Entre sabores, paisajes y conversaciones, el festival gastronómico más importante de la Patagonia revela algo más que buena comida: una red viva que une a cocineros, productores y visitantes. Las historias detrás de cada plato que recorren cientos de kilómetros.
La feria se realizó en pleno Centro Cívico de Bariloche.
«Cuando creía que Bariloche no se podía poner más linda, aterricé en Bariloche a la Carta y su multiverso de sabores (entre tulipanes, estepa y lagos azules)». Por Clara Cattarossi para MALEVA desde Bariloche.
Apenas bajé del avión, el aire frío y limpio de la Patagonia me despertó de golpe, después de un vuelo que salió a las 6:30 de la mañana. Bariloche me recibía con ese perfume inconfundible a lago y a madera húmeda, y con una promesa que todavía no sabía cuál era. Cuando pensaba que Bariloche no se podía poner más linda, aterricé en Bariloche a la Carta – el evento gastronómico más importante de la región patagónica organizado por la Asociación Empresaria Hotelera Gastronómica de Bariloche -, y me demostró que puede volverse aún más bella: el aire se inunda de buenas energías, sentimiento de comunidad y – quizás lo más obvio -, de aromas exquisitos que anuncian lo mejor de nuestra producción regional.
La brisa fresca del Nahuel Huapi y las flores blancas de los perales de jardín fueron el escenario perfecto para el espectáculo culinario que propone BALC – que se realiza cada segunda semana de octubre desde hace doce años -, donde gente de todo el país se reúne para celebrar la gastronomía regional. Lo que empezó como una feria con apenas tres o cuatro productores, hoy convoca a más de ciento veinte, que llegan desde distintos puntos de la provincia y del país.
En esta exaltación de lo culinario y la puesta en valor del amor por lo patagónico, BALC invita a sumergirse en un verdadero multiverso de sabores: pop-ups cada noche, catas gratuitas y descuentos en más de ochenta restaurantes de la ciudad. Inevitablemente, al recibir más de cincuenta mil visitantes anuales para disfrutar de estas actividades, se genera una comunidad, un conjunto de personas que vienen por un mismo motivo.
«Las cervezas compartidas en Cervecería Patagonia, los debates sobre si comer o no conejo en Fuegos de Patagonia bajo la luz de la luna reflejada en el Huapi, admirar las cuevas de Valle Encantado al son de un saxofón (¡pensé que estaba delirando cuando desde la estepa empecé a escuchar jazz!) mientras degustábamos tragos de Hidramiel seca (y sí, todos planazos con los que uno sólo podría soñar), inadvertidamente fueron un puente que nos acercaba…»
Esta idea de comunidad se me hizo evidente en la primera noche: el equipo de BALC y de la Asociación Empresaria Hotelera Gastronómica de Bariloche nos recibió en el Club Hotel Catedral a la fampress (la familia de prensa) con una cena espectacular, donde armaron “una estación con dos cocineros por cada región de Río Negro: la zona del mar, del Atlántico; el valle, que es muy fértil; la estepa, que tiene una profundidad y una distancia increíbles; y la cordillera”, según contó Lucio Bellora, director general de BALC, a MALEVA. Todo estaba muy curado, casi como si fuera una galería de arte, pero en formato gastronómico.
En pocos metros cuadrados, viajábamos por toda la provincia a través de los bocados de cada estación, lo que daba lugar a conversación: “¿Qué te gustó más?” o “¿Cuál plato debería probar ahora?” fueron algunas preguntas disparadoras que dieron inicio a lo que sería una nueva comunidad de la 12ª edición de BALC, una comunidad que se sostuvo hasta el final.
Con los días, el sentimiento comunitario crecía cada vez más, descubríamos nuevos puntos en común (¡hasta algunos se dieron cuenta de que eran vecinos!). Las cervezas compartidas en Cervecería Patagonia, los debates sobre si comer o no conejo en Fuegos de Patagonia bajo la luz de la luna reflejada en el Huapi, admirar las cuevas de Valle Encantado al son de un saxofón (¡pensé que estaba delirando cuando desde la estepa empecé a escuchar jazz!) mientras degustábamos tragos de Hidramiel seca (y sí, todos planazos con los que uno sólo podría soñar), inadvertidamente fueron un puente que nos acercaba. Esa tarde, volviendo al hotel en la transfer que simulaba ser la de un viaje de egresados, todavía me quedaba el gusto de los increíbles tragos de los bartenders Ramiro Ferreri y Maru Ávila en la boca, y la sensación de haber sido parte de algo más grande que un festival.
“La fortaleza del evento no es mostrar la creatividad o el arte de los cocineros, ni siquiera nuestra identidad, sino esas conexiones – esas microconexiones – que se generan cuando un cocinero conoce al productor del aceite de oliva con el que cocina, o al que cultiva hongos de ciprés – confesó Martín Lago, presidente de la Asociación Hotelera Gastronómica Bariloche, a MALEVA…»
Hay lazos invisibles que culminan en un plato, en un resultado final, en una “foto”, pero detrás hay toda una historia: “La fortaleza del evento no es mostrar la creatividad o el arte de los cocineros, ni siquiera nuestra identidad, sino esas conexiones – esas microconexiones – que se generan cuando un cocinero conoce al productor del aceite de oliva con el que cocina, o al que cultiva hongos de ciprés – confesó Martín Lago, presidente de la Asociación Hotelera Gastronómica Bariloche, a MALEVA –. De ahí surgen vínculos y oportunidades reales. Algunos pequeños productores venden toda su producción en los tres días de la feria, y hay gente que espera todo el año para comprarles. Todos ganan, todos se benefician. Detrás de la feria hay más de 1.500 personas trabajando, directa o indirectamente”.
El medio es la gastronomía, pero el fin es la comunidad, porque así es como se vivió entre la prensa, los organizadores, los cocineros, los productores, los visitantes… Es que la misma historia del verbo «comer» sugiere que debe hacerse en compañía: dicen que esta palabra viene del latín comedere: com- (con) y edere (comer). Según Sebastián de Covarrubias Orozco, un lexicógrafo del siglo XVII, ese prefijo com – está ahí para recordarnos algo simple pero esencial: no deberíamos comer solos.
«El medio es la gastronomía, pero el fin es la comunidad, porque así es como se vivió entre la prensa, los organizadores, los cocineros, los productores, los visitantes… Es que la misma historia del verbo «comer» sugiere que debe hacerse en compañía: dicen que esta palabra viene del latín comedere: com- (con) y edere (comer)…»
Desde el avión de vuelta, mientras el Nahuel Huapi se hacía cada vez más chiquito, entendí que en BALC (además de comer como los dioses) se predicaba eso: que en la comida hay comunión, una que trasciende a la comida misma y que se vuelven vínculos incluso cuando cada uno vuelve a su hogar. Es, en palabras de Lago, “el resultado de una red viva, una comunidad en acción”.
Galería:
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Fotos: son todas gentileza de la organización de Bariloche a la Carta.