La ambientación le hace honor a la época de oro de Japón que busca emular.
«Carne a las brasas al estilo japonés, peces de colores, cinco salones y hasta – ¡un gong! – : crónica de una noche en Emperador Meiji…». Por María Delfina Carmona. Fotos: Ana Pareta.
La propuesta es la siguiente: un viaje multisensorial a la cultura oriental, un recorrido por un siglo de gastronomía japonesa. El término ‘experiencia’ para describir restaurantes abunda y hasta creo que se fue desgastando; pero Emperador Meiji es justamente eso: una experiencia. Muchas experiencias en una. Estamos hablando de una de las aperturas más recientes en Palermo, precisamente en la esquina de Ravignani y Honduras. Se definen como el primer brasero japonés. Todo el lugar respira con aires de otra cultura: tiene cinco salones distintos con climas únicos, un árbol imponente de hibiscus en el corazón de su patio, una pileta con peces para transmitir abundancia y hasta un gong que suena cada tanto tocado por comensales. En la cocina se destaca la técnica ‘a la robata’ – a las brasas, al carbón -, y sus carnes, principalmente la de wagyu, una raza bovina japonesa con un tratado súper tierno y sabroso.
Primero lo primero, una yapita de historia que me parece fundamental. El Emperador Meiji fue el último emperador de Japón y el primer presidente. Reinó desde 1968 hasta su muerte en 1912. Fue el responsable de traer una movida muy importante de innovación occidental. Entonces, la Era Meiji es protagonizada por la modernidad y restauración. Este restaurante busca homenajear esa visión, ese auge, ese esplendor desde cada uno de los detalles. Una de las medidas impulsadas por el Emperador fue la importación de carne, el consumo de carne vacuna. Por eso, en su carta se luce esa proteína; está lejísimos de ser un ‘típico’ lugar de cocina japonesa que solemos entender en el mercado como sushi y pescado.
«Todo el lugar respira con aires de otra cultura: tiene cinco salones distintos con climas únicos, un árbol imponente de hibiscus en el corazón de su patio, una pileta con peces para transmitir abundancia y hasta un gong que suena cada tanto tocado por comensales…»
La oferta es de un ‘tapeo oriental’ con entradas y platos principales para pedir solo o picar variadito si querés compartir. Para seguir sumando a que seas un personaje activo de la experiencia, en algunos platos – como el Ishiyaki Porteño -, te traen una tabla caliente de acero inoxidable y granito para que vos mismo puedas elegir el punto de cocción de la carne en la mesa. Te traen piezas de carne apenas selladas en los bordes y las pasás vuelta y vuelta por el calor. Pro tip: está buenísimo también probarla como viene. Esta técnica culinaria en la cultura oriental es conocida como ‘tataki’; en japonés significa literalmente ‘distribuido en piezas’. En mi opinión, no podés no pedirte el Ishiyaki Porteño. Otros principales que juegan son: Butaniko Robata, unas señoras ribs con barbacoa de la casa y papas fritas; y Tako Meiji, un tentáculo de pulpo con puré de wasabi y de jengibre.
En el rubro entradas, se destacan: Niku Tartar con wagyu y huevo de codorniz, Jacky Chinchu -una brochette de chinchulín con limón y sal marina-, Chori Nipón con chimi y pan robata, Crispy Gohan Niku con tartar de salmón y arroz furai, Gyosas de cerdo Butaniku (también hay opción de salmón) y, mi preferido, Jacky Avocado, una palta cocinada a la robata con huevo poche y chimichurri.
«Dato importante a la hora de reservar: aclará en qué salón te gustaría comer. Son 5 muy distintos entre sí, con climas y atmósferas diferentes…la próxima vez que vaya, ya tengo fichadísimo el salón del emperador ‘Tennoo Teeburu’, una gran mesa para 8/10 personas: la mesa ideal para los foodies que de paso aprovechan para hacerse un book para redes sociales…»
La carta de tragos lleva la firma de la bartender Sylvia Tarzieris, más conocida en el mundillo gastro como La Peligrosa. Son en su mayoría tragos frescos, con distintas notas y explosión de sabor en boca. Y párrafo aparte para las presentaciones: cada uno es una foto en sí mismo. Lo que buscó Sylvia es que acompañen la experiencia entera de estar en una casita en algún monte de Japón.
