Llevo de novia casi tres años. Se me viene encima el aniversario y teniendo veintitrés, un poquito el ahogo te pega. Las historias de “¡Ey amigas! El pibe de ayer me invitó a salir” o “Eu, no te conté de la chica que me besé el viernes”, te empiezan a sacudir más de lo normal.
Las infinitas posibilidades que puede llegar a haber en un bar, un encuentro casual, las historias de amor que pasás de largo en cada sueño despierta, te acechan. Revivís la adrenalina de acercarte a hablarle a esa persona que te atrae, que directamente le sentís la energía de lejos y hay chispas; que capaz te acercás, la conversación te vuela la cabeza y con este sujeto que hasta dos segundos era un NN vivís el romance más divertido de tu vida.
Soy de soñar despierta. Puedo inventar diálogos enteros, hacer un casting, repetir cada toma hasta que sale bien y así vivir unas ocho vidas alternativas. Pero no va al caso. El caso es que, replanteándome qué hago en una relación, fantaseando alguna aventura con un transeúnte que daba para la historia, entro en un conocido y engañoso: ¿Qué buscamos en el otro?
«Las infinitas posibilidades que puede llegar a haber en un bar, un encuentro casual, las historias de amor que pasás de largo en cada sueño despierta, te acechan. Revivís la adrenalina de acercarte a hablarle a esa persona que te atrae, que directamente le sentís la energía de lejos y hay chispas; que capaz te acercás, la conversación te vuela la cabeza y con este sujeto que hasta dos segundos era un NN vivís el romance más divertido de tu vida.»
Pienso en mi prima, por ejemplo. Una clara enamorada del amor. Un ejemplo de que el fin justifica los medios, y que con tal de sentir mariposas en la panza, podemos darnos el gusto de no ser exquisitos e inferirle al otro todo lo que queremos que sea. No, no funciona a largo plazo. Pero les juro que esos rulos no paran de vibrar con los millones de aleteos que apresa en su cuerpo.
Me adentro un poco más y llego a los conceptos que nos metió Hollywood, Disney, las convenciones sociales y otras mentiras. Como crecimos con un príncipe que tiene que sorprenderte constantemente, mimarte, cocinarte, pagar, ser comprensivo, básicamente contar con telepatía y lidiar al mismo tiempo con sus problemas. No me malinterpreten, no estaría siendo mi concepción del amor. No hay ningún maravilloso mundo de Narnia que pase la barrera de madurar y aprender que las relaciones son un poco más complejas que eso. Pero, te dejan un poco haragana. Está ese inconsciente colectivo de quiero estar con el otro pero sin el esfuerzo. Que fluya.
Concluyo que el desconocido siempre va a intrigar. Cómo no. Hay misterio. Adrenalina. Todavía no sabés si le gusta charlar a la mañana, si para lavarse los dientes se agacha para hacer buches hasta la canilla (lo cual me parece ridículo, sin ofender gente, aprendan a lavarse los dientes bien) o si pone música aleatoriamente porque le gusta bailar. Todo se está por descubrir.
Pero es fugaz. Las ideas que más suelen flotar en torno al amor son pasionales, intensas, exigentes y totalmente irreales. Siendo honesta, no creo que podría devolver ni la mitad de lo que pido a mi transeúnte imaginario si se extiende más de una semana.
«Entonces lo repienso. Llevo de novia casi tres años, y tengo un cómplice que no necesita mucho para saber en cuál estoy. Que conoce mis muecas y tiene una peca preferida (por si hay algún chusma que le interese, una peca de la que hasta yo estoy un poco orgullosa en la pera). No me da esa adrenalina del día uno, pero pensándolo bien, no sé si la quiero.»
Entonces lo repienso. Llevo de novia casi tres años, y tengo un cómplice que no necesita mucho para saber en cuál estoy. Que conoce mis muecas y tiene una peca preferida (por si hay algún chusma que le interese, una peca de la que hasta yo estoy un poco orgullosa en la pera). No me da esa adrenalina del día uno, pero pensándolo bien, no sé si la quiero. Me quedo con mis fantasías en la que la protagonista, yo, ni siquiera es tan parecida a la realidad y puede fugarse a Hanoi, Vietnam, con un desconocido australiano que se topó en la calle (pobre tipo imaginario, no le doy respiro en esta nota).
Pensándolo aún mejor, me quedo con que hoy llegué a casa y el chanta este que tiene una copia de mis llaves, tirado en el sillón, me miró de reojo y me dijo “che amor, ¿Si el año que viene nos vamos a algún lado? Tengo muchas muchas ganas de viajar con vos”. Porque, sorprendentemente, escucho “el año que viene” y me da cosquillas, escucho “Japón” y tengo toda la adrenalina que necesito; y escucho ese “che, amor” que alguna vez nos costó muchísimo decir, y me derrito.
Ilustración: