Vereda del genial y colorido café y restaurante del Almacén de Tigre
Hay que ir al Tigre. Estar en ese lugar hace bien. Desconecta, enriquece visualmente: flores, plantas, río, barcos, pájaros, arte, cultura y gastronomía. Un combo de sensaciones que despiertan alma y cuerpo. En el circuito gastronómico tigrense hay de todo: propuestas clásicas, disruptivas, de autor, playeras, gourmet. Pero lo que conservan y transmiten cada uno de los lugares es ese espíritu armónico del propio barrio; esa mezcla de naturaleza e historia que cada lugar interpreta a su manera, y la transmite a través de la energía chill y alegre propia de la esencia de este adorado oasis de Buenos Aires. Estas son las cordenadas foodie que sí o sí, tenés que explorar cuando vayas.
Jamás podrías imaginarte que en un lugar tan desolado de Tigre puede existir un espacio donde confluyen y explotan al mismo tiempo el arte, la gastronomía, la cultura y la creatividad. Jamás, hasta que entre todo el gris de la zona de astilleros, fábricas y galpones abandonados del Distrito Tigre Sur, ves unos murales gigantescos creados entre Patricio Forrester y vecinos del barrio con colores y dibujos que representan la esencia tigrense. Detrás de esas paredes, existe un Pasaje mágico. Influidos por el nuevo urbanismo, un concepto que prioriza los espacios comunes al aire libre y la sustentabilidad. En octubre de 2017 abrieron y hoy convocan 500 personas por fin de semana. Podés encontrarte con: puestos al aire libre de gastronomía (hamburguesas y rabas de Bangala, cerveza artesanal Amor a Primera Birra, tragos de Barrabar y comida vegana de Madre Tierra), locales abiertos de arte y diseño (El paisajismo de El Gardez, la residencia de artistas Urra y más), árboles frondosos, lucecitas por doquier, mesas comunitarias, asientos confeccionados a partir de gomas viejas, juegos de mesa, fardos y un escenario a cielo abierto -ya pasaron 35 grupos de artistas– donde tocan desde bandas locales de blues, alternativas, country, rock, hasta grupos indie y folk emergentes. Abre de jueves a domingos a partir de las seis de la tarde.
Uno de los lugares más coloridos y alegres del Pasaje del Boulevard Saenz Peña es este cafecito restaurante creado por María «Tati» Uriburu y su socia Ildico. Tati vivió muchos años en Australia, donde trabajó en muchos cafés y restaurantes. De ahí volvió con ganas de crear un lugar que reflejara todo lo que había aprendido y puso este Almacén pet friendly súper amigable. Lo que más sale son las tartas (la de pollo y puerro la piden todos), sandwiches con panes caseros como el de jamón crudo y burrata, la ternera braseada, los postres como el almendrado o la chocotorta en vaso, y delicias para el café como scones o cheesecake. Te sentás en una de sus mesitas de la vereda, y te sentís en un lugar de Colonia. A donde mires, te encontrás con colores y detalles inspiradores. Un mural de una falsa «Virgen de la oreja», otro de mosaicos que representa el Árbol de la vida, creado colectivamente entre artistas locales y vecinos, y una fila de árboles de hojas rosas y blancas para contemplar durante horas.
Un vivero, un restaurante, una tienda de diseño independiente y un Tealosophy. Todo eso pasa en esta casona antigua de Tigre de Soledad Benvenuto donde podés comer comida casera en una vajilla de ensueño, con plantas suculentas y enredaderas colgantes que te rodean y te empapan de naturaleza. Dentro de las cartas hechas con tapas de discos viejos de Bee Gees, Frank Sinatra y otros podés encontrar comida de estación con un toque peruano, dado por la chef peruana Luchi Cozuelas. Los hits son la ensalada de salmón curado, los ravioli ultra caseros, el chivito «Boulevard», y la hamburguesa con provola ahumada. Los vinos son de Casa Boher. Después podés visitar las diferentes tiendas: la de té Tealosophy de Inés Berton; los cuadernos y libritos de autor de Pesqueira, Sandía, y otros diseñadores; También exponen sus esencias y perfumes Bohemia, y sus diseños Green Pacha Sombreros, y Joya, de Mechi Lestornaud, un rincón que da a un ventanal espectacular cubierto de vitreaux y enredadera, donde la artista vende sus creaciones -desde joyas y ropa hasta un perfume elaborado por ella.
Entrar a este lugar es casi como sumergirte en un oasis, en el que no sabés realmente dónde estás, pero lo que sí sabés es que ahí te querés quedar. Un deck de madera con plantas, una gran cava de vinos refrigerada, un jardín zen con una fuente de agua rodeada de piedras, plantas y flores, un horno de barro de donde emergen creaciones increíbles. Tibuk sin dudas no se parece a nada. Porque eso es lo que quiso su dueño, Julián Tiberio, después de veinte años de experiencia en gastronomía. «A mí no me importa si la gente viene o no, si viene algún celebrity o no. Este lugar es lo que yo siempre quise», sostiene como bandera. Y ese espíritu se siente en cada rincón del restaurante y se explora con todos los sentidos al probar la propuesta de comida de autor a cargo del chef Nego Da Rosa. Entradas como el strudel de remolachas y queso de cabra con mermelada de cebollas, y el tiradito de salmón con vinagreta de ostras, platos como el Rosty de Salmón, el pollo al ladrillo, la bondiola braseada al horno de barro, el cremoso de chocolate, con crumble de avellanas y quinotos en almíbar, son toda una experiencia de sabor. De su cava de vinos podés elegir entre varias etiquetas, desde LTU hasta Mano Negra, Animal, Sapo de otro Pozo y Chacayes. Quien descubre este lugar, vuelve sin dudarlo.
Vigente desde 1979, esta heladería clásica de Tigre, a orillas del río, adorada por Paéz Vilaró y por todos los vecinos de la zona y turistas que llegan de visita, la rompe. Te sorprenden con sus enredaderas gigantes, su decoración colonial mezclada con el rock al palo «all night long», y su helado elaborado por ellos mismos. Crean sabores que enloquecen como el «Bienmesabes» (postre de Islas Canarias en base a almendras trituradas y miel), el Chocolate Orange (chocolate, licor de naranjas y naranjas glaseadas), la Selva Negra (chocolate, cerezas, dulce de leche repostero y almendras) y otros itinerantes elaborados de acuerdo a la temporada como el de té con limón o el de sandía, adorado por esta cronista -la cremosidad y el sabor natural a sandía no se pueden creer-.
Redes de pescadores, murales con estética de playa, un deck de madera, música y una onda bien «groovy» hacen que este lugar te transporte a un barcito de una playa uruguaya. Un bar bien joven, para tomar cerveza artesanal o caipis mirando el río y comer hamburguesas súper poderosas como la King Burger, papas gigantescas y postres suculentos como la torta Óreo.
Es la pizzería más colorida y verdaderamente náutica de toda zona norte. Porque las paredes, las lámparas, los techos, baños, todo, está intervenido artísticamente; y náutica , porque las pizzas no son redondas, ni cuadradas, tienen forma de botes, balsas y portaviones. Luis Tomati desarrolló este concepto junto a su cuñado, que ya tenía una pizzería similar en Brasil. De ahí sus colores y alegría brasilera, y del barrio la onda nauta. Es una pizza estilo napolitana súper finita (amasada con una Pastalinda gigante) al horno de leña, y tienen sabores clásicos y exóticos como panceta y barbacoa, la de brie y nuez, la de salchicha polaca y mozzarella; queso rebleusson y panceta, morrones asados y jamón crudo, y hasta pizzas con salsa de calabaza, mozzarella, cebolla caramelizada y curry. Para los valientes con «saudade» de Brasil también hay pizzas dulces de banana y dulce de leche, y de manzana, azúcar y canela.
Donde antes funcionaba la cancha de bochas del Club Glorias, desde hace veinte años existe un restaurante al que va gente de todos los puntos cardinales de Buenos Aires a comer comida casera bien abundante y de calidad. Platos realmente «gloriosos» son el bife de chorizo, el revuelto gramajo, los riñones a la provenzal, las milanesas, los tallarines, los ravioles poderosamente rellenos, y toda la parrilla en general. Con sus mesitas con manteles bordó, sus mozos de blanco con moño negro, el Gloria te invita a un delicioso viaje al pasado . «La mejor red social es una mesa rodeada de tu gente de toda la vida» clama un cartel en una de sus paredes.
Vecina y fanática del barrio de Tigre y del Delta, Juliana concretó todo eso que representa la gastronomía y la decoración para ella en su estudio a puertas abiertas ubicado en el corazón del Paseo del Boulevard Saénz Peña. Mesas puestas divinamente, productos gourmet , plantas y una vajilla que pareciera contar historias de solo mirarla; en este escondite creativo da clases de cocina donde se amasan y nacen proyectos colectivos, se charla, se comparten recetas y nuevos sabores. «Mi objetivo es poder transmitir a la gente que la buena cocina es rica, alcanzable y gratificante» afirma. Una vez terminada la clase, todos se quedan a comer las delicias que prepararon.
Fotos: gentileza lugares mencionados.