¿Por qué es falso (y contraproducente) que hay que seguir creyendo en lo que siempre creímos? Despojarnos de creencias limitantes: no es sólo filosofía, sino ciencia/¿Por qué hay que reinventarse para volver a conectar con lo que realmente importa?/Una impulsiva, profunda y brillante reflexión en primera persona (cada línea te sacude)
«Reprogramarnos» no es sólo un desafío filosófico sino también un fenómeno cuántico posible
«Aprender a desaprender: ¿por qué hay que animarse a ponernos en jaque para reinventarnos?». ´Por Alexia Martínez de Hoz.
Nacemos condicionados a un tiempo y a un espacio. Es cierto. Aun así, por fortuna de todos, no estamos determinados por ninguno de estos factores. Ni siquiera nuestros genes pueden hacerlo. El único capaz de timonear nuestras vidas es nuestro cerebro a través de los pensamientos. Éstos construyen la realidad y en nosotros está el poder de crearla.
La primera vez que escuché hablar sobre esto desde un punto de vista científico fue una especie de epifanía para mí. ¿De qué se trata? Del fenómeno cuántico, o dicho en otras palabras, de que estamos hechos de energía, y ésta influye en la materia. ¿Cómo? En resumen, todo es energía en constante vibración, y esas frecuencias vibratorias crean nuestra realidad, la materia. El campo cuántico es la integración del cuerpo, la mente y el espíritu en un todo.
Para el Dr. Joe Dispenza, uno de los grandes referentes de esta corriente que investiga sobre neurociencia, epigenética y física cuántica, “la mente determina la experiencia exterior porque todo se reduce a campos de energía, de modo que nuestro pensamiento altera constantemente nuestra realidad”.
Pero, ¿¡cómo es eso posible!?. Bueno, básicamente, los pensamientos y los sentimientos tienen una señal de frecuencia electromagnética, ya que todo está compuesto por partículas subatómicas. Cuando logramos que nuestras ondas cerebrales estén coherentes, integradas y sincronizadas, se produce una huella que influye en cada átomo de nuestro mundo y hace que sea posible reprogramar nuestro cuerpo.
«Aprender a desaprender para mí es ponernos completamente en jaque. Buscar una manera distinta de hacer lo que siempre hice, preguntarme de dónde vienen aquellos dogmas que alguna vez asumí como verdades absolutas, salir de la comodidad y sentirme un poco incómoda. Probar, experimentar, cambiar las veces que sea necesario…»
Esta física que domina los campos de la ciencia actuales, lejos está de ser filosofía new age o esotérica, como durante mucho tiempo fue estigmatizada. Lo que sucede es que ciertos temas e ideas que se investigaron o descubrieron hace muchos años, se categorizaron en la caja de las verdades y allí quedaron encasillados. Con el correr del tiempo, como el personaje de Truman Burbank, aceptamos la realidad del mundo que se nos presenta porque preferimos vivir en lo conocido y en lo predecible. Porque eso es lo que nos da seguridad. Porque aprehendimos en nuestra evolución que lo desconocido es sinónimo de peligro de supervivencia. Y ahora, paradójicamente, es la adaptación lo que nos hará sobrevivir.
Por eso, cuando nos animamos a sacudir creencias limitantes un abanico de posibilidades se abre ante nosotros. Porque todas las posibilidades existen en lo desconocido. Nuestro cerebro no reconoce la diferencia entre lo que es real y lo que no lo es. Dispenza afirma que “es posible que deseemos conseguir algo, pero nuestras creencias arraigadas en nuestro subconsciente nos boicotean esa posibilidad, al no haber coherencia entre lo que pensamos y lo que sentimos”.
Cuando aprendí acerca de esta noción, que vino a cuestionar a la ciencia clásica, no pude evitar hacer un paralelismo con el entorno cultural que condiciona – aunque no determina – al ser humano. Si es posible reprogramarnos desde lo físico, también debería serlo desde lo intelectual. En un mundo domesticado por el hombre hasta domesticarse a sí mismo, crecemos inmersos en una red cultural de rituales, ideologías y creencias que es posible desaprender. Como bien dijo una de las mentes más brillantes de nuestra historia, Albert Einstein, “el mundo que hemos creado es un proceso de nuestro pensamiento. No se puede cambiar sin cambiar nuestra forma de pensar”. Humildemente me atrevería a agregar, que no se puede cambiar sin cambiar nuestra forma de hacer las cosas. Y una de esas formas es aprendiendo a desaprender, es decir incorporando la destreza de animarnos a cuestionar lo que creemos, refutar lo que creíamos saber y buscar una manera distinta de pensar, por ende luego de hacer, lo que hacemos.
«Suele incomodarme escuchar que las cosas se hacen de determinado modo porque así se hicieron siempre. ¿Cuánto tiempo es siempre? ¿50, 100, 500, 1000 años? Sencillamente no le encuentro el sentido, siendo una medida tan efímera en relación al tiempo que lleva la vida en la tierra y que ésta lleva en el universo. ¿Por qué entonces no hacer algo de manera diferente?…»
Aprender a desaprender para mí es ponernos completamente en jaque. Buscar una manera distinta de hacer lo que siempre hice, preguntarme de dónde vienen aquellos dogmas que alguna vez asumí como verdades absolutas, salir de la comodidad y sentirme un poco incómoda. Probar, experimentar, cambiar las veces que sea necesario, y aceptar que en ese proceso puedo equivocarme una y otra vez. Es pensar por uno mismo y cuestionarse hasta uno mismo.
Suele incomodarme escuchar que las cosas se hacen de determinado modo porque así se hicieron siempre. ¿Cuánto tiempo es siempre? ¿50, 100, 500, 1000 años? Sencillamente no le encuentro el sentido, siendo una medida tan efímera en relación al tiempo que lleva la vida en la tierra y que ésta lleva en el universo. ¿Por qué entonces no hacer algo de manera diferente?
En una sociedad que valora lo conocido como sinónimo de seguridad, elijo pensar que ninguna verdad aparente desde el punto de vista sociológico y cultural puede ser la última palabra. Más allá de las leyes universales de la naturaleza, esta misma nos demuestra que nada es fijo, que todo muta y se transforma. Ninguna idea es verdadera solo porque alguien más lo diga, ni tampoco creer en algo lo hará necesariamente verdadero. La verdad es lo que resuena dentro de cada uno, y buscando la mejor evidencia disponible, uno puede más o menos sentir si el camino es o no el correcto.
Cuando estamos tan inmersos en lo que consideramos obvio, nos cuesta salir por un rato a la superficie y ver qué es lo que hay. Por eso me gusta preguntarme si a las verdades que considero como tal llegué a través de una prueba propia o si son conclusiones de terceros. Toda la información que absorbemos desde que nacemos la adoptamos inconscientemente a través de distintos lenguajes textuales, simbólicos, y no verbales que con el tiempo normalizamos.
¿Pero cómo aprendemos a desaprender? Creo que el primer paso es tomar noción de los mecanismos que inconscientemente tenemos incorporados. Somos como peces que nadan en el agua: ellos no pueden verla y tampoco saben qué es, porque están sumergidos en ella. De la misma manera, los seres humanos estamos también ensimismados en las aguas de nuestro paisaje cultural, a través de ideas transmitidas de generación en generación que solo existen en nuestra cabeza.
El Dr. Bruce Lipton afirma en su libro La Biología de la Creencia que “si estamos convencidos de que los genes controlan nuestra vida y sabemos que no podemos hacer nada por cambiar los genes que nos endilgan durante la concepción, tenemos una buena excusa para considerarnos víctimas de la herencia”. Si reemplazamos la palabra “genes” por “ideas”, es posible entender que ambos podrían operar de la misma manera. Para este importante biólogo celular que estudia los vínculos entre el cuerpo, la mente y el espíritu, el ambiente es el principal protagonista. Ya sea estudiando el comportamiento de la membrana de la célula o nuestros pensamientos, el ambiente es capaz de cambiar nuestro entorno. Y si lo que pensamos, crea y transforma todo lo que experimentamos alrededor… ¡eureka!
Aprender a desaprender es reprogramar nuestras creencias, es un ejercicio de aceptarnos vulnerables, refutables, y descubrir nuestra capacidad de adaptarnos, reinventarnos y evolucionar. Tomar consciencia de quién soy, entender por qué pienso como pienso, ver el mundo desde lugares diferentes y descubrir la capacidad de reprogramarme cuantas veces quiera, me ayuda todos los días a aceptarme más a mí misma y a saber que el control está en mis manos – o mejor dicho en mi mente.
Y esto no significa que debamos tener todo resuelto, de hecho nunca lo tendremos. Me apasiona pensar que si lo que sabemos es una gota, lo que ignoramos es un océano. Justamente en ese mundo de lo desconocido es donde existen todas las posibilidades. Luego, las conclusiones a las que llegue cada uno serán tan variadas y ricas como personas hay en el mundo.
«Entiendo que hay muchísimos temas en juego en torno al problema ambiental, pero el más importante de todos es la supervivencia de este maravilloso punto azul pálido, como diría el gran astrónomo Carl Sagan, capaz de albergar todas las posibilidades que imaginamos. James Lovelock en su Hipótesis sobre Gaia, sostiene que la Tierra y todas sus especies conforman en conjunto un organismo vivo e interactivo…»
En mi caso, cuando pienso sobre la vida de la Tierra, me siento como un pez en el agua que apenas se asomó a la superficie. Creo que estoy en ese punto medio de consciencia. Hasta hace poco, el problema ambiental era un tema lejano que nada tenía que ver conmigo. Era un concepto etiquetado que me daba la información fraccionada y envasada como para no cuestionármelo mucho. Luego, empecé a comprender que todo tenía que ver conmigo porque yo soy parte de ese sistema. Para Lipton, “a lo largo de la historia, nuestras creencias nos han llevado a pensar que somos criaturas inteligentes que fueron creadas en un proceso aislado y diferente al del resto de los animales y plantas. Esta idea nos hizo menospreciar a las criaturas inferiores y considerarlas como formas de vida no inteligentes”.
Entiendo que hay muchísimos temas en juego en torno al problema ambiental, pero el más importante de todos es la supervivencia de este maravilloso punto azul pálido, como diría el gran astrónomo Carl Sagan, capaz de albergar todas las posibilidades que imaginamos. James Lovelock en su Hipótesis sobre Gaia, sostiene que la Tierra y todas sus especies conforman en conjunto un organismo vivo e interactivo. Manipular el equilibro de ese superorganismo, ya sea destruyendo las selvas, reduciendo la capa de ozono o utilizando sus recursos naturales hasta desabastecerlos, puede poner en peligro su supervivencia y en consecuencia, la nuestra.
Por eso, ya no es posible seguir haciendo las cosas como las venimos haciendo. Solo se que debemos aprender a desaprender la forma en que vivimos en la Tierra, desde lo individual y lo colectivo. Creo que perdimos la conexión con la unidad de consciencia y nos movemos por el mundo con una conexión rota, y eso nos duele. Y así, cuanto más conscientes seamos, mejor conectados estaremos.
El científico británico Timothy Lenton ha dado pruebas de que la evolución depende más de la interacción entre especies que de la interacción entre individuos de una misma especie. La evolución se convierte así en una cuestión de supervivencia de los grupos más adaptados que de los individuos más adaptados. Como mencioné antes, el poder está en nuestros pensamientos procesados en el cerebro: nuestro súper órgano capaz de desarrollar nuestra inteligencia. Entonces, si tenemos la capacidad de reinventarnos constantemente, ¿cómo no adaptarnos a tiempo? Necesitamos volver a conectarnos, con nosotros mismos, con el otro y con todo aquello de lo que somos parte. El mundo lo necesita más que nunca. Y yo también.
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Fotos: gentileza Unsplash (PH: Richard Jaimes (foto destacada), Federico Beccari y Lawrence Kaiku)