Aunque no tenga las pendientes de vértigo de San Francisco, Buenos Aires es todo menos una ciudad chata. De hecho, la zona es considerada por geólogos una “pampa ondulada”, y tiene una estructura de barranca, cual columna vertebral, que nace en Parque Lezama, continúa por Paseo Colón, Leandro N. Alem y Libertador y termina un poco más allá de la Catedral de San Isidro. Aquella pendiente marca el límite de la ciudad, dado que más abajo solo está el río. Según contó el escritor y docente Antonio Elio Brailovsky, esa fue la razón para la que Juan de Garay, al establecer el nacimiento de Buenos Aires en la Plaza de Mayo, dijera que fundaba una ciudad “en la parte de arriba de la barranca”.
Pero aunque la zona entera se extienda en ondulación, lo cierto es que hoy, gracias a la edificación alrededor, algunas son mucho más notorias que otras y mejor aprovechadas que otras. En MALEVA tomamos nota y realizamos un paneo que descubre las mejores y más bellas barrancas de Buenos Aires, tanto por fisonomía y paisaje como por oferta gourmet y cultural alrededor. Aquí, un recorrido del que Juan de Garay estaría orgulloso.
Si decimos “barrancas”, la gran mayoría lo asociará con las de Belgrano. Y por eso son las que dan comienzo a esta nota. Hoy ya delimitantes para lo que se conoce como una zona (el sector del barrio que las rodea, pleno de torres, colegios y algunos delis), estas tres manzanas supieron ser los bordes de una antigua terraza fluvial que delimitaba los bañados del Río de la Plata cuando se hallaba en crecida, al tiempo que ocupan lo que fue la quinta de Valentín Alsina (cuya casa aún hoy está, sobre 11 de septiembre y Echeverría). Compradas luego por los vecinos del “pueblo de Belgrano”, las manzanas fueron parquizadas en 1892 por Carlos Thays, y aunque recientemente renovadas -aún resta reabrir la última, sobre La Pampa-, mantienen el esplendor con el que las pensara el reconocido paisajista. Paseo predilecto de vecinos del barrio y no tanto, desde su extremo más alto puede verse el tren, y de asomarse a la glorieta que está en la manzana intermedia, también un poco más allá. Con fuentes y adoquinados que contrastan con las imponentes torres modernas alrededor, en Barrancas no hay mejor plan que comprar alguna delicia en el local de Maru Botana sobre 11 de septiembre y La Pampa y sentarse a disfrutar la tarde contemplando sus 67 especies vegetales distintas. O cruzar la vía por juramento e ir a explorar el Barrio Chino (de hecho a veces los festejos masivos por el año nuevo chino se hacen en las barrancas).
En el pacífico barrio de Núñez son varias las subidas y bajadas, pero una de las más pintorescas se encuentra en Arias y el cruce con Grecia. No apta para autos, es una semiculminación de la calle (en verdad continúa del otro lado) hecha con escalinatas que seguro tentarán a más de un vecino a entrenar como Rocky Balboa. Con tramos de escalones y pequeños descansos, están enmarcadas por un muy cuidado jardín, varios faroles y algunos edificios de departamentos. Una vez alcanzada la “cumbre”, el paisaje será de frondosas copas de árboles y un barrio que se despliega entre casas bajas, torres clásicas y algún que otro intento de construcción más moderno. Y aunque muy residencial, si se quiere disfrutar el panorama acompañándolo con algún bocado, las opciones que están floreciendo en este BaNu (Bajo Núñez) son cada vez más interesantes: desde las hamburguesas de Francis Platz (3 de Febrero y Quesada) a los potentes brunchs de La Marguerite (11 de septiembre y Roosevelt), pasando por los increíbles platos y la rotisería de Oporto (11 de septiembre e Irlanda), las opciones son tan amplias como la vista desde la pendiente.
Hay porciones de barrios que son como mini barrios en sí mismos. Así sucede, por ejemplo, en la zona comprendida entre 3 de Febrero, Luis María Campos, Maure y Federico Lacroze. A pasos de Cabildo pero sumamente silencioso, ese sector engloba casas señoriales, arboledas tupidas, perpetuos empedrados y un pasaje de cuento (el de la calle Malasia). Y en uno de sus extremos, una barranca que se despliega en una calle ondulante entre paredones de ladrillos. Es Gorostiaga descendiendo hacia Luis María Campos, acunada por las imponentes construcciones de la Abadía de San Benito y la Embajada de Alemania. Hacer esa caminata no solo conducirá al reciclado Solar de la Abadía, a los cafecitos de La Imprenta (sobre Gorostiaga, Tiendas Naturales, La Panera Rosa y Tea Connection se disputan clientes) o a las nuevas propuestas culturales que se ofrecen en la Abadía misma, sino que serán unos metros de calma absoluta y suspensión del tiempo, pues lo único que se escucha de a ratos es el canto de los pájaros del frondoso jardín de la embajada o, si tienen suerte, las campanadas de la iglesia tocando el Ave María a las 6 en punto de la tarde.
Se la denomina comúnmente “La Isla”, y en efecto lo parece: elevada y con una vista casi panorámica de la ciudad, esta zona presenta cualidades únicas. Y entra ellas resalta su barranca, que comienza en la plazoleta Gelly y Obes, en la esquina de la Embajada Británica, y continúa en un agradable zigzag por la calle República del Líbano, para terminar desembocando en Libertador. Desde la tranquilidad de las casonas y edificios residenciales hasta la agitación de la avenida, el serpenteante camino bordea la Plaza Mitre (y de hecho comienza en el monumento a tal prócer), y en tanto de día es recorrido por turistas, paseadores de perros y estudiantes que vienen de la Biblioteca Nacional, de noche es territorio de longboards en busca de vértigo. Para todos ellos, aunque por desgracia la bella patisserie Florencio se ha mudado a Palermo, siempre puede buscarse alguna otra opción más cerca de Las Heras (por caso, el temático Un café con Perón, o el siempre infalible Starbucks, ambos sobre Austria) y volver a sentarse en el monumento, desde donde mirar cómo la luz va cayendo y los aviones surcan el cielo en busca de tierra.
A unas pocas cuadras, otra barranca “recoletiana” despierta suspiros. Es la que recorre la calle Posadas desde Ayacucho, pasando Adolfo Bioy Casares (antes Schiaffino) y hasta Libertador. A uno de sus costados, seduce la Plaza San Martín de Tours y su increíble ombú, mientras al otro, comparten explanada el Palais de Glace (que está por abrir la 105º edición del Salón Nacional de Artes Visuales) y la plaza homónima. Y parado en esta última, precisamente, es donde podría disfrutarse más la cualidad de la pendiente, dado que cuenta con una gran escalinata a la que treparse para otear esa zona donde el verde va dando paso a algunos de los edificios más elegantes de la ciudad. Si se lo hace, será en compañía de Carlos María de Alvear, quien posee allí su monumento (hecho por un discípulo de Rodin).
Continuando el recorrido hacia Retiro, y aunque son varios los desniveles que confluyen en la legendaria Plaza San Martín, nuestra elegida es la barranca de la calle Juncal. Lo es específicamente en su recorrido entre Libertador y Esmeralda (cruzando Basabilbaso), cuando comienza con el ancho de una avenida, y contiene edificios de arquitectura imponente, tan reconocidos como el mítico Palacio Estrugamou. Con impronta muy francesa en ambas cuadras, combina el encanto con locales cercanos como el especialista en sopas Toute la Soupe, sobre Arenales y Suipacha (recomendadísimo estos días de frío), o el ya clásico Farinelli (Arroyo y Suipacha) o el deli Grand Café (Basabilbaso y Juncal). En todos habrá opciones deliciosas y para llevar, aptas para hacer el recorrido de la barranca en sentido contrario al tráfico y terminar mirando la siempre fascinante Torre de los Ingleses.
Ya lo dijimos antes: la estructura de barranca de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, cual columna vertebral, nace en Parque Lezama. Y se siente tanto dentro del área verde como caminando por sus dos laterales, Defensa y Paseo Colón. Es que precisamente en la primera está el punto más alto, y en la segunda el más bajo, otorgando vistas interesantes desde uno y otro lado. Dentro del parque, entre árboles centenarios y caminos delimitados, el recorrido será de lo más llevadero. Aunque si nos ubicamos en Defensa estaremos estratégicamente más cerca de la avenida Caseros, donde dos cuadras conjugan un enorme polo gastronómico, capaz de proveer delicias de lugares como Caseros, La Popular o Hierbabuena, entre otros. Hacia allí conviene enfilar una vez que el paseo concluya, donde aún podrán sentarse afuera y mirar de refilón cómo Buenos Aires se extiende y tiende hacia el río, ese amor indómito del que toda ciudad escapa pero añora y siempre vuelve a buscar.
Hacia la zona norte también siguen las barrancas y las más lindas están en San Isidro y alrededores. Mucho verde, paz y la característica que las distingue que es que desembocan directamente en el río, como pasaba en Buenos Aires en otros siglos. En MALEVA elegimos tres que nos encantan.
La calle Pacheco desciende en un declive tranquilo desde Libertador hasta el muelle de Anchorena. A un costado, la reja clásica de una enorme mansión acompaña toda la pendiente, en la otra vereda, casonas clásicas y nuevas casas de diseño. Lo que le da un aire más elegante que las otras barrancas de la zona es su antiguo empedrado, que mantiene intacto. Desde la mitad de la barranca para abajo aparece una bella vista del río. Cruzando la vía del Tren de la Costa, ya en la costanera, se puede apreciar a lo lejos toda la Ciudad de Buenos Aires, como si fuera una península. Pegado al río está el deli Dulce María, un spot con espíritu artístico (ahí mismo dan talleres de mosaico, clases de baile, etc). Consejo: pídanse al atardecer un capuccino con una rica porción de torta y olvídense de todo con una panorámica gloriosa de la Capital con las luces de sus edificios que se van encendiendo de a poco.
Esta es una barranca «secreta» porque muy poca gente la conoce. Pero nos vas a agradecer el dato: es un lugar milagroso para estacionar frente a los clubes de Windsurf cuando la calle Elcano está embotellada y encontrar lugar para tu auto es un karma. Pero además es una de las barrancas más lindas de zona norte, con tres curvas que van rodeando una espectacular casa minimalista. ¿Qué no te espera abajo? Perú Beach, El Ombú, Puerto Tablas, y el Molino. Va otro dato: almuercen en el club de Windsurf El Ombú. Excelentes sandwiches y buenos platos de parrilla (inclusive de pescado) a pasos del agua.
Es la entrada principal al Bajo de San Isidro. Desde arriba se puede ver todo el barrio y en el horizonte los mástiles de los veleros. Pegada a ella está la quinta histórica de Pueyrredón (donde cuenta la historia que San Martín mateaba junto a don Juan Martín). Apenás cruzás las vías del Tren de la Costa tenés uno de los restaurantes más clásicos de San Isidro, La Vaca (aplausos para sus bifes de chorizos) y el hit joven para ir a comer pizzas (y tacos): Lo de Nacho. Roque Sáenz Peña termina en otro clásico de clásicos: BarIsidro.
Otras fotos: Panoramio, FlickR C-C, gentileza Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.