Al llegar a Barcelona hice lo que hago cada vez que llego a una ciudad nueva: un mapa y un calendario de todas las inauguraciones en museos, fundaciones y galerías de las próximas dos semanas junto con la planificación del recorrido más eficiente. No voy a dar muchos detalles de las muestras que estaban en ese momento, solo acotar que mi corazón se hundió un poquito en la decepción.
No tanto por las muestras en sí sino por el aire que se respiraba en el ambiente: me topé con un escenario artístico un tanto abatido y desmotivado, con la desazón de un mundo desnutrido, me topé con lo que me parecieron las cenizas de lo que fue alguna vez una ciudad con carácter y luz.
«En Barcelona me topé con un escenario artístico un tanto abatido. Pero en la muestra del fotógrado Sebastiao Salgado mi corazón dio un vuelco, fue como si de repente alguien me hubiese abierto una ventana y entrara en mi alma un cachetazo de oxígeno que cortó con la densidad del aire catalán.»
Por suerte, en mi recorrido, estaba – obvia e inevitablemente – el MACBA donde me encontré con la muestra de Carol Rama y de Art & Language que lograron que mi cabeza corriera a darle un “memo” a mi corazón de que “va a estar todo bien.”
Reconozco que después de vivir en Londres uno espera que todo sea color rosa, pero el blanco, el negro y los grises en la fotografía de Sebastiao Salgado que pasó de estar en el Natural History Museum en Londres al espacio CaixaForum en Barcelona es simplemente eminente.
«Hoy puedo decir que fui a la muestra tres veces, se preguntarán por qué y aunque me da un poco de vergüenza contarles, acá va: es mi truco de seducción.»
Para serles franca, cuando salía del Victoria & Albert Museum camino a la Serpentine Gallery y a la Sackler Gallery en Kensington Gardens, veía las pancartas de la muestra de Salgado y miraba de reojo: me imaginaba Workers & Migrations y no tenía ganas de sucumbir ante la estética perfecta y el contenido tortuoso de su fotografía. ¿Cómo iba a salir yo de esa muestra y caminar con paso campante a Hyde Park?
Pero Salgado insistió y se coló en mi recorrido, así que fui. Fui y mi corazón dio un vuelco, fue como si de repente alguien me hubiese abierto una ventana y entrara en mi alma un cachetazo de oxígeno que cortó con la densidad del aire catalán. Me enamoré, me enamoré completamente; la paz, la tranquilidad, el equilibrio, la sutileza de cada toma y la serenidad de la composición me dejaron atónita. Me sentí disminuida ante la grandeza de lo que existía ahí, en ese salón de CaixaForum en plena Barcelona un martes a las tres de la tarde. Poesía pura.
Hoy puedo decir que fui tres veces, se preguntarán por qué y aunque me da un poco de vergüenza contarles, acá va: es mi truco de seducción. Salí un par de veces con un chico, no tan chico en realidad, pero me siento algo incómoda diciendo “con un hombre” y “con un pibe” queda mal en MALEVA y y en la boca de una dama como yo. La cuestión es que en una de esas idas y venidas de mensajes por Whatsapp y siguiendo las reglas del juego, me tocaba a mí proponer una salida, a lo que le sugerí ir a la muestra.
«Me trajo en moto hasta mi casa, tuvimos el clásico momento incómodo que no sabés si da para un beso o no así que nos dimos dos besos a la española y esa fue nuestra despedida. Al día siguiente le mandé un texto de Whatsapp larguísimo, de esos que recomiendo fervientemente nunca enviar si querés que te inviten a salir de nuevo.»
Cabe aclarar que me dejó colgada y un par de días más tarde me invitó al cine con su flatmate a ver La Sal de la Tierra, dije que sí, porque sabía que era el documental de Salgado y que lo iba a poder incluir en mi repertorio de herramientas para seducir. Dicho y hecho, salimos del cine hablando hasta por los codos sobre la película, comenté sobre la muestra y terminamos hablando de la pureza de la fotografía, campo en el cual me siento sumamente cómoda como algún que otro atento leyó en mi biografía aquí en el costado derecho de la pantalla.
Me trajo en moto hasta mi casa, tuvimos el clásico momento incómodo que no sabés si da para un beso o no así que nos dimos dos besos a la española y esa fue nuestra despedida. Al día siguiente le mandé un texto de Whatsapp larguísimo, de esos que recomiendo fervientemente nunca enviar si querés que te inviten a salir de nuevo, era un análisis sobre el paralelismo entre la hacienda de Salgado en Brasil, su carrera como fotógrafo y el rol catalizador de su esposa (y curadora de la exposición) en el asunto. El mensaje terminaba así: “Detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer.” A lo que él me contestó que sí, que tal cual, que tenía razón, pero que para él “Todo gran hombre tiene A SU LADO, una gran mujer.” La llamé a mi madre totalmente anonadada por lo que acababa de recibir. Y le dije: “Listo mamá, yo me caso.”
¡Pero no me casé! Conocí a otro chico (continuará…)
Algunas fotos que me estremecieron de la muestra de Sebastiao Salgado: