Artes marciales en las plazas secas de los barrios Hudong.
Por Josefina Winograd (texto y fotos, desde China)
Apenas llegué a Beijing decidí ir a ver el palacio imperial, Forbidden City, un must. Yo me imaginaba recorriendo las construcciones y pasadizos de la película «El último emperador», pero ¡fue un horror! Era, más bien, como estar en el subte de Buenos Aires, un miércoles de marzo a las 8 de la mañana. Un calor asfixiante, y repleto de gente. La diferencia era que la gente estaba excitada (suelen estarlo), y que el 99% eran turistas chinos. La gente se abarrotaba contra las vallas del palacio para sacar una foto al sillón o al inodoro del emperador – no supe qué era porque obviamente desistí de luchar como si mi vida dependiera de eso y preferí observar la espectacular actitud de esta gente en esa situación inverosímil – . Después de cuatro horas así, decidí que ya no tenía sentido estar insultando en castellano a cada paso. Era un indicio de que no andaba bien. Me fui a un parque y dormí durante las siguientes tres horas, estaba agotada. Decidí que Beijing no era para mí: chinos, ¡dejen de absorber la comida y de eructar!, chinas, ¡dejen de mandonear como déspotas!, chinitas, ¡dejen de jugar a que tienen 9 cuando tienen 25!, ¡y no me digan más que soy linda sólo porque soy blanca!
LOS HOSPITALARIOS BARRIOS HULONG
Por suerte, todo cambió en veinticuatro horas. Decidí no ir más a los must y recorrer parques, jardines, lagos. Necesitaba naturaleza, tranquilidad y temperaturas lógicas, así que me dediqué a aprovechar las primeras horas de la mañana y los horarios nocturnos. Por suerte Asia, en general, es bastante seguro, así que caminar de noche es un placer. Descubrí barrios increíbles entre los cuadrantes de avenidas estalinianas (éstas no eran de mi predilección). Dichos barrios – o hulongs, como los llaman acá – tienen edificaciones típicamente chinas, bajas, máximo dos pisos, y sin baños, puesto que todos estos barrios están provistos de baños comunitarios cada cien o doscientos metros. Esta costumbre se está perdiendo, y muchos de ellos se están tirando abajo. La gente a partir de las 7 de la tarde se junta en los espacios públicos – aprovechan tanto los bellísimos jardines de la ciudad como las plazas secas – a practicar sus artes marciales, a bailar las danzas tradicionales, a jugar al bádminton, a ejercitar en las instalaciones públicas, a pescar en los lagos o a jugar a las cartas, siempre en grupos. El sentido de comunidad resulta imbatible. Me enamoré de esta China, y sus personajes. Mi teoría sobre Asia y sus extremos se seguía alimentando en China: en la misma ciudad donde se acepta ir codeando sin reparos al prójimo, con la idea que subyace “somos muchos, entendéme”, se encuentra la inigualable hospitalidad de los habitantes de los hulongs. Siempre tienen tiempo para ayudarte y guiarte, aunque estén ocupados. Y en caso de no hablar inglés, te acompañan.
El Palacio Imperial repleto de gente, 90% china, sacándole fotos a todo.
UNA ESTUDIANTE CONFIANZUDA Y SU SOSPECHOSO TÉ DE 200 DÓLARES
Una de estas noches de caminata, volviendo a mi hostal, y feliz con todo lo que iba descubriendo, se me acercó una chica de veintitantos años muy sonriente preguntándome ya no me acuerdo qué. Obviamente la conversación derivó en mi nacionalidad, hace cuánto estaba en China, qué me parecía, etc. A los cinco minutos me preguntó si no quería ir a tomar un té, así ella practicaba su inglés, y yo conocía los típicos chais (tés) de China. Ya varias veces me habían hecho ofertas similares, y siempre respondía que no. La idea de ir a tomar un té con veinteañeros fascinados por lo occidental y que se rieran de todo lo que dijera como si fuera el mejor chiste del mundo no era mi programa preferido. Me había llamado la atención que a veces eran muy insistentes, pero siempre terminaba escapando, inventando que me estaba esperando alguien. Estando en etapa de reconciliación con Beijing, decidí aceptar. ¿Por qué no retribuir tanta amabilidad que ellos habían tenido conmigo? Y más aún teniendo en cuenta que viven en un régimen dictatorial, y les resulta muy difícil tener acceso a información internacional crítica a su gobierno. Así que respondí «just one cup, it´s late».
Eran las 11 de la noche. Agarramos la calle por donde yo venía caminando, donde según ella había varias casas de té. Me resultó extraño porque no había visto más que una sola. Cuando pasamos por esa casa, yo solita propuse entrar. No quería perder demasiado tiempo y que se hiciera tarde. Mi nueva amiguita recibía llamados de teléfono que supuestamente eran de una amiga, con la que se encontraría en media hora. Entramos al lugar y nos ubicaron en uno de los tantos cuartitos privados, muy bien puesto. Xaxa, la china, me hablaba y preguntaba muy interesada cosas de mi vida, así que no presté demasiada atención sobre que té pedíamos. Después de todo, ella era la local. De todas maneras la camarera no hablaba una pizca de inglés, por lo cual tampoco tenía otra opción. Un par de tazas de té más tarde, pedimos la cuenta. Se acercó entonces la camarera con un papel que decía 200 dólares. ¡¿What?!
Muchísimo sentido de comunidad en los barrios Hudong
Hasta el momento todos los tés que había tomado en Asia eran gratis o valían dos mangos, mi cabeza estaba en blanco, odiándome por haber dejado todo en sus manos. Mi “amiguita” me pedía perdón explicándome que no había mirado los precios porque estaba entusiasmada con nuestra charla. Empezó a rogarle a la camarera un descuento, porque éramos estudiantes. Por lo que entendía del lenguaje corporal de la camarera, nos exigía «pay nooooow». Según me explicaba mi compañera de té, la justificación del precio era que los businessmen chinos se pasan el día tomando té y negociando, que es una ceremonia, y que el té de una tetera dura muchísimas tazas. Mi única explicación era que habíamos caído en un lugar muy exclusivo, y habíamos pedido el té más caro del mundo. Trataba de pensar situaciones similares que podrían pasar en Buenos Aires con un vino, por ejemplo, y encontraba varios casos posibles. Mi té y el snack – que no había pedido ni probado-, costaba 120 dólares y en cambio lo suyo 80. No tenía esa plata conmigo pero me dijeron que tenían tarjeta de crédito. Ella entregó su tarjeta. Hice lo mismo. Yo seguía en shock, ella no tanto. Caminamos a la parada de bus, y me dijo que me tomara el diez, que me dejaría en mi hostal. Justo el diez estaba en la parada, ¿Casualidad? Rápidamente me empujó al bus.
Nada en el recorrido del diez me resultaba conocido. Cuando finalmente estuve convencida de que no era mi recorrido, me bajé. Llovía a cántaros, estaba muerta de frio, y perdida en una avenida de estilo estaliniano, desolada. No había gente ni autos en la calle. Logré conseguir un taxi, pero mi éxito fue una tregua fugaz. Mi pronunciación del nombre de la calle de mi hostal dejaba mucho que desear, y el mapa que tenia para señalarle mi destino no era apto para miopes sin anteojos. El taxista, con pocas pulgas, se enojó y me echó. De vuelta en la inmensidad de la avenida chin chun chuan, llorando de impotencia, enojo y desconsuelo. Me senté cinco minutos en la vereda. Ya más aliviada, logré ubicarme en mi mapa y empecé a caminar en dirección hacia mi hostal. Llegué una hora más tarde.
Demasiadas cosas raras, así que prendí la computadora y googleé para encontrar una explicación. Palabras claves: «scam +Beijing+ tea shop». Toneladas de posts sobre el tema. Todo coincidía. Empecé a repasar en mi cabeza la sucesión de hechos por los cuales tendría que haberme dado cuenta. Xaxa, la inocente estudiante, estaba muy interesada si viajaba sola o no, si tenía amigos chinos, si hablaba algo de chino, y cuándo y cuál era mi próximo destino. Todas las respuestas eran el paraíso para ella: no hablaba chino, no tenía amigos chinos y al día siguiente me iba en tren a Mongolia. Esta última información era mentira, pero tengo la costumbre de no dar información precisa sobre mis itinerarios o fechas a ningún desconocido. También recordé que en un momento quise grabarla con mi cámara. Ella me propuso, en cambio, que ella me grabara a mí moviendo la boca mientras ella recitaba el trabalenguas en chino que tanto me divertía. Su idea me pareció bastante infantil pero no quise ser descortés, así que, una vez más, acepté. ¡Claro, ella no quería que tuviera su cara en mi cámara! Todo encajaba. Hasta tenía la sensación de que cuando me enseñó a pedir la cuenta en chino, en realidad, me había enseñado a decir “estáfame nomás que no cazo un fulbo”.
El absurdo trabalenguas que tuvo que decir (uno de los indicios del ardid)
ESTRATEGIAS PARA VENGARME DE LA ESTAFADORA
Al día siguiente les escribí a mis amigas del sur de China, Boia y Nana. Indignadas (y con muy poco tacto), me decían «sos estúpida, te dijimos que los chinos parecen buenitos pero hay que desconfiar de todos”. ¡¿cómo un té va a costar 120 dólares?! Tendrías que haberte negado a pagar y llamar a la policía en ese momento». Me hablaban como si fuera una pueblerina que confía en cualquiera, pero la verdad, en ese momento, todo había sido bastante natural, y eso respondía a la excelente performance de la delincuente juvenil. Ni los posts en internet, ni las chicas, ni la gente de mi hostal me recomendaban tomar cartas en el asunto: «olvidate y aprendé a ser más desconfiada», me decían todos. Las razones eran: «andá a saber qué mafias están atrás de esto»; «no tenés ni el ticket»; «la policía no te va a creer, y si te cree no puede hacer nada, porque fue tu culpa».
En fin, todos tenían razón pero yo estaba indignada, y ya había decido que me quedaría unos días más para intentar resolver esta injusticia. Los 120 dólares eran lo de menos, pero mi orgullo estaba hecho trizas. Le escribí a Xaxa, la estafadora, un mail –me lo había dado para que le mandara el patético videito – diciéndole que al final no me había ido, si quería hacer turismo conmigo al día siguiente. Quería encontrarla, sin saber demasiado cuál sería mi estrategia cuando la tuviera enfrente: ¿llevarla a la Policía?, ¿apretarla con que no sabía con quien se estaba metiendo, e inventar relaciones estrechas con el cónsul de China en Argentina? No seguí buscando estrategias porque Xaxa nunca contestó mis mails.
Boia, mi amiga del sur de China, me escribía preocupadísima. Tenía miedo que me metiera en problemas con la «mafia de los tea shops». Así que finalmente me pidió nombre de mi hostal y mandó a un amigo de ella que vivía en Beijing a buscarme y llevarme a vivir a su casa. Li Hui era un director de cine, divino, al que las chicas me habían dicho que llamara cuando llegara a Beijing, para que me hospedara. Pero no había querido invadir la casa de un desconocido, así que nunca lo llamé. Li fue el único que me dijo «probá con la policía, si querés. A partir de los juegos olímpicos, mejoraron muchísimo». Así que ahí fui al día siguiente. Les expliqué y les mostré el video bochornoso del trabalenguas para demostrarles que había estado en ese tea shop esa noche. El empapelado era bastante particular. Me subieron al patrullero y fuimos directo al tea shop. La Policía estaba totalmente al tanto de estas estafas, ellos mismos me llevaron al lugar sin que les dijera cómo llegar. Cuando entré con la Policía, la camarera empezó a hablar en un perfecto inglés. ¡Sí!, la misma camarera que la noche de la estafa sólo dominaba el mandarín. Ya no había dudas, me habían estafado de “acá a la China”. En fin, con la Policía de mi lado exigiendo que se me devolviera el dinero, yo me sentía en una película de mafia china. Emocionada grité «give me my fucking money». El policía, sonriente, me dijo «calm down, please» y me mandó a un rinconcito hasta que él terminara de resolver la situación. En fin, recuperar mi plata fue más fácil ¡y con mejor comisión! que sacar dólares de un ATM durante el cepo bancario. Con mi orgullo recuperado (aunque sin Xaxa tras las rejas), pude seguir mi viaje tranquila a Mongolia. En todas las grandes ciudades conviven varias realidades, pero mi sensación fue que Beijing es un rompecabezas de mil ciudades diferentes. Mil ciudades con millones de subjetividades y de ritmos. Como me decía Li: «en Beijing tres o cuatro años de diferencia de edad, ya es otra generación, otra mentalidad».
Crónicas anteriores:
1 – Myanmar, la tierra de los monjes, primera entrega: http://bit.ly/YC7CVu
2 – Myanmar, la tierra de los monjes, segunda entrega: http://bit.ly/WDVqU7
3 – Macau y Hong Kong, China en portuñol y China NYC: http://bit.ly/15WdgaO
4 – Because this is China (tierra adentro): http://bit.ly/ZdxYy2
5 – Usos, costumbres y manías de los chinos: http://bit.ly/ZZmRZd