¿Cómo reducir al mínimo la parte "menos buena" de los días?

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Ser feliz a toda hora, día a día, es una fábula, pero sí se puede ser felíz y estar en paz la mayor parte del tiempo, aún en los días menos buenos

 
Hago un esfuerzo consciente para que cada día de mi vida sea lo más feliz posible. Estoy atenta lo que para mí son las cosas más importantes: un abrazo sincero, una sonrisa con ganas, aprender algo nuevo, terminar algo empezado, cuidar de mí y de los demás. Cuando valorizo lo que está primero en mi escala de prioridades, siento que todo vale la pena.
Y como eso de «vivieron felices para siempre» existe sólo en los cuentos, por supuesto que hay algunos días  -trato de que sean pocos – menos alegres. Son aquellos en que las circunstancias me llevan a ocupar el tiempo en cosas –para mí– no tan valiosas. A veces son asuntos importantes, claro, pero me cuesta más generar bienestar a partir de ellos. Confieso que cargo un pasado de malhumor prácticamente patológico, y algunas veces ese antecedente oscuro pugna por hacerse presente donde no lo llaman. En esos días menos buenos, mientras sigo adelante con lo cotidiano me pregunto: ¿cómo hago para revertir esta sensación?

«Así, cuando las cosas vienen difíciles, es probable que mi malhumor no sobreviva a la sonrisa del otro, como si fuese un humo espeso que se disipa con un soplo de brisa fresca. Y descubro algo interesante: así como la presencia de otra persona me puede rescatar, también mi presencia puede ser el aire fresco en el día complicado de un amigo o un alumno…»

En mi profesión, buena parte del tiempo se invierte en estar con otras personas, aprendiendo, enseñando, compartiendo. Este intercambio se da en un contexto amistoso, donde las necesidades ajenas son tan valiosas como las propias. Así, cuando las cosas vienen difíciles, es probable que mi malhumor no sobreviva a la sonrisa del otro, como si fuese un humo espeso que se disipa con un soplo de brisa fresca. Y descubro algo interesante: así como la presencia de otra persona me puede rescatar, también mi presencia puede ser el aire fresco en el día complicado de un amigo o un alumno.
Así, a lo largo del tiempo (años, diría) dedicada a esta auto observación, llegué a entender que no es necesario que todo un día sea poco interesante. Trato de reducir lo menos bueno a unas pocas horas. Y después, me entrego con gusto a la tarea de reencontrarme con el placer, ya sea de la mano de alguien o a través de un esfuerzo personal extra para disipar mis propios nubarrones.
Hago un esfuerzo consciente para que cada día de mi vida sea lo más feliz posible. Estoy atenta lo que para mí son las cosas más importantes: un abrazo sincero, una sonrisa con ganas, aprender algo nuevo, terminar algo empezado, cuidar de mí y de los demás. Cuando valorizo lo que está primero en mi escala de prioridades, siento que todo vale la pena.