«Nunca se es suficientemente maduro cuando de nieve se trata»
“La bomba ciclónica”, “ciclogénesis explosiva”, “la tormenta Grayson”. Así la llamaron en los medios. “Una caída de presión atmosférica abrupta”, explicaron. ¿Pero qué supuso eso para aquellos pobres –entre los que me incluyo- que enfrentaron el histórico temporal que atacó Nueva York la semana pasada? Con una temperatura que rozaba los -10 grados, un par de medias largas bajo el jean, tres sweaters, una campera, gorro, guantes y mis tan amados (y salva vidas) Dr Martens, puedo decir con orgullo que fui una de aquellos valientes que salieron a la calle.
Es verdad, no lo niego, la temperatura no es tan baja cuando nieva sino los días después pero con vientos a 20km por hora los números ya no significan nada. “¿Por qué saliste?”, me preguntaron tanto. Fácil: porque estaba en Nueva York. Así, sin más. Un paso fuera del departamento de mi amiga en el límite entre Ridgewood y Bushwick –o entre Queens y Brooklyn- bastó para estar cubierta en nieve de pies a cabeza. Y así, con un comienzo tan esperanzador, partimos con mi compañera de viaje australiana (una fanática de la nieve, como toda buena aussie, harta del calor constante de su país) en una expedición por Bushwick.
«Con una temperatura que rozaba los -10 grados, un par de medias largas bajo el jean, tres sweaters, una campera, gorro, guantes y mis tan amados (y salva vidas) Dr Martens, puedo decir con orgullo que fui una de que aquellos valientes que salieron a la calle.»
Los pies se sumergían en la nieve hasta casi no verlos, el viento imprimía cada copo de nieve en la única parte de mi cara que estaba descubierta y el frío helaba las manos. Tras correr por la nieve y tirar algunas bolas (porque nunca se es suficientemente maduro cuando de nieve se trata), no sólo estábamos frías sino también empapadas. Fue entonces cuando descubrí la mejor manera de usar mis guantes: sacar los dedos de su correspondiente lugar y hacer un puño en el centro, para mantener el calor. Cada unas tantas cuadras, no podía contener la necesidad de sacar una foto, lo que implicaba tener que exponer mi mano a ese frío polar. Qué dedicación por Instagram, ¿no? No voy a mentir, más de una vez pensé que iba a perder una extremidad.
«A eso de las dos, nos dio hambre. Era hora de salir otra vez. La nieve entraba cada vez que abría la puerta y me acompañaba, impregnada en mis zapatos, a cada lugar donde iba. Elegimos Little Skips (941 Willoughby Ave, Brooklyn) para almorzar. Un imperdible no fácil de encontrar. Escondido en una calle cortada, admito que le pasamos muy cerca varias veces. Cuando por fin entramos, chocamos los cinco: ningún logro es menor en semejante tormenta.»
Cuando ya no podíamos más, encontramos el primer punto en nuestro improvisado tour por este barrio industrial. Molasses Books (770 Hart St, Brooklyn), a primera vista una simple librería, es un cálido refugio para los locales. Un cuarto chico, un café más que normal a solo dos dólares y libros usados pueden no sonar tan bien pero el ambiente lo vale. Un tocadiscos con solo buena música, un chico con el ultimate outfit hipster y la simpática clientela dan a esta simple librería ese aire neoyorquino que me encanta. Agarré una copia destartalada de “Beat down to your soul: what was the Beat Generation” de Ann Charters (la generación Beat, una de mis muchas obsesiones) y me senté junto al radiador. Al lado de la puerta, Kosi, que va casi todos los días, estaba dibujando, como de costumbre. Me preguntó si me podía sacar una foto con el libro, quería hacer un boceto de mi. Accedí, obvio.
A eso de las dos, nos dio hambre. Era hora de salir otra vez. Nieve entraba cada vez que abría la puerta y me acompañaba, impregnada en mis zapatos, a cada lugar donde iba. Elegimos Little Skips (941 Willoughby Ave, Brooklyn) para almorzar. Un imperdible no fácil de encontrar. Escondido en una calle cortada, admito que le pasamos muy cerca varias veces. Cuando por fin entramos, chocamos los cinco: ningún logro es menor en semejante tormenta. El combo del día, a solo siete dólares, estaba perfectamente diseñado: sopa de tomate con medio grilled cheese sándwich. Alrededor, todos con sus computadoras trabajaban en su spot preferido. Y claro, cuando se declara estado de emergencia solo pocos tienen que ir a la oficina.
“¿Por qué saliste?”, me preguntaron tanto. Fácil: porque estaba en Nueva York. Así, sin más. Un paso fuera del departamento de mi amiga en el límite entre Ridgewood y Bushwick –o entre Queens y Brooklyn- bastó para estar cubierta en nieve de pies a cabeza.»
El frío no nos dejó hacer mucho más. Con una breve parada en Northern Light Records (21 Lawton Street, Brooklyn) (una tienda de vinilos usados muy cool especializada en Soul, R&B, Jazz, Disco, Rock, Reggae, Latin y Hip Hop) para recalentar motores, la cita era ver una película en Syndicated Bar Theater Kitchen (40 Bogart Street, Brooklyn), un restaurante-bar-cine enfrente de Roberta´s (EL lugar para comer pizza por ahí). En una sala de cine repensada, y siguiendo los pasos del emblemático Nite Hawk en Williamsburg, este tipo de cines cada vez más de moda en NYC merecen una nota aparte.
«Sin hablar y haciendo malabares para caminar entre montañas de nieves, autos casi congelados y hielo derretido (gracias a la cantidad de sal que algunos vecinos tiraron ese día) llegamos a casa.»
Ahora, lo peor. La vuelta a casa. Ya sin nieve, el viento nos seguía azotando sin perdón. Ah, ahora sí lo peor: el departamento queda a quince minutos de la estación de metro. Sin hablar y haciendo malabares para caminar entre montañas de nieves, autos casi congelados y hielo derretido (gracias a la cantidad de sal que algunos vecinos tiraron ese día) llegamos a casa. ¿Nada que una ducha caliente no puede mejorar no? En esta ocasión, no se sí pudo ayudar mucho.