Me comentó sobre su viaje en la búsqueda del sabor exacto de esa idiosincrasia, y como trabajó con toda esa inspiración para aterrizar en un producto local, “aspirando a llegar a sabores y paisajes japoneses con insumos mayormente argentinos”. “Un juego que podía o no funcionar pero quise experimentar”, agregó. Utiliza licores como el humeshu, pero con ciruelas y grappa argentina y reversiona cócteles que aparentemente todos conocemos pero con un giro muy japo, “cosa que presiento hace sentir no tan ajeno al comensal a la hora de elegir, pero que al probarlo lo sorprende y al explicarle que lleva para llegar a ese sabor, son ingredientes que hacen viajar de forma amable y no forzada”, explicó.
“Para la carta de Emperador investigué sobre cultura, frutas e ingredientes autóctonos de Japón”, cuenta la bartender, “y paralelo a eso me puse en contacto con una directora de arte japonesa/argentina que me guió y me empapó de su cultura junto a los conocimientos de su mamá…»
La carta de tragos está muy sólida pero me permito subrayar 3: el Tonikku Disappear, el Jazzmine Chaddo y el Uji Grass. Vamos uno por uno porque merecen su doble clic. El primero es un gin tonic muy refrescante, agridulce y con un final marino; lleva shrub de peras nashi, limón, gin, tónica, algas wakame que van dejando un saborcito de mar y, en un cuenco aparte para que uno las vuelque sobre la bebida, esferas de hibiscus (sacadas del mismísimo árbol de hibiscus que llena de naturaleza el patio).
“La visual de las algas con las esferas tipo caviar cayendo en el líquido te llevan al fondo del mar”, cuenta Sylvia sobre su creación. El segundo para poner bajo la lupa viene en una tetera divina que ya me parece motivo suficiente para pedirlo: estoy hablando del Jazzmine Chado, un trago a base de vodka Absolut, Woka Sakki (un vodka japonés), mix de cítricos, una infusión de jazmines y un poco de Sauvignon Blanc. Mega instagrameable. El último que recomiendo es Uji Grass, una bebida a base de vodka, jugo de lima, almíbar, cold brew de té verde, espuma de matcha y lemon grass.
Dato importante a la hora de reservar: aclará en qué salón te gustaría comer. Son 5 muy distintos entre sí, con climas y atmósferas diferentes. La primera vez que fui fue un mediodía de solcito y lo aproveché sentada en el patio interno, al lado del gong, la pileta con peces y el árbol de hibiscus; lo llaman ‘Niwa’. La segunda vez fue de noche y en el salón ‘Chashitsu’, más conocido como el salón de té: se come en una adaptación del tatami japonés, esas mesas donde uno se sienta al ras del piso (spoiler: está pensado para que sea super cómodo). La próxima vez que vaya, ya tengo fichadísimo el salón del emperador ‘Tennoo Teeburu’, una gran mesa para 8/10 personas: la mesa ideal para los foodies que de paso aprovechan para hacerse un book para redes sociales. Los otros dos espacios que quedan son el Okujoo y el Bonsai Shitshu, en la terraza o adentro, respectivamente.
Y como si fuese poco, existe un bonus track. Al lado de Emperador Meiji surge una experiencia que eleva todavía más la vara de los sibaritas. ¿Algún fan de las experiencias omakases? Así es, Mutsuhito – el apodo con el que llamaban los íntimos al Emperador – es una experiencia para entregarte a las manos del chef en un menú cerrado con 17 pasos. Funciona en formato speakeasy con reserva previa: ingresás con una contraseña por una puerta lateral y, escaleras arriba, vivís una noche irrepetible y exclusiva. En la barra entran 19 personas y nunca va a haber más de 22 comensales por jornada.
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