yasgua, entraña con pimienta verde y ojo de bife. A su vez, apelan a la memoria con un postre vigilante de lúdica presentación —que dialoga en composé con el tapizado del sillón— o su Don Pedro con garapiñadas de nuez.
Detalles como la manteca servida dentro de una almeja de plata evocan un bistrot de París, o más bien lo que alguna vez fue Buenos Aires en pleno auge de influencia estética europea. En cuanto a la ambientación, es un verdadero viaje en el tiempo: conservaron la carpintería original, los sillones y el entrepiso, pero se encargaron de cohesionar la estética y ordenar los elementos. Retapizados nuevos, barnices, espejos, lámparas de diseño de los años 60 y un telón aterciopelado que enmarca los baños.
El resultado es una escena casi cinematográfica: Julio Iglesias de fondo, un Old Fashioned en la mano, papas fritas refinadas, sobremesas relajadas y eternas, y la sensación de olvidarse —aunque sea por un rato— de los tiempos posmodernos en los que vivimos.
4) El Bocadito (Domingo a la noche) / Murillo 1116

Este fin de año, El Bocadito se posicionó como una de las aperturas más interesantes del barrio de Villa Crespo, con Wilson Rodríguez —mente maestra detrás de las ya célebres pizzas del barrio: Cancha— y su socia al frente del proyecto.
El proyecto nació a inicios de 2025, cuando dieron con una casona abandonada hacía dos años que anteriormente había sido el hábitat de un autoservicio chino. Allí comenzó un camino de siete meses de trabajo para convertirla en lo que hoy es el local: un ventanal con tipografía ochentosa y porteña que anuncia “El Bocadito, Bar-Restaurant”, paredes donde se deja entrever el ladrillo, mesas coloradas como si fuesen de una pulpería de pueblo y un horno de leña a la vista que aporta calidez al espacio.
«El proyecto nació a inicios de 2025, cuando dieron con una casona abandonada hacía dos años que anteriormente había sido el hábitat de un autoservicio chino. Allí comenzó un camino de siete meses de trabajo para convertirla en lo que hoy es el local»
Wilson cuenta en exclusiva a MALEVA: “La inspiración inicial siempre fue hacer comida rica, con una identidad argentina, simple, sin ser pretenciosos”. Utilizando productos de distintas regiones del país, añade que el mensaje implícito es mostrar la diversidad y la calidad que hoy están presentes en Argentina.
La carta, en papel —como no podía ser de otra forma—, cuenta con una sección de pequeñas raciones, o más bien “bocaditos”, en alusión a su título, que transportan a distintos escenarios nacionales: salame de Traslasierra; anchoas de Mar del Plata; aceitunas al horno de leña marinadas en aceite de oliva producido en Río Negro; nduja de Córdoba con higos blancos. A esto se suma una serie de pizza de estilo porteño, pero con combinaciones pujantes, como la de anchoas con ensalada a un lado, o la de bechamel, espinaca y ricota.
También cuentan con una pequeña selección de principales clásicos, como su ojo de bife con chimichurri, y guarniciones como la papa rejilla a caballo, que hacen un guiño al pasado. ¿Postres? En la misma línea de pensamiento: nada más clásico que unas frutillas con crema —pero aquí hechas en el horno de leña— y el infaltable vigilante, donde utilizan dulce de boniato casero y queso cuartirolo de Brandsen, dándole a lo sencillo el giro del buen producto.
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Las fotos son todas gentileza para prensa de los lugares mencionados.