Tengo pasaporte español, DNI español, mi bisabuelo, Alejandro, era de Lugo, gallego hasta la médula, mi madre dice que él entraba en un estado de ensoñación y decía: “…cuando vivíamos en España…”
(…)
Me nace cierta nostalgia y me pongo a soñar despierta con él. Hoy vivo aquí, en su añorada y ensoñada España, más concretamente en Barcelona y desde esta punta de la península empiezo a soñar una España extraña, ardiente, avasallante, tan inexistente como el inconsciente de un muerto; sueño las ruinas de lo que alguna vez fue una consciencia noble y eminente. Pero es que yo no me siento española. Caminando por Corbera de Llobregat entendí, por fin, por qué elegí Barcelona y por qué, Barcelona, Catalunya, no es España. Porque simplemente no lo es. Creo, y que el abuelo Ale me perdone, que me siento más catalana.
«Suelo reírme cuando la gente me pregunta de dónde soy porque muy pocas veces aciertan (en especial cuando vivía en Londres) mi respuesta es siempre la misma: soy un cocktail. Un poquito de Odessa por aquí, un poquito de Viena por allá, una pizca de Lugo y de Génova, sacudir con judaísmo, catolicismo, protestantismo y decorar con Buenos Aires.»
Siempre me gustó hurgar en el pasado, soy el tipo de persona que se sienta una tarde entera con su abuela a desempolvar cajas con daguerrotipos y escuchar historias de traición, decepción, muerte, amor, desamor, vacaciones y cumpleaños. Suelo reírme cuando la gente me pregunta de dónde soy porque muy pocas veces aciertan (en especial cuando vivía en Londres) mi respuesta es siempre la misma: soy un cocktail[1] . Un poquito de Odessa por aquí, un poquito de Viena por allá, una pizca de Lugo y de Génova, sacudir con judaísmo, catolicismo, protestantismo y decorar con Buenos Aires. Se preguntarán y dónde entra el sentirse catalana en todo esto. Soy el tipo de persona que busca respuestas en el ayer; el hecho de simplemente informarse de donde viene uno y conocer las historias que inevitablemente trae consigo al mundo ayuda a entender un todo complejo, dinámico y presente. Un presente inconsciente que solo unos pocos se atreven a cuestionar.
A pesar de que existe una tradición proto-celta del año 1500 a.C. en toda la península ibérica, Catalunya fue luego poblada por los fenicios y los cartagineses quienes fundaron Barkeno, cuyo nombre varió a Barcino en tiempos de Julio César y luego a Barcelona. Tras las guerras Púnicas, Roma se estableció como el nuevo poder en el territorio catalán y luego de seis largos siglos de rom(an)esco[2] Catalunya fue invadida por los visigodos, de origen germánico, razón por la cual el catalán es un idioma con influencias sajonas. Como si fuera poco, luego los invadieron los bereberes, los musulmanes y los francos cuyas influencias pueden verse hoy en día. Durante los tiempos de Napoleón, Catalunya cayó en manos de los franceses y dada la política integradora en Francia, muchos catalanes fueron incorporados a la sociedad francesa mientras que en España dominaba un sentimiento nacionalista (luego también exacerbado en la época franquista).
Los catalanes son también un cocktail, son como yo, son la consumación de esta gente, nómade, culturas fuertes, pujantes, sustanciales, comerciantes, gente educada, tranquila y atenta. Tampoco me parece justo confundir al pragmático y al reservado con el frío y el distante, algunas argentinas hasta los tildamos de “lentos” pero por el contrario, me parecen personas muy alegres, muy correctas, proactivas, nada que ver con el argentino (y que nadie se ofenda).
«Los catalanes son también un cocktail, son como yo, son la consumación de esta gente, nómade, culturas fuertes, pujantes, sustanciales, comerciantes, gente educada, tranquila y atenta.»
Caminando por Corbera de Llobregat entendí que, quizás, por inocentes en cuestiones del amor, pecaron de románticos al casarse con Isabella I de Castilla, un sueño de consciencia noble y eminente, uniendo así su destino con el de España.
¡Qué viva entonces el divorcio! Y que el abuelo Ale me perdone.
NOTA DE MALEVA: EL TEXTO Y LAS FOTOS SON DE LA AUTORA: